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México D.F. Lunes 5 de julio de 2004
Andrés Aubry
Una memoria de la resistencia
Regreso de un corto viaje a Europa. Las necesidades de mi agenda coincidieron sin quererlo con el aniversario del 6 de junio de 1944, 60 años después del desembarco de los aliados en la costa de Normandía, que llamamos Libération, porque desalojaron del territorio al ejército nazi. Los medios enfatizaron evidentemente lo espectacular de la hazaña militar, pero la reflexión de los semanarios prefirió enfocarse en el antes y el después: en la résistance y en el proyecto de nación elaborado en las barbas del gobierno de Vichy, aquél de Pétain, progresivamente realizado tras esta larga maduración clandestina.
Lo viví como una hora de memoria. Al filo de los años se fue estructurando con un vocabulario que reactualiza ahora el Chiapas post enero de 1994, con un plazo ya más prolongado.
1. Esta resistencia se vivió en el silencio (que hoy tanto molesta a los medios en Chiapas) y en la clandestinidad, ambos inseparables e iguales de profundos y obstinados pese a altibajos y hasta deserciones. Para los más valientes fue la insurgencia de los résistants, en el monte -el maquis-, hoy casi todos muertos, víctimas entonces de la contrainsurgencia o ahora de la edad.
Para otros la rebeldía tomó varias formas: en los campos de concentración, de prisioneros, en torno al STO (servicio obligatorio del trabajo en Alemania para jóvenes franceses). Para la mayoría fueron actividades clandestinas en las ciudades y el campo, ocupados ambos por el ejército.
Esta movilización fue tardía. La derrota militar tenía en realidad raíces más profundas: un derrumbe político e institucional que maltrató a la patria, un país callado (o sólo con declaraciones platónicas) ante las sucesivas anexiones selló nuestra capitulación de 1940 casi sin combates, los soldados lo festejaron porque significaba la desmovilización de las tropas, el fin de los riesgos, de la disciplina militar, del alejamiento de la familia. Fue necesario un plazo largo, hasta 1943, para que se despertara la conciencia y naciera, fuera del hexágono, el Comité Francés de Liberación Nacional.
Es cuando empezó a sentirse en el alma la pérdida de soberanía, la mascarada del gobierno de Vichy, su collaboration con el extranjero al servicio de intereses ajenos, el peso de la ocupación militar, una guerra invisible (como la nuestra en Chiapas, sin operaciones militares en el territorio), con hambre y frío en inviernos rigurosos sin calefacción con pies y manos inhabilitados por sabañones, y muchas otras privaciones inherentes a ella, la improvisación en las escuelas y los hospitales, la ruina de la economía.
La vida cotidiana estaba infestada por los paramilitares de la milice de Darnand y los mega Acteales de pueblos mártires como Oradour. Su misión era la propagande (la justificación del nuevo status quo) y la guerra sicológica a patriotas detectados por los servicios de inteligencia de la Gestapo (nuevamente divulgada en las escuelas militares de Fort Bragg, de donde egresaron muchos altos oficiales del ejército en Chiapas, y recetada por su Manual de la guerra irregular, aunque sus dos tomos callen la vergonzosa referencia a Goebbels, explícita en los manuales estadudinenses).
En la clandestinidad del monte, o de asambleas nocturnas (en Francia, Italia y Alemania) que desafiaban (en Francia) el toque de queda, se elaboraba un nuevo país bajo la dirección del Consejo Nacional de la Resistencia. Un sistema educativo alternativo, otro orden social, un campo modernizado y distinto sin el abandono en que vegetaba, sin asimetría de cara a la vida urbana. Ahí se construyeron las instituciones laborales, de seguro, vacaciones con sueldo, jubilación y crédito para dignificar a los trabajadores de la ciudad y del campo, la extensión de los derechos políticos, el despertar de la cultura y el rescate del patrimonio, la modernización del transporte y de la industria, la renovación de la gestión del territorio, una nueva política exterior, la emancipación de las colonias. Sueños de "días felices" y entusiasmo motivaban el maquis, alimentaban su resistencia.
Sin embargo, De Gaulle, a quien se debía el llamado del 18 de junio de 1940, no había caído en la cuenta de la guerra política que fertilizaba su resistencia militar. Se necesitaron varios viajes clandestinos del maquis a Inglaterra para que tomara la estatura que lo hizo entrar en la historia.
Este gran proyecto político, pese a divisiones progresivamente resueltas, fue el que, pese al tributo de la deuda externa del Plan Marshall, regaló al país y a Europa la ganga de las 30 glorieuses -las tres décadas de exitosa mutación económica de las décadas de los 40 en su segunda mitad, de los 50 y 60- cuyas conquistas cambiaron la vida cotidiana en envidiable bienestar, y son hoy robadas a nuestros muertos o desmanteladas por las opciones neoliberales que hacen patinar a la Unión Europea. Con la respuesta de los altermundistas emerge una nueva resistencia, ahora globalizada.
2. Otro recuerdo me prendió la memoria. Terminada la guerra, me fui a estudiar etnología en los desiertos de los confines orientales del mar Mediterráneo para tener, como dicen los antropólogos, un "trabajo de terreno". Cuando salí, sufríamos todavía las privaciones de un país destruido por la guerra, con millones de muertos que hacían falta a la industria en un país devastado; la rica comida ofrecida en el restaurante del barco me sabía a increíble festín de paraíso. Pero, cuando me repatrié, después de un plazo mucho más corto que un sexenio, ya era otro país, sin alcanzar todavía, por supuesto, la prosperidad de hoy. El hambre y el frío sin calefacción eran solamente un recuerdo, corrían por las carreteras los primeros autos de la posguerra con modelos inauditos para mí, crecían por doquier las cómodas viviendas de la reconstrucción para reponer las pérdidas de los bombardeos, las leyes sociales establecían un bienestar generalizado, tractores surcaban el campo, cuajaban los proyectos de la resistencia.
En el avión de regreso a México, terminada mi breve escapada a Europa, me iba creciendo la certeza de que los discursos presidenciales que posponen hasta 25 años nuestra nivelación con los países desarrollados, sólo después de asentada una paciente reordenación macroeconómica, son una impostura que amerita una nueva resistencia.
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