México D.F. Miércoles 16 de junio de 2004
Ulises
James Joyce
-Usted Cochrane; Ƒqué ciudad le llamó?
-Tarento, señor.
-Muy bien, Ƒy luego?
-Hubo una batalla, señor.
-Muy bien. ƑEn dónde?
La mirada vacía del pequeño interrogó la ventana vacía.
Forjada por las jóvenes de memoria. Y sin embargo existió, aunque no tal como la tradición la ha transmitido. Entonces una frase de impaciencia, estrépito de las alas de osadía de Blake. Oigo derrumbarse el espacio, vidrios rotos, estructura que se hunde, y el tiempo un último fulgor lívido. Y luego Ƒqué nos queda después?
-He olvidado el lugar, señor. 279 antes de Jesucristo.
-Asculum, dijo Stephen, viendo nombre y fecha en el libro zebrado de sangre.
-Sí, señor. Y él dijo: otra victoria como ésta y estamos perdidos.
Esta frase, el mundo la ha recordado. Vaga satisfacción mental. Desde una colina sembrada de cadáveres, un general habla, apoyado sobre su lanza, a sus oficiales. No importa qué general a no importa qué oficiales. Ellos prestan oído.
-Usted Amstrong, interrogó Ste-phen. ƑCuál fue el fin de Pirro?
-ƑEl fin de Pirro, señor?
-Yo sé, señor, pregúnteme a mí, dijo Comy.
-Espere Usted Amstrong. ƑSabe usted algo de Pirro?
En la mochila de Amstrong yacía una confortable bolsa de higos rellenos. De tiempo en tiempo envolvía uno en la mano y se lo comía sin ruido. Quedaban granos pegados a la pulpa de sus labios. Azucarado, este aliento de niño. Gentes acomodadas, orgullosas de que el hijo mayor estuviese en la marina. Vico Road. Dalkey.
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