México D.F. Miércoles 16 de junio de 2004
Entre 70 y 80% de los altarenses viven de la
migración, según cálculos municipales
Altar, pueblo pollero, última base urbana
antes de cruzar hacia EU por el Sasabe
Narcos, salteadores y secuestradores se ceban
en esta puerta de emergencia de la miseria
ALONSO URRUTIA ENVIADO
Altar,
Son. Hacia el mediodía comienza a reunirse la gente en la plaza
del pueblo. Para la tarde es ya un hervidero de indocumentados que se apresta
a tomar los transportes rumbo a la línea fronteriza, huyendo de
la pobreza.
Junto a ellos, inseparables, los polleros, los
guías, los juntadores, en fin, la gama de usufructuarios del que
es considerado el negocio ilegal más rentable en el país
después del narco: el tráfico de personas.
Estos hombres y mujeres, desesperados por la miseria en
sus pueblos, dejan sus últimos recursos en Altar, cuya economía
ha tenido insospechado auge con el dinero que dejan los miles de migrantes
que lo usan como plataforma antes de cruzar hacia Estados Unidos.
Aquí no viven más de 15 mil personas, pero
en Altar hay varias sucursales de empresas de dinero rápido, dedicadas
a esquilmar las remesas de connacionales que fluyen del otro lado, para
financiar el paso de sus familiares.
La calle principal está plagada de tiendas con
productos para el migrante: gorras, ropa mexicana para el centroamericano
que quiera camuflarse; maletas; agua, zapatos, huaraches... Todo cuanto
sea menester para atravesar el desierto.
"Es un pueblo pollero", define alguien con precisión.
Algunas estimaciones municipales lo corroboran: entre
70 y 80 por ciento de la población de Altar vive de la migración.
El incremento del paso de migrantes, registrado desde
hace unos cinco años, ha hecho proliferar hoteles y casas de huéspedes.
En éstas nada más entrar se encuentra uno con barracas que
a veces semejan cárceles repletas de indocumentados con rostros
de impaciencia, algunos de hartazgo y otros que reflejan miedo o incertidumbre.
Todos aguardan la instrucción del guía para salir rumbo al
Sasabe.
Altar es el último punto urbanizado antes de llegar
al pueblo del Sasabe por una peculiar carretera de terracería, una
extensa brecha de 90 kilómetros de polvareda, paradójicamente
de cuota: 30 pesos por usarla. Su concesionario: el ex alcalde del pueblo,
José de Jesús Zalazar García, dueño además
del hotel Altar Inn, el más lujososo del pueblo.
Político traducido en poder económico
La brecha, sin embargo, tiene su importancia, pues restringe
el paso de transportes de otras ciudades, que optan por llegar hasta Altar
para no recorrer ese camino.
Cuentan que durante la pasada campaña para la gubernatura
de Sonora el candidato priísta y ahora gobernador, Eduardo Bours,
recibió el respaldo de los pobladores de Altar a cambio de cumplirles
una petición: no pavimentar la carretera al Sasabe; no asfixiar
el negocio de Altar.
Negocio que tiene divisiones más perversas, asociadas
a otro tipo de delincuencia. Asaltos y secuestros exprés
son parte de la aventura. Con frecuencia, los polleros se acercan
cuando los indocumentados hablan a sus pueblos. Con discreción anotan
los números para luego proceder a la extorsión. Una nueva
llamada para decir a los familiares que su pariente está secuestrado
y se requiere dinero para su liberación.
Otros consuman el secuestro. El subdelegado del Instituto
Nacional de Migración, Ariel Venegas, señala que han conocido
casos de polleros que pactan un precio con los familiares en Estados
Unidos para cruzar al pariente o amigo y, cuando ya lo tienen en la frontera,
vuelven a hablar para extorsionar y modificar los precios.
El negocio también ha derivado en otras vertientes:
las disputas entre las bandas de polleros por las rutas, que en
ocasiones han derivado en ejecuciones, similares a las que se producen
entre los narcotraficantes, pues las rutas de los polleros con frecuencia
coinciden con las del tráfico de drogas.
