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México D.F. Lunes 12 de julio de 2004
Armando Labra M.
Corchos
Al cumplir siete meses el actual gobierno en 2001, escribíamos que ya había concluido el sexenio foxista. Desde entonces estaban presentes los rasgos de fin de gobierno mexicano: el Presidente carecía de posibilidades anticipatorias y, desde luego, resolutorias de problema alguno; dejaba de ser referencia política obligada, sus declaraciones no eran tomadas en cuenta, el gabinete actuaba descoordinadamente, la sucesión ocupaba el interés político fundamental.
Estos rasgos característicos de todo fin de sexenio eran ya claros entonces y ahora son abrumadores. Lo que describió Alfonso Durazo en su despedida en realidad ya lo sabíamos todos o, mejor dicho, lo padecemos, pero siendo reconocido por el alter ego del Presidente, su secretario particular, resulta una confirmación explosiva que no se puede minimizar. Así lo ha percibido no sólo la nación, sino el mundo, y basta con ver la prensa internacional relacionada con la visita presidencial a Sudamérica, el desplegado argentino del empresario mexiquense, etcétera.
El gobierno del señor Fox se ha convertido en un simple corcho que flota con el rumbo de las olas, que en 2001 eran tenues y que ahora se han convertido en marejada, conduciendo a la terrible conclusión de que, por su total enajenación respecto de su propia realidad, el titular del Ejecutivo es prescindible. Lo han registrado con claridad las organizaciones empresariales más conservadoras, las cuales de inmediato han manifestado que cerrarán filas con el "gobierno de empresarios para empresarios" como lo definió el propio presidente Fox.
Las implicaciones de tal prescindibilidad son inéditas en nuestro país, pero no por ello debemos cerrar los ojos y soslayarlas. La gama de escenarios posibles no es tan amplia, pero sí escalofriante, y tiene que ver no sólo con la política nacional, sino con las mesas de México en Washington, que inciden en los asuntos políticos y económicos de nuestro país desde siempre, pero cada vez más en tiempos recientes.
ƑQué puede interesar en Washington? En su perspectiva de largo plazo, hace más de 20 años desde allá se ha prohijado un esquema bipartidista a imagen y semejanza del estadunidense, donde prevaleciera la alternancia PRI-PAN. En el camino nació el PRD con recientes y crecientes posibilidades de participar y quizás ello explica la virulencia contra su más visible candidato.
Se puede apreciar que, en efecto, las elecciones de 2000 causaron una alternancia, pero no propiamente favorable al PAN, sino al señor Fox y su círculo de parientes y amigos. Es difícil incluso para los panistas reconocer que gobiernan. Peor aún, la gestión foxista abate, día con día, la posibilidad no sólo de que lo hagan ahora, sino en 2006. Para buena parte del panismo, el factor de prescindibilidad del señor Fox no es desconocido ni acaso indeseable.
Pero una pregunta crucial es si tal factor tiene peso político en Washington. En su visión de la alternancia mexicana, sólo les quedarían tres vías para su proyecto: fortalecer al PAN prescindiendo de Fox en lo que resta del sexenio; dejar flotar el corcho y vigorizar la presencia de panistas en el aparato gubernamental -cosa que está sucediendo-; o resignarse al regreso del PRI y posponer la alternancia con Acción Nacional hasta 2012. Sólo en condiciones extraordinarias, que podrían darse con base en una amplia movilización social, cobraría posibilidades la lulificación de México con el PRD.
También como opción extraordinaria estaría el surgimiento de candidaturas ciudadanas ajenas a los grandes partidos, las cuales no contarían con los aparatos electorales experimentados que hacen posible que los comicios se lleven al cabo con alguna certidumbre de éxito para cualquier candidato. No parece ser que este tipo de alternancia sea considerado seriamente en el diseño de Washington, aunque sí para muchos mexicanos.
Ciertamente lo que los mexicanos repudiamos es un gobierno corcho, y por primera vez estamos en la urgente necesidad de asumir una postura no sólo comprometida, sino informada y reflexiva sobre los procesos políticos, que sólo nosotros debemos definir y decidir. Es claro que sufriremos injerencias externas en la medida en que sigamos dispersos y confusos, más entretenidos en las moronas del chisme palaciego y menos en la repercusión histórica y política de nuestras propias decisiones.
Los partidos políticos juegan un papel determinante, pero hasta ahora no han sido capaces de formular lo esencial, que consiste en sus respectivos proyectos para la nación. Emulan, dramáticamente, la condición del corcho.
Sin sus propuestas se profundiza la superficialidad en el tratamiento del destino del país en tiempos en que prevalece un grave deterioro de la institución presidencial, un contexto interno pletórico de ineficiencias e interrogantes y un entorno mundial que proyecta más el desprestigio que las fortalezas de México, que sin duda son suficientes para remontar el trance que vivimos, pero que requieren el concurso inteligente, propositivo y visionario de todos nosotros. Pero ya.
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