México D.F. Lunes 5 de julio de 2004
León Bendesky
Engranaje
Las reformas económicas y la promoción de la democracia son dos cuestiones centrales de la práctica política de México en los últimos 20 años. Sin embargo, los resultados deberían ser mejores de lo que se puede mostrar, sobre todo por el tiempo transcurrido, la magnitud de las acciones emprendidas, la elocuencia de los discursos y los enojos de los responsables por lo que toman como una incomprensión popular de sus esfuerzos.
Esa discrepancia apreciable en los hechos, los ineludibles hechos, se advierte en el funcionamiento de la economía en cuanto a su incapacidad para un crecimiento continuo y suficiente que genere mayor bienestar, y también se desprende de la limitada posibilidad de participación de la gente en los asuntos relevantes para la vida individual y colectiva.
La visión de los gobernantes y de sus ideólogos y apologistas de cualquier color y procedencia está cada vez más alejada de la realidad que se vive a diario en las calles, las escuelas, los hospitales y la inmensa mayoría de las empresas en todas partes del país.
Reformas económicas y democracia van de la mano, pues mientras las primeras no logren transformar de modo efectivo las condiciones de la producción, de la distribución del ingreso y de los circuitos financieros y fiscales, se compromete de hecho la ampliación de la democracia, forma de relación social que hoy se constriñe básicamente al ámbito electoral.
Desde mediados de la década de 1980 se han hecho en el país diversas reformas económicas, sobre todo el campo de la apertura comercial y del sistema financiero. Con ello se intentaba instaurar un nuevo modelo de crecimiento, con una inserción más eficaz en los mercados externos y mayor productividad. Eso está aún en suspenso, es más, en realidad parece estar ya agotado sin haber rendido los frutos previstos.
Ahora se quieren más reformas y se aduce que son imprescindibles para alcanzar las metas deseadas. El argumento tiende a se falaz, pues la base material que podría sustentarlas es demasiado frágil. Por ello es que su planteamiento técnico y, sobre todo político, no alcanza a afirmarlas como una parte de un proyecto de desarrollo nacional que sea creíble. De ahí que se atranquen las propuestas, se generen fricciones y se polarizan las posturas hasta llegar a la parálisis.
Por el lado de las limitaciones de la democracia la complacencia es grande. Los espacios no se abren en la medida que lo requieren las necesidades de la población, ni en cuanto a aquéllas de índole económica, estrechamente ligadas con la constricción fiscal y los criterios de la gestión de las fuentes y los usos de los recursos públicos, ni por lo que hace a la vinculadas con la seguridad, entendida de manera amplia y que incluye las posibilidades de existencia material y la seguridad física frente a la creciente violencia.
La seguridad económica y la individual no son fenómenos independientes. Es tiempo de preguntarse de modo ineludible cómo se hace en una sociedad como ésta para revertir el proceso de decadencia social y de creciente inseguridad personal que se padece. No hay decreto que lo pueda hacer, ni la pena de muerte masiva. Tampoco es una misión imposible, aunque así parecería ser a partir de la actitud de las autoridades.
Los cambios que se han ido haciendo parecen caer en un pesado engranaje que los deforma. Las reformas económica y financiera (con el caso Fobaproa como insignia) han generado mayor concentración de la riqueza y de los privilegios. La democracia está secuestrada por partidos cada vez más distantes de las necesidades políticas de la sociedad, por grupos agazapados en organismos donde se reproducen en su propio entorno de manera aséptica y por un enorme poder de los medios de comunicación, en especial la televisión y la radio.
Ese engranaje es el que no ha sufrido cambios esenciales, es el que no se ha tocado por ninguna reforma institucional y legal de fondo que haga posible que medidas económicas orientadas a la transformación de largo plazo y el ensanchamiento de la democracia sean factibles. Las medidas parciales que se adoptan sin un nuevo trasfondo institucional, sólo pueden tener repercusiones parciales. Pero cuando eso ocurre provocan un efecto de reproducción de las mismas condiciones que lo hacen posible, incluyendo los intereses más grandes que hay en el país.
El engranaje no puede repararse con parches para adaptarlo a las exigencias de esta sociedad. Tiene que sustituirse por otro y ahí está parte de un proyecto político para este país. Este sólo puede plantearse a la población como un compromiso colectivo de largo plazo. Las transformaciones sociales son procesos complejos que involucran tiempo y acuerdos duraderos. Las promesas de cambios rápidos y decisivos, como los ofrecidos con la apertura comercial y el TLCAN, o los que se dice que pueden surgir de la reforma energética, no pueden prosperar, pues caen ente los dientes de las piezas que los devoran como a sus propios engendros.
El cambio ofrecido en las elecciones de hace cuatro años, que convocó a gran parte de la sociedad que votó por él, es ya una víctima de las pesadas piezas del engranaje.
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