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México D.F. Lunes 14 de junio de 2004
COSAS DEL FUTBOL
Josexto Zaldúa
Alegría en el DF; júbilo en París
DISTANTES EN TODO, Ciudad de México y Lisboa, o lo que es lo mismo, el estadio olímpico de CU y el de La Luz, vivieron este domingo, casi al unísono, un trepidante episodio futbolero. Lo de menos fue el futbol. Lo grandioso descansó en las decenas de miles de gargantas que en ambos coliseos escenificaron un espectáculo para el recuerdo. Pero ganó, paradójicamente, el futbol. Y en ambas ciudades, en los dos continentes, todo se resolvió a última hora y desde el punto fatídico. Zinedine Zizou Zidane, la estrella apagada durante 90 minutos, no erró. Minutos antes, en el esplendoroso campo universitario, Rafael Medina, el chiva, fue presa de los nervios, del pánico que atenaza a los que no saben despreciarlo, y falló.
Estadios repletos, cánticos inacabables, incombustibles a la incertidumbre; pumas y chivas, galos e ingleses, 22 hombres en pantalón corto corriendo como posesos tras un balón que se maneja con sus propias reglas. Alegría en el Distrito Federal, júbilo en París. Lástima que el futbol fuera, de algún modo, el sacrificado. Pero cierto es que en desafíos de tal calibre, cuando el volado es la ley, pueden más los nervios que la creatividad. Con todo y eso la gente vivió las escaramuzas con una deportividad reseñable.
LLEGO LA HORA SANCHEZ. El célebre ex goleador del Real Madrid se graduó gracias a un puñado de guerreros enemistados con el desánimo. Hay que decir, más allá de la incontinencia verbal que caracteriza al Pentapichichi, que ha sido capaz de armar y conducir a un colectivo de manera ejemplar. Los nombres pumas no asustan a nadie; no son gente de relumbrón. Pero en la cancha demostraron a lo largo del campeonato que lo suyo es el trabajo, la entrega a una institución, la disciplina. Y esos factores, inevitables para que toda empresa que se precie de exitosa, fueron inculcados a sangre y fuego por Hugo Sánchez.
En la antesala de la gloria quedó el Rebaño Sagrado. El equipo más mexicano de México. Su arribo a la final da la razón a quienes apuestan por la casa. Eso no quiere decir que sea innecesaria la presencia de jugadores extranjeros. Quiere decir, en todo caso, que hay un ejército de futbolistas extranjeros que nada tienen que hacer en las canchas mexicanas, salvo correr cinco minutos y cobrar puntualmente...y están en su derecho. Aílton, Leandro y Marioni, por mencionar a algunos extranjeros, son ejemplos de cabal profesionalismo.
Pero ese negocio, que se maneja a partes iguales entre intermediarios, directivos y entrenadores (no todos), daña lo más profundo del tejido canterano. Da gusto que las Chivas sean capaces de mantenerse en esa filosofía, porque muestran que en nuestro patio hay excelentes mimbres. Otra cosa es que el presidente de esa institución, el empresario Jorge Vergara, no ayude mucho con sus actitudes públicas. Su invento de los desplegados es un monumento al mal gusto. Pero es su dinero...y su gusto.
Más allá del temperamento volcánico de Hugo Sánchez (infumable su chovinismo), y de la discutible estética de Jorge Vergara, Pumas y Chivas cerraron una temporada futbolera digna del rápido olvido. No crece el futbol mexicano, no crecen nuestros futbolistas, medio buenos para patear en casa, mediocres en patio ajeno. Habría que revisar hasta el tuétano las razones de tanta orfandad. De entrada parece obvio que el negocio está demasiado arriba de la calidad. Como si a dueños y directivos, con las televisoras por medio, les tuviera sin cuidado el aficionado. Como que nos ven la cara una temporada sí y la siguiente también.
Europatadas
También de infarto, el Francia-Inglaterra. Futbol a cuentagotas, como en Ciudad Universitaria. Pasión desmedida, como en CU. Espectáculo más allá de las paupérrimas patadas galácticas de Europa. La exigencia del negocio amenaza con matar a la gallina de los huevos de oro. Son demasiados partidos, muchos kilómetros acumulados, exceso de competencia en la mente de los futbolistas. Había que ver a Zidane, Henry, Pires, Vieira, a Beckham, Owen, Gerard y Scholes arrastrarse por el impoluto césped del lisboeta estadio de La Luz como almas en pena. Y eso es lo que dieron de sí hasta que el Harry Potter del fútbol, Zizou Zidane, destapó en dos minutos todo su mágico veneno.
Pero el negocio, vale decir la televisión, está llevando al espectáculo deportivo al filo de lo permisible.
Cierto es que esas estrellas ganan mucho dinero, verdad es que lo merecen, pero de ahí a acabar con el espectáculo media un abismo. Los aficionados no pagan por pagar. De ellos es el espectáculo. Por ellos, por su pasión, se mueve tanto dinero. Hace falta que los respeten.
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