México D.F. Martes 29 de junio de 2004
Teresa del Conde
Mariana Frenk-Westheim: in memoriam
Cuando una vida es larga y fructífera, como la de Mariana Frenk-Westheim, es un error publicar esquelas pesarosas, pues lo que merece la persona que dejó este mundo es el reposo eterno, único eslogan religioso que corresponde a certitud absoluta, más que a creencias o filiaciones.
A la vida de Mariana la rubrica una idea de altruismo e impecabilidad que queda incrustada en la memoria de quienes la tratamos y de sus deudos. Conozco a dos: a su hija Margit Frenk, cuya altura intelectual es de todos conocida y a su nieto, el secretario de Salud, Julio Frenk, con quien he colaborado en los libros que la dependencia a su cargo ha publicado sobre medicina y creatividad en relación con las artes.
Integran una serie notable por su pertinencia y por el interés temático que ofrecen. Durante la presentación de uno de éstos, Julio Frenk y yo recordamos en privado a Mariana en un ámbito que le fue muy querido y a cuyos años bonancibles ella contribuyó de manera radical. Me refiero al Museo de Arte Moderno (MAM) a partir de 1974, en los tiempos en que Fernando Gamboa lo dirigió. Esa etapa se prolongó hasta 1981. Mariana por un tiempo se abstuvo de visitarlo, excepto cuando lo dirigió, por breve tiempo, Helen Escobedo. Desde que yo llegué al mismo como directora en 1990 (después del que fue -sin duda- su periodo más desastroso) fueron varias las veces que nos visitó, contagiándonos con su sonrisa inmarcesible y su optimismo.
Una de las razones por las que decidí permanecer allí como directora después de concluido mi semestre sabático en la Universidad, fue ella. Continuamente me decía ''sí, sí se puede", y logré sobrellevar algo más de una década.
Amante irredenta del arte mexicano, Mariana se extasiaba con los cuadros de Orozco y Siqueiros, y no tanto con Las dos Fridas. Durante su época con Gamboa, intervenía en mil asuntos con la prudencia y simpatía que le eran inherentes. Tenía un don de gentes poco común y, más que emitir órdenes, sugería con delicadeza cuestiones tendientes a perfeccionar acciones.
En el MAM fue que empecé a tratarla, trabando amistad con ella hacia 1975 cuando impartí por primera vez en ese recinto una conferencia sobre Robert Mo-therwell alusiva, desde luego, a la exposición del artista que entonces se presentaba y que por razones que desconozco no encontraba en ese momento un expositor dispuesto. Ella me había escuchado guiar a un grupo de alumnos, se lo comunicó a Gamboa y éste me persuadió de dictar esa conferencia, que acrecentó mi interés por estudiar a fondo al pintor y preludió mi trato personal con él, iniciado en vísperas de que la segunda exposición suya en esta ciudad, Motherwell. La puerta abierta, se presentara en el museo Tamayo.
Pero ni el maestro oaxaqueño ni su amigo el expositor estadunidense asistieron al vernissage. Ambos murieron a semanas de distancia.
Sobre los desempeños de Mariana en otros ámbitos de la cultura se ha hablado mucho. Su libro de aforismos va en vías de convertirse en un clásico. Dedicó su escritura más a la traducción -forma de creatividad generosísima y, por ceguera, no tan apreciada como merece- que a la elaboración de textos propios. Sin embargo, prácticamente todo lo que lleva la firma de Fernando Gamboa en las presentaciones de catálogos editados durante su gestión, corresponden a escritura de Mariana armada de acuerdo con las ideas de aquél. Se trata, igualmente, de otro género de traducción realizada por quien, entre otras obras de envergadura, tradujo al alemán Pedro Páramo y El Llano en llamas de Rulfo.
Recibió homenajes: sus cien años, celebrados en el museo Tamayo son ya legendarios y los disfrutó con alegría y sencillez. Su vitalidad y su buen bagaje físico prolongaron su existencia hasta los 106 años y quienes la tratamos nos sorprendimos del joi de vivre que la caracterizaba, aun durante las circunstancias difíciles y dolorosas que toda existencia depara.
Cuando se inició mi trato con ella, se ocupaba de recopilar los escritos de su segundo marido, Paul Westheim, que se publicarían en uno de los utilísimos volúmenes de SepSetentas. Dos de esos textos eran inéditos, los demás habían visto la luz en suplementos culturales o revistas, en traducciones al español realizadas por Mariana, que conocía nuestro idioma a la perfección, hablándolo con un ligero acento que aún resuena en mis oídos.
También tradujo del alemán al español los textos de su esposo sobre arte prehispánico, todavía vigentes.
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