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Obituario   - NUEVO -

M U N D O
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México D.F. Martes 20 de julio de 2004

Salir de la capital, un peligro; no hay policías ni militares; Allawi, lejos de ejercer el poder en el país

El gobierno iraquí designado por EU sólo controla Bagdad

Tras padecer a Hussein, sanciones de la ONU y una invasión, los pobladores ahora viven inmersos en la anarquía La resistencia controla cientos de kilómetros alrededor de la ciudad

ROBERT FISK THE INDEPENDENT

Bagdad, 19 de julio. Es como la segunda parte de Afganistán. Este lunes, kilómetro tras kilómetro al sur de Bagdad, la historia era la misma: puestos de policía va-cíos, retenes abandonados por el ejército y la policía iraquíes, una hilera interminable de carros tanques estadunidenses quemados y vehículos policiales destrozados a lo largo de la carretera que va a Hilla y Najaf.

Funcionarios del gobierno iraquí y diplomáticos occidentales advierten a los periodistas que eviten salir de Bagdad: ahora veo por qué. Es peligroso. Pero el recorrido que realicé lleno de temor por la autopista 8 -escena del asesinato de por lo menos 15 occidentales- me demostró que el gobierno iraquí designado por Washington controla muy poco del territorio que se extiende al sur de la capital. Sólo en la ciudad musulmana sunita de Mahmoudiya -donde la semana pasada estalló un coche bomba afuera de un centro de reclutamiento militar- llegué a ver policías iraquíes.

Iban en un convoy de 11 pick-ups destartaladas, apuntando con rifles Kalashnikov a las multitudes que los rodeaban, metiéndose por el carril de contraflujo cuando quedaban atrapados en un embotellamiento de tránsito, obligando a los automovilistas a hacerse a un lado a gritos y a punta de rifle. No era una columna de temerosos estadunidenses: era la nueva policía iraquí de uniforme azul, con los rifles dirigidos también a las ventanas de las casas y tiendas y a las muchedumbres que pululaban a su alrededor.

En Iskanderilla vi dos hombres armados cerca de la carretera. No sé por qué se molestaban en estar allí. La policía ya había abandonado su puesto, situado a unos metros.

Sí, es un comentario vergonzoso sobre nuestra invasión de Irak -recordemos con solemnidad las "armas de destrucción masiva"-, pero, sobre todo, es una tragedia para los iraquíes. Soportaron al repulsivo Saddam. Resistieron las vergonzosas sanciones de la ONU. Padecieron nuestra invasión. Y ahora tienen que aguantar esta anarquía a la que llamamos libertad.

En Bagdad, por supuesto, fue la historia de cada día: un atacante suicida mató a 15 iraquíes e hirió a 62 al volar su bomba de combustible cerca de una estación de policía, y un oficial del Ministerio de la Defensa fue asesinado a las puertas de su casa. Y a tono con el País de las Maravillas en el que vive el nuevo gobierno iraquí, fueron designados 43 nuevos embajadores para distintos países.

Pero ¿a quién representan esos diplomáticos? ¿A Irak? ¿O sólo a Bagdad? Después de la ciudad de Hilla, me crucé con policías y un puñado de soldados del nuevo ejército iraquí. En Kufa insistieron en escoltar mi coche hasta la ciudad santa de Najaf. Pero cuando faltaban kilómetros para el centro se dieron media vuelta y me dijeron que, conforme a los términos del cese del fuego con el ejército del Mehdi de Moqtada Sadr, no podían seguir adelante. Tenían razón. La milicia de Sadr, que los estadunidenses prometieron "destruir" en abril pasado, resguarda la antigua ciudad, las calles principales que conducen a la mezquita y la entrada a la gran capilla del imán Alí.

De hecho, muy dentro de esa maravillosa contribución de mosaicos dorados a la arquitectura islámica, en una oficina dotada de aire acondicionado, repleta de vasijas chinas y alfombras iraníes, encontré al hombre que ayudó a trazar el mapa de la retirada del ejército estadunidense después de que abandonó el cerco que había puesto a las fuerzas de Sadr.

"Los estadunidenses nos dieron un mapa y nos preguntaron qué caminos podían patrullar", me contó este lunes en la capilla el brazo derecho de Sadr, el jeque Ali Smiasin, tocado con un turbante. "Me senté con otros miembros de la Beit Shia (la casa de los chiítas, que combina cierto número de grupos políticos locales, inclusive el partido Dawa) y elegimos los caminos donde los estadunidenses tienen permitido realizar sus patrullas. Luego les devolvimos el mapa y ellos aceptaron nuestras elecciones."

No me sorprendí. Las fuerzas estadunidenses se ven ahora sometidas a ataques cotidianos de la guerrilla y no pueden desplazarse a la luz del día por la autopista 8 ni, de hecho, hacia el oeste de Bagdad cruzando Fallujah o Ramadi. En todo el país, sus helicópteros no pueden volar a más de 100 metros de altura por temor de un ataque con cohetes -los insurgentes tienen poco tiempo para disparar cuando los helicópteros se acercan a alta velocidad y baja altura- y, salvo un solitario tanque Abrams A1M1 en un puente vehicular en los suburbios de Bagdad, sólo vi otro vehículo estadunidense en una carretera este lunes: un solitario Humvee que se dirigía por uno de los caminos acordados con el ejército del Mehdi de Moqtada Sadr. A lo lejos, tres helicópteros Apache avanzaban a salto de mata hacia el río Eufrates.