La siguiente parada rumbo al Sasabe es El Tortugo. Todos
los transportes se detienen allí, lugar que el Grupo Beta utiliza
para alertar de los riesgos de cruzar la frontera, de las formas en que
pueden reducirlos, y los advierten sobre asaltos. Distribuyen folletos
con un prontuario de medidas para evitar picaduras de animales, salvaguardarse
del calor; en fin, para sortear la ruta rumbo a Tucson o Phoenix.
Allí mismo se corrobora que hasta ese punto no
se haya cometido abusos en su contra y se continúa la marcha. Viajan
en camionetas que transportan hasta 30 indocumentados por viaje, que cuesta
100 pesos por persona. Tres mil pesos por viaje cuando van saturadas.
Casi hora y media hasta llegar a La Ladrillera, donde
confluyen quienes negocian el transporte y los guías que los llevarán
por las brechas más ocultas de la frontera.
Raiteros, burreros y bajadores
Eduardo Carrillo es el presidente del comisariado ejidal
del Sasabe. Un pueblo polvoriento de mil 500 personas que en la temporada
de mayor tránsito ve pasar a diario el doble de su población
hacia Estados Unidos. Carrillo tiene su parcela, pero lo suyo es el negocio
del transporte de indocumentados, de La Ladrillera a línea fronteriza.
Una o dos horas de camino todavía más accidentado; por eso,
gran parte de los transportes de Altar llegan hasta ahí.
Aunque Carrillo reconoce que tiene sólo algunas
camionetas, se sabe que es uno de los principales controladores de esa
parte también muy rentable del negocio.
-¿Se gana bien?
-No se crea. Un raitero -como se llama a quienes
conducen esas camionetas- tiene que repartir mucho dinero. Hay que dar
lana a quien se va topando uno: al Ejército, a los judiciales, a
los policías.
-¿Cuántos viajes al día?
-Cuando hay gente, y si le caigo bien a los que vienen
de Altar, tres o cuatro.
Como Altar, Sasabe vive de la migración, pero no
todos con iguales ganancias. Hay quienes solamente sobreviven. A la entrada
del pueblo, un letrero mal hecho anuncia: "Se vende ropa usada".
Atiende el negocio una anciana muda y tambaleante. Camina
tortuosamente unos metros y saca una caja donde tiene ropa vieja de mujer.
Gime para darse a entender y con las manos fija el precio: 20 pesos por
prenda.
Mezclados entre los migrantes, otros grupos peculiares
viven del cruce fronterizo: los burreros y los bajadores.
Narcotraficantes y asaltantes.
Hasta hace unos meses, el rancho Bustamante era punto
de reposo para la acometida final hacia Estados Unidos. Ahora está
casi abandonado. Hace unas tres semanas, al Güero, como nada
más se le conocía, quien regenteaba el lugar, lo ejecutaron
y hasta tiro de gracia le dieron.
Dicen que tuvo la osadía de detener a unos asaltantes
y entregarlos a la policía. Por esas cosas que sólo la justicia
puede explicar, salieron días después, ya con la sentencia
de muerte para el Güero, a quien atraparon en una de las rutas
del Sasabe.
Es que los asaltos se han incrementado, haciendo presa
de los indocumentados. En busca de la oscuridad y el aislamiento para cruzar,
se convierten en candidatos a que les arrebaten los últimos pesos
o dólares antes de dejar el país.
Este mediodía, en ese mismo rancho, hay tres burreros.
Son de Caborca, donde narcos y los polleros se han adueñado
de territorios a punta de ejecuciones. Aunque acaban de ser correteados
por la Patrulla Fronteriza, no se les nota nerviosos. Por el contrario,
se ven tranquilos, aguardando el momento de trasladar su carga.
Los centenares de indocumentados que cruzan la frontera
les sirven de camuflaje.
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