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México D.F. Miércoles 21 de julio de 2004
Carlos Martínez García
Lutero revisitado
Hombre de contrastes agudos, que enfrentó a la jerarquía católica y sus intereses religiosos, económicos y políticos. El mismo que al comprobar las fuerzas indeseadas que desató -como la sublevación de los campesinos alemanes que inicialmente lo tomaron de líder ideológico creyendo que su manifiesto reflejaba los postulados teológicos que llevaron al ex monje agustino a romper con Roma- se sintió atormentado y culpable de la insurrección y trágico desenlace en que terminó el levantamiento de 1525. Atisbos de esta contrastante personalidad nos llegan ahora vía la película Lutero, estrenada en México en unas cuantas salas y con poca publicidad.
No haré un análisis de los valores cinematográficos de la cinta, ni me ocuparé de criticar el desempeño de actores y actrices. Esta es una tarea de los especialistas que, por cierto, en distintas publicaciones han expresado sus pareceres. Mi acercamiento es sobre el tratamiento que se da al personaje histórico que emprendió una desigual lid contra el poder católico romano y sus dogmas. En primer lugar, me parece acertado que en el filme Martín Lutero sea reflejado con ambivalencias, dudas y hasta ciertas contradicciones. No se trata de una hagiografía, en la que se exagere las virtudes del personaje, en aras de presentarlo como súper héroe que nunca sentía temor. Las mejores obras históricas acerca de la vida y obra de Lutero, entre las cuales se encuentran la de Roland H. Bainton (Here I stand) y la de Heiko A. Oberman (Un hombre entre Dios y el diablo), describen al teólogo germano como un hombre de intensas luchas internas, muy consciente de que en sus críticas al poder del Papa se jugaba la vida.
El trabajo del director Eric Till es, hay que decirlo aunque parezca perogrullada, un tratamiento cinematográfico de un tema histórico sumamente complejo y fascinante. Por lo mismo siempre se pueden hacer críticas al filme, en el sentido de que falta este o aquel episodio de la vida de Lutero. La cinta requiere del espectador, para comprender mejor su desarrollo e implicaciones, un poco de conocimiento histórico de la época, primer tercio del siglo xvi. Al tratarse de una película y no de un documental, varios de los personajes y sucesos importantes se quedan sin ser identificados plenamente por quienes desconocen el periodo en que tienen lugar los acontecimientos narrados. Sin embargo, me parece que un público sensible podrá valorar el quid de la lucha de Lutero, aunque no sea experto en historia del siglo xvi.
El acercamiento de cada persona a un texto escrito o a una película, como en este caso, es distinto en todos los casos, porque importa la formación e intereses de cada uno. Para mí queda claro en el filme que la gesta de Martín Lutero contra el monopolio y autoritarismo de Roma descansó en reivindicaciones que siguen teniendo actualidad para quienes son cristianos pero no se identifican como católicos romanos. Esas premisas, a las que Lutero llegó después de varios años de estudio de la Biblia, son la sola gracia, sola Escritura, solo Cristo y el sacerdocio universal de los creyentes. Con estas convicciones enfrentó, respectivamente, a las enseñanzas católicas que reivindicaban la imperiosa necesidad de producir buenas obras para ganarse la salvación; la idea de la supremacía del Papa que supuestamente le viene por línea sucesoria del apóstol Pedro; la práctica de venerar a santos y vírgenes que tienen un papel mediador ante Dios, y la exaltación de los sacerdotes y el consiguiente verticalismo que excluye a los denominados laicos.
Una cuestión que pesó en favor de Lutero fue el apoyo popular que recibió, tan importante, o tal vez más, que la protección que le brindó el príncipe elector de Sajonia, Federico el Sabio. Originalmente Martín Lutero expresó su desacuerdo con el exacerbado mercantilismo religioso que representaba la venta de indulgencias. Por ello redactó sus 95 tesis en latín, y las hizo públicas el 31 de octubre de 1517 para debatirlas con otros teólogos. Manos anónimas las tomaron de las puertas de la capilla del castillo de Wittenberg y las tradujeron al alemán. Desde entonces los escritos de Lutero alcanzaron gran difusión mediante la imprenta, considerada por el teólogo disidente un "regalo divino". Entre 1517 y 1520 fueron vendidos más de 300 mil ejemplares de 30 escritos de Martín Lutero, cifra extraordinaria incluso si la comparamos con los tirajes de nuestros días y tenemos en cuenta que se trataba de obras teológicas.
La escena de Lutero en la Dieta Imperial de Worms (1521), presidida por el rey Carlos V, es fundamental para comprender el valor de un personaje que sabía lo que le esperaba si no se retractaba de sus enseñanzas, consideradas en extremo heréticas por el papa León X, representado en Worms por el nuncio Aleandro. El ex monje agustino fue contundente: "A menos que se me convenza con las Escrituras y la mera razón -puesto que no acepto la autoridad de papas y concilios, pues se han contradicho entre sí- mi conciencia es cautiva de la Palabra de Dios. No puedo retractarme y no me retractaré de nada, pues ir contra la conciencia no es justo ni seguro, aquí estoy. Dios me ayude. Amén". Esta actitud aglutinó fuerzas que apoyaron a Lutero, las que se unieron para que no terminara aniquilado por Roma, como otros reformadores que a lo largo de los siglos le antecedieron.
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