México D.F. Lunes 5 de julio de 2004
Protesta "por intervenir el Gobierno
del Distrito Federal en un negocio particular"
Una vez más la empresa de la Plaza México
cancela temporada de novilladas
El derecho de apartado, trasfondo de la decisión
Novilleros y público, los rehenes
LEONARDO PAEZ
Enésima prueba de que a los seudopromotores taurinos
de la Plaza México no les interesa dar espectáculo sino en
sus propios términos y no en los que establece la ley, la temporada
de novilladas 2004 en dicho coso fue cancelada oficialmente por la empresa,
luego de la reunión sostenida el viernes pasado entre César
Cravioto, director de Concertación Política del Distrito
Federal, y los representantes de los diferentes sectores taurinos.
Acostumbrada hace varios años a posponer el inicio
de la temporada chica o a cubrir ésta con festejos sin pies ni cabeza
luego de varios meses de retraso, la calamitosa empresa no es la primera
vez que cancela las novilladas como incivil recurso para presionar a unas
autoridades no por tardías en su intervención -siempre después
de que terminó una temporada grande- menos firmes en sus decisiones.
La
razón de fondo de tan voluntariosa medida por parte de la empresa
Plaza México, SA, es que el actual Gobierno del DF no sólo
rechazó una ridícula propuesta de reglamento taurino autorregulatorio
presentada en agosto de 2003 por Herrerías y sus subordinados -Asociación
Nacional de Matadores, Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros
y Asociación Mexicana de Empresas Taurinas-, sino que en febrero
de 2004 el gobierno de Andrés Manuel López Obrador decretó
que los poseedores de derechos de apartado en la Plaza México lo
serían a perpetuidad.
Esta medida, a partir de las reiteradas irregularidades
e incumplimientos de la empresa, significa para el seudopromotor dejar
de percibir antes de cada temporada seudogrande entre 18 y 20 millones
de pesos, independientemente de la calidad del elenco anunciado, que obtenía
por el gracioso concepto de "canje" de tarjetas del derecho de apartado.
La empresa, con la autocomplacencia de siempre, alegó
que tan pingües cuanto improcedentes ganancias eran por "un servicio
que ofrecía al aficionado", cuando en realidad tradicionalmente
ha sido para cubrir, íntegro, el costo de seis de las 12 corridas,
como mínimo, a que obliga el reglamento a la empresa licenciataria.
Que con las otras seis no sepa cómo llenar la plaza es su problema,
no del público.
En la más reciente actualización del reglamento
taurino, no por revisado menos incumplido, el artículo 13, fracción
V señala: "el tenedor de la tarjeta de derecho de apartado que no
cubra el monto correspondiente a la temporada autorizada perderá
el apartado de la localidad para esa temporada, pero mantendrá dicho
derecho en los siguientes periodos de canje a través de la tarjeta
correspondiente, excepto cuando no cubra el monto correspondiente durante
tres temporadas consecutivas. En ese caso sí perderá el citado
derecho".
Es decir, que la nueva normativa todavía le otorga
tres temporadas de ensayo y error al seudoempresario en las cuales, con
imaginación, profesionalismo y mercadotecnia, pueda mejorar su oferta
de espectáculo y hacer que los derechohabientes, por convicción
y no obligados, canjeen sus tarjetas.
Así, ¿cómo van a estar enojados los
tenedores de derecho de apartado si por fin la inversión que hicieron,
ellos o sus antepasados -un derecho de apartado de barrera de primera fila
de sombra puede costar un millón de pesos-, por fin va a tener sentido?
Tampoco se trata de proteger a aficionados multimillonarios
o famosos, que antes que la fiesta de toros les interesa lucirse y salir
en la foto, sino acotar mínimamente -lo definitivo sería
revocar la licencia de funcionamiento del semiutilizado inmueble- a los
frenéticos autorregulados que pretenden convertir la tradición
taurina de México en un negocio particular, así no tengan
la menor voluntad -¿o capacidad?- de manejarlo con éxito
artístico y económico.
El colmo de esta cadena de incapacidades empresariales,
unida por una modesta inversión en publicidad, anuncios espectaculares
y programas de mano, es que el seudopromotor, en vez de intentar reunir
lo que graciosamente obtenía por el derecho de apartado mediante
una temporada de novilladas atractiva, ¡decide cancelar ésta!
Lo que hace tiempo perdió de vista el intocable
promotor es que sacar a la gente de un espectáculo es muy fácil,
lo verdaderamente difícil es volverla a meter.
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