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P O L I T I C A
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México D.F. Jueves 15 de julio de 2004

Soledad Loaeza

Elecciones en tiempos de guerra

El 25 de julio da inicio la convención en la que el Partido Demócrata formalizará las nominaciones de la fórmula que competirá en la elección presidencial del próximo mes de noviembre. No habrá sorpresas. John Kerry y John Edwards serán, respectivamente, los candidatos demócratas a la presidencia y vicepresidencia de Estados Unidos. Tienen a su favor la creciente unidad de un partido que está determinado a derrotar a George W. Bush; los legisladores demócratas, la organización partidista, sus líderes más distinguidos -Ted Kennedy, Al Gore, Bill Clinton- están participando activamente en la formación de un poderoso bloque, tan monolítico como posible, capaz de echar abajo el búnker que los republicanos han construido en los últimos cuatro años con el fin de afianzar una mayoría republicana de larga vida. La causa demócrata también cuenta con la pasión que a muchos inspira la idea de que George Bush no es un presidente legítimo, porque consideran el dudoso triunfo republicano en 2000 una mancha inaceptable en las instituciones democráticas de Estados Unidos.

La causa demócrata puede verse favorecida, sobre todo, por la creciente que en las últimas semanas ha estado formándose en torno al rechazo a la guerra de Irak. Este movimiento no es mayoritario. Más todavía, hasta ahora ha sido uno de los puntos de fractura de un electorado que parece estar dividido por mitades iguales, y cuyo perfil definitivo decidirá 5 por ciento de los votantes indecisos. Lo importante es que la guerra de Irak es un asunto cada vez más prominente en la campaña electoral.

Históricamente, en Estados Unidos los electores se han movilizado sobre todo en torno a temas de política interna. Un patrón de comportamiento que no deja de sorprender al resto del mundo en vista de la importancia capital que la política exterior americana tiene para los equilibrios internacionales, y para el destino de muchos países cuyo nombre es incluso desconocido para los votantes estadunidenses.

Es el de Estados Unidos un caso curioso de un imperio sin ventanas. Aún así, pese a la ignorancia geográfica de la mayoría y de su indiferencia hacia lo que ocurre fuera de sus fronteras nacionales, y hasta de los límites de su comunidad inmediata, en las elecciones de este año un país tan lejano y ajeno a Estados Unidos como Irak, se está abriendo paso en las preocupaciones de los votantes y es muy probable que influya sobre su decisión en noviembre. Así lo sugiere el espacio que la prensa nacional dedica a la invasión de Irak; también aparece diariamente en los noticieros televisados, y en días recientes ha sido la materia de las primeras escaramuzas entre Kerry y Bush. La guerra es el tema de la furibunda película de Michael Moore, Fahrenheit 9/11, que ha atraído a cientos de miles de espectadores por todo el país, aunque muchos piensan que Moore predica sólo para los creyentes, y que fracasará en su intento de modificar las preferencias electorales.

Lo que es indiscutible es que la próxima elección en Estados Unidos tendrá lugar en un contexto de guerra que inspira reacciones patrióticas, sentimientos de venganza, deseos de reafirmación patriótica, pero también miedo. Todas abonan a la incertidumbre. Muchos de aquellos que después del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York apoyaban ciegamente la guerra contra el terrorismo, ahora empiezan a tener dudas, cuando miran los costos de la guerra, sobre todo el número de soldados americanos muertos o heridos, o cuando son informados por el mismo gobierno de que persisten amenazas terroristas en territorio de Estados Unidos o contra estadunidenses en el exterior. Otros más comprueban horrorizados la deshumanización que trae la guerra y los escándalos de la prisión de Abu Ghraib, que han sido como una lluvia de granadas sobre la autoridad moral de Estados Unidos. Consideraciones de esta naturaleza están llevando a cabo una labor de zapa en la presidencia de Bush; sin embargo, persiste el miedo y la idea de que es muy peligroso un cambio de liderazgo en una situación de crisis.

En toda campaña de relección el presidente en funciones tiene muchas ventajas, que pueden resumirse en la simple movilización de los recursos públicos; en las elecciones de noviembre el presidente Bush, jefe de las fuerzas armadas, puede beneficiarse del exacerbado patriotismo americano que demanda el apoyo unánime al líder, y una confianza absoluta en sus decisiones; pero, por otra parte, si la oposición a la guerra crece en las próximas semanas, el rechazo a los costos de la invasión de Irak puede destruir las aspiraciones de liderazgo de Bush.

A pesar de que el triunfo del partido demócrata en la próxima elección es una apuesta difícil, el que la guerra de Irak tenga un lugar prominente en la campaña, ha obligado a Bush a pasar a la defensiva. No puede evitar referencias que exageran los lazos -no probados- entre Hussein y Al Qaeda; los rumores de una posible sustitución de Dick Cheney en la vicepresidencia con el popular senador republicano, John McCain, sería un movimiento defensivo. Si este tono sube en las próximas semanas, es probable que el nombre de George Bush se sume a la lista de los caídos en Irak.

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