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Obituario   - NUEVO -

P O L I T I C A
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México D.F. Viernes 2 de julio de 2004

Horacio Labastida

Mensajes de la marcha

ƑPor qué se preocupan tanto los expertos de Madison Street, Nueva York, especialmente dedicados a organizar propagandas destinadas a modelar el pensamiento de las gentes no en función de la verdad o la falsedad de las cosas o del bien y el mal de las conductas, y sí para provocar actos acordes con los requerimientos de los barones del dinero o de quienes los representan en el ejercicio del poder público? El fondo de todo está en la gran mentira entronada en la sociedad moderna y contemporánea.

Desde su refugio en Chiapas, el EZLN habló el 1Ɔ de enero de 1994 y denunció los sofismas agazapados en el TLC que el presidente Carlos Salinas de Gortari suscribió con Estados Unidos y Canadá para abrir los mercados de las naciones septentrionales del nuevo continente y permitir que el coloso estadunidense penetrara sin ninguna consideración en el comercio mexicano.

Los resultados ahora están a la vista. Con un campo despoblado y famélico, un capitalismo nacional en agonía, una tecnología y una ciencia que cada vez nos son más ajenas y una marcada caída del empleo y del crecimiento real, México afronta ahora los severísimos problemas de una profunda dependencia que, si no es detenida por su único defensor, el pueblo, puede convertirla en una Atlántida más entre las civilizaciones perdidas en la oscuridad de los océanos. Y tan escandalosa entrega de la economía se hizo en nombre de la democracia, pues, además de que el Senado aprobó los términos de dicho tratado, una gigantesca propaganda dio la apariencia de que por igual obreros, agricultores, clases medias y la burguesía capitalista aplaudían nuestro ingreso al mercado libre septentrional. Fue entonces cuando la rebelión zapatista que ocupó San Cristóbal de las Casas, cuyo calificativo simboliza al fraile que en el siglo XVI exigió justicia y dignidad humana para las comunidades nativas, a la engallada corona española de aquellos tiempos, fue en esa ciudad, repetimos, el momento en que los zapatistas develaron al país una certeza que está profundamente enhebrada en el presente. Los indígenas insurrectos afirmaron sin temor que México vive una democracia falsa porque las decisiones de su gobierno no están inspiradas en las demandas del pueblo y sí, ajenas y contradictorias, en las demandas de círculos faccionales externos y locales, a los cuales sirven las autoridades.

La historia de la democracia falsa es larga, perversa y compleja. La iniciaron los minoritarios grupos del retroceso que estuvieron atrás de Santa Anna hasta la expulsión del dictador en 1855, y con muy pocas soluciones de continuidad vive hoy acosada sin duda por sectores mayoritarios que descubren el teatro falaz de la política. En ese teatro se ideó, cultivó, preparó y llevó adelante el mencionado TLC, denunciado por el EZLN, y a partir de aquel 1Ɔ de enero hay un principio redentor que atrae y exige al pueblo unirse, asumir plena conciencia política y movilizarse para convertir la ya añosa democracia falsa en una democracia verdadera.

Con esta aportación trascendental de los zapatistas, que han comenzado a construir la democracia verdadera con la fundación de los municipios autónomos, el llamado es preciso. Ya no queremos un gobierno que supedite el poder público a indicaciones imperiales y corporativas: deseamos ardientemente que el aparato gubernamental inspire sus decisiones en las necesidades nacionales, consultando a los habitantes y obedeciendo como mandatario la voluntad ciudadana. Esto es la democracia verdadera; la otra es la democracia falsa.

Lo notable y aleccionador de la marcha del domingo 27 pasado radica en un punto clave del acontecimiento. No es secreto que la marcha fue propiciada y convocada por asociaciones comprometidas con quienes buscan impedir a toda costa que Andrés Manuel López Obrador participe como candidato en los próximos comicios presidencialistas de 2006, pero la realidad rompió y superó la parcialización en un acto ejemplar. Las madres y familiares de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez tomaron la delantera de la manifestación, haciendo a un lado y echando atrás a los que se asumían promotores, y de este modo se inició la marcha en el instante mismo en que el grupo juarense, reconociendo como organizador único al pueblo, izó una pancarta que decía: "queremos justicia social para que desaparezcan los secuestros", y atrás venía otra más pequeña y no menos elocuente, a saber: "pedimos empleo, equidad en el reparto de la riqueza y honradez gubernamental": sólo así desaparecerá el crimen; y jóvenes estudiantes y no estudiantes entusiasmados gritaban en pro de las significativas pancartas, cuyas palabras connotaron los sabios mensajes de la marcha.

Eso fue la marcha. Una exigencia de democracia verdadera comprometida con la justicia social, el reparto equitativo del ingreso, el bien común y la libertad limpia y sin manchas. En la marcha del domingo se escuchó pura y clara la voz del pueblo mexicano.

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