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México D.F. Lunes 14 de junio de 2004
José Cueli
El Cid
Se terminó la feria de San Isidro en Madrid con
la consagración del diestro sevillano El Cid, que a la postre
resultó el triunfador del ciclo. Un espíritu torero al que
no lo acompañó el sosiego. Caminó a contracorriente,
en la lucha con el resto de la torería y se creció en la
adversidad. Ya el año pasado había dado muestras de que venía
por todas.
En dos de las tardes del serial, El Cid ha salido
con la decisión fundamental de ganarse un lugar en la fiesta brava
y se va de la Monumental de las Ventas con una posición envidiable,
al dejar la hoguera de un torero verdad, alimentada por la difícil
afición del coso de la calle de Alcalá, frenética
de asombro y alegría, en polifonía de olés, ante la
gracia, la hondura y el donaire derrochados por el torero.
En la corrida de beneficencia -la más importante
del año taurino-, con asistencia del rey Juan Carlos, El Cid
barrió a sus alternantes, Tejela y Mercado, que, a su vez, venían
pidiendo un sitio, en festejo transmitido al mundillo de los toros por
la televisión española. Es El Cid un torero que seguramente
será del gusto de la afición mexicana, si es que algún
día vuelven las corridas a la México.
Con el primer toro de Alcurrucen, de los lidiados esa
tarde, El Cid estructuró una faena para el recuerdo. Se encontró
un burel de encastada nobleza que le permitió bordar el toreo. Al
igual que lo había bordado el sábado pasado. Poseedor de
un sentido de las distancias excepcional con facilidad se cruza con los
toros, da el medio pecho y torea con profundidad, rematando los pases debajo
de la cadera, en la creación de la belleza torera. Ni más
ni menos.
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