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México D.F. Domingo 11 de julio de 2004
Néstor de Buen
La obligación de mandar
Entre las obligaciones que tiene quien, de alguna manera, asume la responsabilidad de dirigir una empresa, la más importante en mi concepto es saber mandar. Eso supone dirigir el trabajo de cada colaborador y, además, coordinar las actividades del grupo que asume las responsabilidades en un segundo plano. Porque dejar a la iniciativa de cada uno el manejo de sus deberes puede dar lugar a que el mando se descoordine, se peleen unos con otros y el resultado final sea desastroso.
Mandar supone también oír, analizar perspectivas, decidir en conjunto las cuestiones más importantes, pero, previamente, conocer el parecer de cada responsable para que la discusión colectiva pueda tener sentido.
No es fácil mandar. Si el mando no va unido a la experiencia de haber obedecido antes, las consecuencias pueden ser lamentables. Tampoco es fácil saber obedecer. Ni fácil ni cómodo. Exige conciencia de que por encima de una opinión personal, una vez discutido el tema con quien tiene la facultad de mandar, se asuma la responsabilidad de acatar la decisión superior.
En mi corta pero excepcionalmente importante experiencia militar: un año de conscripto en la Tercera Compañía Divisionaria de Transmisiones, allá por Cuatro Caminos (1944) en lo que había sido el Casino del Foreign Club, además de que logré una mexicanización por inmersión, aprendí a obedecer. Si quien mandaba tenía una cinta más, demostrativa de una superioridad sobre mi escasa cinta de cabo operador de tercera, no importaba que yo haya tenido entonces la experiencia de un estudiante de primer año de la carrera de derecho, porque el sargento segundo, sin ilustración, con educación elemental, representaba el mando. Eran, además, tiempos de guerra, cuando la disciplina militar es mucho más exigente.
De nuestra experiencia política reciente, me refiero por supuesto a la del país en su conjunto y no a la mía, lo que me parece más importante, recordando la carta extensa de Alfonso Durazo, es que no se puede gobernar sin mandar. Y a Vicente Fox, por quien siento afecto por muchas razones más allá de cualquier discrepancia política, lo que le ha faltado desde el primer día ha sido asumir la responsabilidad fundamental de dirigir el país.
Es obvio que el mundo moderno reclama una interrelación entre los países. Aquella práctica que supongo compartieron Lázaro Cárdenas y Manuel Avila Camacho de no salir del país durante su mandato, no es concebible hoy. Pero tampoco puede pensarse que un Presidente es, simplemente, un agente de ventas y que debe andar por el mundo ofreciendo nuestras mercancías, cuando los problemas nacionales son ya agobiantes y la inquietud política, económica y social crea tensiones que no pueden resolverse desde el avión presidencial, afirmando en rueda de prensa que todo va muy bien, que el desempleo está siendo superado, que el crecimiento económico está a la vuelta de la esquina y que gracias a la democracia México ocupa un lugar preponderante.
Leo unas declaraciones de Leonardo Rodríguez Alcaine, muy de su estilo, que por un pudor idiota no reproduzco en sus términos. Pero el presidente vitalicio del Congreso del Trabajo y de tantas cosas, ha dicho con claridad enternecedora que no funciona la generación de empleos formales, que como van las cosas corremos el riesgo de caer en la ingobernabilidad y que el tema López Obrador debe manejarse "en el marco de nuestra Constitución, porque de otra forma nos meteremos en camisas de 11 varas", según nos cuenta esa preciosa reportera que es Fabiola Martínez.
Dicen que cuando Vicente Fox gobernaba el estado de Guanajuato se reunía con sus más cercanos colaboradores los lunes, y el resto de la semana lo dedicaba a sus giras nacionales o internacionales. Yo supongo que esa fórmula tiene reminiscencias comerciales y parte de un supuesto: yo sugiero u ordeno y cada quien debe asumir las consecuencias de que no se logren los resultados esperados.
Quizá para la venta de productos comerciales eso pueda funcionar, pero donde no funciona es en el manejo de los problemas políticos. La facultad de mandar debe ir acompañada de la permanente fiscalización de que las cosas se hacen como es debido y con la posibilidad de modificar los planes de trabajo si no salen como se había supuesto o se producen acontecimientos nacionales o internacionales que cambian las previsiones.
Las circunstancias de la vida me han impuesto la tarea, modesta de verdad, de crear un pequeño mundo de trabajo en el que mi responsabilidad mayor es dirigir y fiscalizar, dejando una clara libertad para que cada quien cumpla con su deber, pero un ojo alerta para comprobar que se hacen bien las cosas. Y cuando por algún motivo tengo que separarme momentáneamente del despacho, la vigilancia a distancia puede ser más intensa que la que deriva de la presencia física. Los generosos medios de comunicación lo permiten.
Mi impresión, que la carta de Durazo confirma, es que en el gobierno impera el desorden; que no hay coordinación en los esfuerzos; que el Presidente no dirige sino, simplemente, representa, y que los conflictos entre los integrantes del gabinete son más que frecuentes. Las múltiples renuncias lo dicen claramente.
Creo que Leonardo Rodríguez Alcaine tiene razón: el riesgo, que ya es realidad actual, es la ingobernabilidad. Vicente Fox aún puede poner remedio al desorden. Es cuestión de trabajar un poco más. Aunque tengo dudas intensas de que lo haga.
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