México D.F. Lunes 12 de julio de 2004
José Cueli
Muerte envuelta de fiesta
De los corrales de Santo Domingo por la calle de Mercaderes y la curva de la calle Estafeta, a la plaza de toros, van los bureles en medio de los mozos pamplónicos, en la famosa feria de San Fermín. Toros que, en ocasiones, dan en el clavo y aparece el drama de la muerte envuelto en el jolgorio festivalero. Lo espléndido de esta forma de torear colectiva es que los mozos entre galleos y recortes con periódicos enrollados a forma de banderillas, hacen del trayecto un irresistible centro de atracción mundial de una fiesta brava a la baja.
Las corridas de los toros en Pamplona regresan la emoción, factor central del toreo. Aire de fiesta y muerte que trasciende la vida de esta pequeña provincia española. Aire que año con año se singulariza y encuentra su eco y trascendencia por el regusto y cachondeo con que se mira y admira la fiesta que esconde la muerte y la torna universal.
Pamplona y sus cantos, comidas, bebidas, miel que se escurre, atrae a gente de todo el mundo y arranca las manifestaciones más contradictorias de cuantos la conocen en su propio "ajo arriero". Fiesta mágica sin precedente que tiende la más sutil emoción en que quedan atrapados todos los elementos de la esencia de la vida que es muerte.
Cerrada la carrera y encerrados los toros para la corrida "oficial", el toreo sigue a la baja por un desfiladero que resuma vulgaridad, esclerosis, rutina: toros descastados y toreros sin chispa. Excepción, los de Cebada Gago. Nuevamente los mozos en la plaza salvan la fiesta con sus cantos, bailes, comidas y amoríos, y a beber, beber y esperar el correteo del día siguiente en que la muerte se esconde en el cachondeo. La vida que espera la muerte, la muerte que se defiende con la vida.
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