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México D.F. Lunes 5 de julio de 2004
Hermann Bellinghausen
Mundo grafiti
De acuerdo con el escritor Mike Davis, en algún momento de 2005, hacia el verano, la población mundial que habita en ciudades sobrepasará, por primera vez en la historia humana, a la población rural. En veinte años más, las megaciudades con más de 8 millones de habitantes, y en especial las ''hiperciudades'', con más de 20 millones, serán parte normal del tercer mundo (que ocupa, y para entonces ocupará más, la mayor parte del mundo). Hablar del futuro inmediato se ha vuelto un delirio temeroso de cifras y zombis que amenazan la decencia. Las fortalezas de los ricos y sus guardias pretorianas (previsiblemente privadas, y gran negocio en sí mismas) apenas comienzan a proliferar. En su pesadilla, ir de compras fuera de tales territorios será como la incursión de los marines en Mogadisco, según vimos en Black Hawk Down, de Ridley Scott. Sin escolta (los pirrurris llaman tiernamente a sus guaruras ''los guarros''), ''salir'' será acción exclusiva de profesionales y aventureros. Los carros blindados bajarán de las ciudadelas fortificadas a las calles del miedo donde los carros serán transparentes y destartalados y lo que abunde serán peatones apestosos.
La lucha por el espacio vital, por la sobrevivencia física, mental y emocional, además de multitudinaria, será reñida y quizá terrible. La ciudad de México y su área metropolitana de nuevo van por delante de la pelotera mundial. Aquí el Apocalipsis ya fue, y para el poder sólo queda ordenarlo, apuntalarlo y trazar bien claro las líneas divisorias. El poder como actualmente lo conocemos necesitará del apartheid y los patrullajes forzosos de helicópteros, tanquetas y robocops en armadura para mantener el control. ''Le reparamos su control en 20 minutos'', repite ad nauseam una mujer desde el fondo de un pasillo en República de El Salvador, en el Centro Histórico. Bonito fuera que así de fácil.
Los muros se han puesto a hablar. Mejor dicho, proliferan y maduran las tribus urbanas que han decidido hacer hablar a las paredes, por las buenas o subrepticiamente. En pocos años recientes, la de México se ha convertido en una de las ciudades más y mejor grafitadas del mundo. ƑArte? Profanarte. Alternarte. Punzarte. Zafarte. Animarte. Aliviarte. Rayarte. Liberarte. Esa pintura (sus autores la consideran escritura) se registra caótica e insuficientemente en pequeños fanzines coloridos donde lo monumental se reproduce en formato diminuto: murales gandallas y espectaculares intervenidos se registran en estampillas de diez centímetros, una tras otra, sin límite. Resisten la fugacidad.
Basta mirar alrededor en avenidas y callejones, fachadas nice, bardas, torres eléctricas, tinacos, casetas, puentes, vagones de ferrocarril, tráileres, carros abandonados, cortinas metálicas, bodegas donde espantan, autobuses. En fin, las tetas y vientres de sus novias. Con auténtico y barroco horror al vacío, los grafiteros le tiran a todo lo que se mueva o no se mueva. Salvo una notable excepción: los vagones del Metro, que sí son pintados, pero no circulan hasta nueva orden. Los grados de complejidad del grafiti van desde caligrafía de implicaciones arcanas y chinescas (considerada vandálica) hasta auténtico arte mural (''piezas'', ''caractéres'') en las tierras de Memín Pinguín y los tres grandes muralistas, que como se sabe fueron muchos más.
El número no hace anónimos a los ''bombers''. De hecho, el meollo del arte callejero está en escribir el nombre propio (no el de pila, sino el elegido: Saker, Kasta, Actor 2, Stick, Skier, Manía, Oeres, Rapto, Spark, Caer, Kiser, Oremos, Virus, Slim, Yakul, Wens, Torpe, Chok). Los neonombres tampoco tienen límite. Y como reza una barda en Tlalpan: "Un muro sin grafiti no es un muro".
Estos "escritores" desafían especialmente a poderes ultraconservadores tipo el nene Estrada Cajigal en Morelos. Pues el movimiento es nacional (de hecho, mundial). Recientemente, en la ciudad de Cuautla se han distribuido volantes anónimos que dicen: "Atención ciudadano, si amas tu ciudad y deseas una vivienda limpia y honesta, mata a un grafitero". Bárbara Martínez Moreno, lectora de la columna Dinero de La Jornada, informó el 30 de junio que en Morelos las autoridades acaban de tipificar el grafiti como delito, ''y a un chavo que reincide lo pueden entambar tres años sin derecho a fianza''.
El grafiti no es un juego de niños. Ya no. Los que lo practican se la rifan. Por amor al arte. Ellos dicen que por la adrenalina. Los ilegales, también llamados vándalos, ''pintan casi el cielo en un espectacular con las luces de la policía alumbrándoles los talones'', expresaba Luis Cromvar en el fanzine Rayarte, de noviembre de 2003.
Tribus peregrinas, los grafiteros recorren las calles, fábricas y ruinas instantáneas del DF (y Oaxaca, Tlaxcala, San Luis Potosí, Acapulco, Neza, Tijuana, Monterrey, Juárez, Ecatepec) armados con gises, marcadores y aerosoles de ''plumas'' polimorfas, y en un mundo donde son fantasmas arremeten contra lo que se les aparezca. Algunos malabaristas arañan alturas del Periférico, plantas de energía, anuncios panorámicos, azoteas de unidades habitacionales. Es el arte de vivir en el planeta calle, donde la represión, el desempleo, la delincuencia, la desigualdad, la anomia, la masificación... Donde loca o no pero desafiante, la vida sigue y la cosa consiste en inscribir dondequiera tu nombre secreto, el más propio que existe.
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