México D.F. Martes 20 de julio de 2004
Bolivia: referéndum equívoco
El
referéndum realizado anteayer en Bolivia en torno a las condiciones
de explotación y comercialización de los hidrocarburos se
saldó, en una primera lectura, en un espaldarazo político
para el presidente Carlos Mesa, quien llegó al cargo tras la caída
de Gonzalo Sánchez de Lozada, el neoliberal que en su primer mandato
(1993-1997) desnacionalizó los recursos naturales del subsuelo boliviano,
y en el segundo (2001-2004) pretendió iniciar la exportación
a gran escala de gas natural, lo que generó la revuelta popular
que acabó con su gobierno, con un costo humano de más de
medio centenar de muertos.
Atrapado entre la determinación popular de impedir
el saqueo de los hidrocarburos por las trasnacionales que operan en el
país y las presiones de éstas y de los centros internacionales
del poder financiero, el gobierno diseñó un referéndum
con un cuestionario deliberadamente ambiguo y equívoco, cuyas respuestas
pudieran ser consideradas un triunfo tanto por los organismos sociales
y políticos que se oponen a la explotación del gas natural
del Altiplano como por los intereses trasnacionales empeñados en
exportarlo a México y Estados Unidos a través -lo que constituye
un agravio adicional al nacionalismo boliviano- de puertos que le fueron
arrebatados a Bolivia en la Guerra del Pacífico del siglo antepasado
y que actualmente pertenecen a territorio chileno.
El éxito del referéndum es harto cuestionable
desde diversos puntos de vista. En la lógica de la aritmética
democrática, las respuestas afirmativas que el gobierno esperaba
fueron ampliamente mayoritarias, pero debe tenerse en cuenta que sólo
40 por ciento de la ciudadanía acudió a votar, con todo y
que la participación en la consulta era obligatoria, y que 10 por
ciento de los sufragios fueron anulados o entregados en blanco. Las ambiguas
propuestas gubernamentales carecen, en síntesis, del respaldo de
la mayoría absoluta de los ciudadanos. No por ello pierden validez
formal, pero sí legitimidad y fuerza política.
Una de las preguntas fue formulada para remover a favor
del gobierno la reivindicación de la salida al mar (se pregunta
si se apoya una gestión oficial orientada a negociar con Chile una
salida al Pacífico a cambio de gas), pero su carácter demagógico
es evidente, toda vez que las autoridades de Santiago descartaron, de antemano,
cualquier propuesta en ese sentido. Otra habla de una recuperación
por el Estado de los derechos de comercialización de los hidrocarburos
a boca de pozo, que según una interpretación marginaría
a las trasnacionales del derecho de decidir a quién y en qué
condiciones vende los recursos, pero que según otra permitiría
la confiscación de gas y petróleo una vez extraídos.
Lo que nunca se planteó en el referéndum,
y que fue el detonador central de la revuelta que acabó con el gobierno
de Sánchez de Lozada, es el derecho de los pueblos indígenas
a decidir sobre los recursos naturales de sus propias tierras. Ese asunto
queda, pues, como una asignatura pendiente y como un foco de nuevos descontentos
-y acaso también de nuevas sublevaciones- en el altiplano de Bolivia.
El margen de negociación ganado por Mesa con el
referéndum se agotará en cuanto choquen, en el Congreso y
en las calles, las interpretaciones contrapuestas sobre el sentido de las
preguntas formuladas, y vuelvan a enfrentarse dos visiones del mundo difícilmente
conciliables: la de las trasnacionales y sus aliados locales y la de las
sociedades que ven en la protección y preservación de sus
recursos una clave de su sobrevivencia.
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