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México D.F. Martes 6 de julio de 2004
Pastelito y Elizabeth, atractivos de la temporada
Regresa el circo Atayde Hermanos a su local de la calzada
de Tlalpan
JAIME WHALEY
No sin un dejo de nostalgia, luego de 44 años de
ausencia, el Circo Atayde Hermanos volvió a su propio local de la
calzada de Tlalpan, donde se presentará por las próximas
siete semanas en virtud de las vacaciones escolares.
El Atayde, el único, epíteto que se cuelga
para diferenciarse de otros que llegan a utilizar el nombre de gran raigambre
en el ámbito del espectáculo, regresó a un espacio
al que muchos de los hoy abuelos llegaron a ir de niños, cuando
en vez de Metro por en medio de esa arteria circulaban los ruidosos tranvías
que hacían el circuito Zócalo-Xochimilco o a la misma villa
de Tlalpan.
Desde
luego que muchas cosas han cambiado desde entonces y, entre ellas, los
actos de circo y la parafernalia misma también, pues, por ejemplo,
de la carpa anaranjada -color distintivo de la empresa- de lona sostenida
por pesados postes de hierro y amarrada con cables de henequén,
se ha pasado a una más rígida, de plástico azul, apenas
soportada por cuatro torres suficientes para abrir esta sombrilla que se
amarra con hilos de nylon, que presenta más resistencia a los tres
elementos: agua, viento y fuego.
"Cuando llegamos aquí, en 1955 -refiere Andrés
Atayde, uno de los propietarios-, mucha tierra todavía era de milpas."
El empresario agrega que para 1961 dejaron ese terreno, pues el entonces
regente de la ciudad, Ernesto P. Uruchurtu, ya no extendió permisos
a los circos extranjeros que se presentaban en la Arena México,
por lo que el Atayde se fue a aquel recinto.
De lo poco que se conserva de aquellos tiempos está
el hecho de que el circo se presentaba en invierno (diciembre, enero y
parte de febrero) cuando eran las vacaciones de los escolapios, hoy se
retoma la idea de presentarse en período de asueto salvo que ahora
ocurre durante el verano.
Una docena de actos conforman el programa de esta temporada
en la que los Anastasini, pulsadores de Italia y México, y el clown
chileno Pastelito llevan la parte estelar de las funciones en las que,
desde luego hay presentaciones para todos los gustos, desde los papás,
que recrean pupila con las blondas beldades del número de apertura
hasta los pequeñines que no salen de azoro ante la enormidad de
los elefantes; mamá también entra cuando admira a los musculosos
trapecistas y de reojo soslaya el abultado vientre de su viejo.
Elizabeth, una experimentada alambrista cubana atrae la
atención cuando por la tensa cuerda, a escasos cuatro metros de
altura, hace rodar, con los pies, una especie de rin de bicicleta, sin
nada que la asegure o la proteja en caso de caer. El pequeño Josafat
Garner, a sus 12 años, piensa seguir los pasos de su padre y se
ha adentrado ya en los secretos de la doma, o más bien entrenamiento
de animales. Trabaja con dromedarios llamas y Chip, el diminuto,
pero entendido pony.
Chancleta y Lentejuela, tienen a su cargo un par de intervenciones
cómicas, el dúo Valencia -ella y él- vuela enredado
en una sábana; Alberto Atayde maneja los siete caballos palominos,
y Marlon Tzabo asombra al público con sus tanto vistosos como increíbles
actos malabares en los que maneja sin mácula las clavas, unas pelotas
y los anillos.
Un desliz tiene el programa, y es de lamentarse, pues
el público se debe imaginar quien actúa, pues se carece de
información al prescindir de un anunciador -¿será
signo de los nuevos tiempos del circo?- que dé a conocer los números
y tampoco hay carteles que hagan alusión a los artistas. Sin embargo,
las funciones ocurren a diario, de lunes a sábado a las 17 y 20
horas, mientras los domingos son al mediodía, a las 16 y 19 horas.
Los precios van de los 50 a los 250 pesos. Tlalpan 855, cerca de la estación
del Metro Villa de Cortés.
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