Que la muqawama -la resistencia- controle tantos centenares de kilómetros cuadrados en los alrededores de Bagdad no debe sorprender a nadie. El nuevo gobierno iraquí designado por Washington no cuenta con policías ni soldados para recapturar el territorio. Anuncia leyes marciales y escuchas telefónicas y prohibiciones de protestas y nuevos servicios de inteligencia, pero carece del personal y de la habilidad para convertir tales instituciones en algo más que sueños propagandísticos para periodistas extranjeros y para una población que ansía con desesperación algo de seguridad.

Asombroso acuerdo

Incluso el cese del fuego negociado por los estadunidenses con el ejército del Mehdi es asombroso en su alcance. Según el jeque Smiaisin, permitió que la policía retornara a sus retenes en las afueras de la ciudad y que los miembros de la milicia abandonaran edificios oficiales.

Vi que la policía estaba de nuevo en control de su estación en Kufa y encontré un gran hoyo causado por una bala de tanque en un muro, como recordatorio de los recientes combates. El artículo tres del acuerdo establece que nadie puede ser arrestado o capturado, el cuatro dice que no se deben llevar armas en público, y este lunes parecía que los milicianos lo acataban. El cinco y el seis señalan que las "fuerzas de ocupación" -los estadunidenses- deben volverse a sus bases y permanecer en ellas excepto en las pequeñas rutas de patrulla que pueden usar para llegar a esas fortificaciones.

Resulta pasmoso que la última cláusula -que aún estaba en debate cuando los estadunidenses "transfirieron" el poder al gobierno iraquí que crearon, el 28 de junio- impone el retiro de todos los cargos legales contra Moqtada Sadr por el homicidio de Sayed Abdul-Majid al-Khoi, cometido el año pasado. Cuando las autoridades de ocupación revelaron esas acusaciones, más de seis meses después de haberlas preparado en secreto, el segundo oficial en el mando estadunidense afirmó que con base en ellas sus fuerzas "mata-rían o capturarían" a Sadr.

Fueron, por cierto, los hombres de Sadr quienes con gran cortesía me recibieron este lunes en su puesto de control en Najaf y me llevaron a hablar con el jeque Smaisin en la capilla del imán Alí. El clérigo se quejó de que las tropas estadunidenses habían roto el cese del fuego en varias ocasiones. "Hace dos semanas, dos de sus Humvees se aparecieron afuera de la casa de Moqtada Sadr y los soldados se pusieron a interrogar a la gente. Les dijimos a nuestras fuerzas que no abrieran fuego, y protestamos cuando los soldados se retiraron."

Las fuerzas de Sadr -"una corriente pública", las llama el jeque Smaisin con inesperada discreción- sufrieron supuestamente menos de un centenar de bajas en los ataques de los estadunidenses, aunque éstos afirman haber dado muerte a 400 milicianos.

Smaisin tiene poco tiempo para tales estadísticas. "Lo que vemos en la ocupación es fuerza estadunidense con cerebro británico", afirma. "Es lo mismo que en la ocupación británica de Basora en 1914 y de Bagdad en 1917. Nuestro movimiento no puede ser vencido porque somos patriotas e islámicos, igual que las fuerzas que se oponen a la ocupación en las zonas sunitas de Irak. Los occidentales quieren instaurar un gobierno sectario, pero no lo aceptamos. Ahora tienen una insurrección desde Fao, en el sur, hasta Kirkurk, en el norte. Chiítas y sunitas estamos unidos. Y cualquier gobierno que no sea electo en comicios libres y honestos... bueno, pues está en problemas."

Así son las cosas, pues, para el gobierno de Iyad Allawi, aun si la insurrección chiíta es una sombra de la versión sunita. Pero la evidencia de mi recorrido de este lunes -a través de los ciudades sunitas del sur, que hace tiempo rechazaron el dominio estadunidense, hasta la más santa de las ciudades sunitas, donde sus propios milicianos controlan las capillas y los kilómetros cuadrados que las rodean- sugiere que Allawi controla una capital sin un país.

Me llevó dos semanas arreglar mi recorrido y viajé en mi automóvil con un clérigo musulmán, quien me apremiaba a ponerme a leer mi periódico en lengua árabe cada vez que en las atestadas ciudades se acercaban muchachos a venderle esponjas al chofer para lavar el parabrisas. Pasaban las esponjas sobre el vidrio y echaban una ojeada al interior, al parecer en busca de extranjeros. Su tarea era encontrar forasteros, pero no me vieron.

Sin embargo, lo que vi era mucho más perturbador: una nación cuyo gobierno domina sólo la capital, un país acerca del cual fantaseamos sin darnos cuenta del peligro.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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