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México D.F. Martes 29 de junio de 2004
SEGURIDAD: VISIONES ENCONTRADAS
En
el contexto del acoso político, mediático y jurídico
contra el jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López
Obrador, no parece tener mucha importancia lo que este funcionario diga,
sea lo que sea, pues será de inmediato tergiversado. Ayer el gobernante
capitalino insistió en señalar los intereses poco confesables
de la ultraderecha, el gobierno federal y los medios informativos que convergieron
en la convocatoria a la manifestación contra el secuestro y la delincuencia,
pero expresó su respeto a "quienes legítimamente están
exigiendo más seguridad en la ciudad y en el país" y a la
"gente que llegó por su propia voluntad" al Zócalo capitalino
en demanda de seguridad, justicia y fin a la impunidad. Posiblemente la
crítica a los convocantes iniciales de la movilización -y
a los intereses que operan detrás de ellos- venía poco al
caso, habida cuenta de la magnitud y la contundencia con que fueron rebasados
por una sociedad harta de la inseguridad, la injusticia y la impunidad.
Pero desde ayer mismo -como probablemente ocurra también hoy con
muchos medios impresos- la mayoría de los canales y estaciones presentaron
una imagen falaz de López Obrador descalificando la manifestación
en sí y minimizando la legítima y atendible exasperación
ciudadana ante el avance de la delincuencia.
Por su parte, el procurador general de la República,
Rafael Macedo de la Concha, expresó una deplorable y ominosa reacción
ante las demandas ciudadanas de seguridad y justicia: reiteró su
propuesta -formulada ya el pasado día 22- de "analizar" la supuesta
pertinencia de reinstaurar en el país la pena de muerte y de "llevar
este mandato ciudadano (sic) al Congreso". Es difícil imaginar una
actitud más demagógica y populista que la del procurador,
presto a capitalizar políticamente casi cualquier cosa. En efecto,
en el curso de la marcha abundaron las mantas en las que se exigía
la pena de muerte para los secuestradores, lo que no necesariamente refleja,
dicho sea de paso, el sentir mayoritario de la sociedad. Pero aun suponiendo
que éste lo fuera, no cualquier reclamo ciudadano debe recibir el
aplauso automático de la autoridad.
En la manifestación hubo también pancartas
instando a no pagar impuestos. ¿Sería pertinente, en la lógica
macedista, que el secretario de Hacienda ofreciera "analizar la propuesta"
y "enviarla al Congreso" a fin de abolir las contribuciones impositivas?
¿Y qué actitud cabría esperar de las autoridades federales
si alguna organización "de la sociedad civil" recabara 100 mil o
500 mil firmas exigiendo que la educación básica deje de
ser laica, gratuita y obligatoria? ¿Con qué cara podría
México abogar por sus ciudadanos condenados a muerte en Estados
Unidos si en el Congreso de la Unión se debatiera, a instancias
del procurador, la implantación de la pena capital en el país?
La reacción de Macedo de la Concha no sólo
contradice uno de los valores humanistas de los que México aún
puede preciarse en el concierto internacional, sino que va a contrapelo
de las declaraciones de su jefe, el presidente Vicente Fox, quien en este
punto ha sido fiel a sus representados y ha reiterado, en numerosas ocasiones,
la absoluta inconveniencia de la pena de muerte. En febrero del año
pasado el mandatario criticó al PRI por realizar una encuesta sobre
la instauración de la pena de muerte, y acusó a ese partido
de "estar promoviendo", con el pretexto del sondeo de opinión, la
pena capital. ¿No merece la declaración de Macedo una descalificación
equivalente?
Desde otra perspectiva, debe reconocerse que el manejo
mediático, político y propagandístico de la manifestación
del domingo ha logrado en gran medida su objetivo de reducir el problema
-gravísimo, sí- de la delincuencia en el país y en
su capital a dos rubros centrales: los robos a mano armada y los secuestros,
especialmente cuando ambos delitos culminan con el asesinato de las víctimas.
Muy atrás quedan fenómenos delictivos como los atracos y
violaciones en los microbuses, las periódicas masacres que ocurren
en el campo y el atroz feminicidio que desde hace 11 años
tiene lugar en Ciudad Juárez, sin que ello genere espectaculares
coberturas "informativas" en tiempo real y completo, como la que mereció
la manifestación del domingo. Las madres de las mujeres asesinadas
en Juárez tuvieron que enfrentarse a los organizadores de la marcha
para ocupar el sitio que les correspondía en ella, pero pasaron
inadvertidas para la televisión y la radio comerciales y la mayoría
de los diarios.
Ayer se cumplieron nueve años de la operación
de exterminio perpetrada por el gobierno de Guerrero contra un grupo de
campesinos en el vado de Aguas Blancas, con un saldo de 17 muertos y decenas
de heridos. Los asesinos materiales -policías estatales- colocaron
armas de fuego en las manos de los cadáveres y los fotografiaron
así para convertir a las víctimas en agresores y justificar
de esa forma la matanza. Hasta la fecha, los principales señalados
como responsables intelectuales de esa atrocidad -el entonces gobernador
Rubén Figueroa; su secretario de Gobierno, Rubén Robles Catalán;
su procurador, Antonio Alcocer Salazar, y el ex jefe de la policía
judicial del estado, Gustavo Olea Godoy- siguen libres y gozan de impunidad.
Pero esa clase de delincuencia, de inseguridad y de ausencia de justicia
no parece muy atractiva para incrementar los puntos de audiencia ni muy
útil para hostigar al gobierno capitalino y, en consecuencia, no
existe para los micrófonos y las cámaras.
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