México D.F. Martes 6 de julio de 2004
José Blanco
RIES
Cada vez que pretendemos reformar alguna institución, abrimos un "debate" en el que con frecuencia habrá quien diga que se dice lo que no se dice, y habrá quien se envuelva en la bandera nacional para arrojarse al vacío si le parece preciso, a fin de que nada cambie.
Los reformadores resultan tecnócratas, o neoliberales, o entreguistas; y para éstos los primeros -que se autodefinen como progresistas o alineados en la izquierda- aparecerán como los verdaderos conservadores.
Es el turno de la escuela secundaria. Algunos críticos han sustraído la asignatura de historia de un proyecto denominado Reforma Integral de la Escuela Secundaria (RIES), la han encontrado "mutilada", y han lanzado la alerta: nos quieren robar la identidad. El debate no ha llegado a ser tal en ningún momento, se ha transformado en una forma de tiro al blanco al gobierno, y es casi imposible hallar un caso de quien esté dispuesto a hacer una reflexión sensata y sincera sobre el programa de enseñanza de la historia, en su contexto. En este momento ya sobran los abajo firmantes que dicen que el proyecto quiere eliminar la enseñanza de la historia. Sólo nos falta el índice que señale que en el fondo lo que se quiere es eliminar la escuela secundaria.
Por su parte, el gobierno parece incapaz de tomar la iniciativa, presentar en tiempo un diagnóstico adecuado del tramo escolar que quiere reformar, proponer y discutir con la sociedad los objetivos de la mejor reforma posible y establecer una vía de trabajo que legitime al máximo los resultados. Cuestión esta última, en este caso, sumamente difícil en un país en el que las discusiones sobre la historia constituyen en los hechos arrebatos ideológicos sobre el presente. Esa es nuestra horriblemente alambicada realidad.
Por supuesto, la tradición autoritaria de todos impide pensar en la estructuración de un curso de historia que incluya la existencia de puntos de vista divergentes sobre determinados tópicos históricos. Para todos debe prevalecer "mi punto de vista", porque ésa es "la verdad histórica".
En casi todo el mundo -desde luego en los países desarrollados- la escuela secundaria y lo que aquí llamamos preparatoria constituyen el nivel 2 de la enseñanza escolarizada y están debidamente integrados en un solo nivel. El objetivo de este nivel es preparar a los jóvenes para la vida: adquirir la información básica sobre el conocimiento acumulado por los humanos, hacerse de los valores necesarios para una convivencia civilizada y democrática, dominar los fundamentos de los lenguajes primarios -el idioma madre y las matemáticas-, saber hablar, leer y escribir, conocer los fundamentos del pensamiento lógico. Estar listo para incorporarse a una vida productiva que no requiera especialización.
Muchos ciudadanos en México saben que de eso se trata el nivel 2, pero autoridades y sociedad han sido incapaces de integrar y reorganizar ese nivel clave de la vida social. Y eso es lo que tendríamos que hacer. Pero no lo haremos porque, antes que la organización racional de la escuela, en este país se imponen los intereses de grupos y sindicatos que medran en el espacio educativo.
El nivel 2, además, es un tramo propedéutico: enseñanza que prepara para el aprendizaje de una disciplina particular. Los contenidos de los cinco, seis o siete años del nivel 2 (varía en los distintos países) han de estar coherentemente relacionados con los contenidos del nivel 1 (enseñanza elemental). Aunque hasta Perogrullo sabe bien todo eso, nosotros nos rasgamos las vestiduras por el contenido de una asignatura, del primer tramo del nivel 2, tomada aisladamente.
Bien harían los críticos en enterarse de lo cercenado que se halla el programa de matemáticas, por ejemplo. Se trata de un escándalo mayor. Los jóvenes que terminan el nivel 2 tienen un ligero barniz de las matemáticas del siglo XIX (algo de cálculo diferencial, de números complejos y alguna notación sobre conjuntos finitos), y pare usted de contar. En esta asignatura no ha llegado el siglo XX a México en los albores del XXI. El alcance de las implicaciones, significados y consecuencias de esta aberración no puede ponerse en palabras.
Al incorporarse al nivel superior, los alumnos no sólo no saben historia; su conocimiento del español es terriblemente rudimentario en la lectura, y peor en la escritura y en el habla. En matemáticas saben poco o nada de la matemática del siglo XIX.
De modo que el "debate" que hemos dado sobre la enseñanza de la historia es un chiste muy malo al lado de las gigantescas carencias del sistema educativo en su conjunto. Hace años, por ejemplo, que el modelo pedagógico de la telesecundaria es sustancialmente más efectivo que el de la escuela convencional, pero la telesecundaria vive en la más excluyente marginalidad porque está dirigida a los más pobres de los pobres, aunque absorbe a más de 20 por ciento de la población escolar total del tramo escolar referido.
La RIES es un pedacito de una tragedia inmensamente mayor.
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