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México D.F. Miércoles 21 de julio de 2004
Arnoldo Kraus
Sida 2004: realidad y miseria
Este primer párrafo resulta difícil. Tan difícil que lo he borrado varias veces. Quisiera abrir boca hablando de los niños y niñas infectados por el virus de la inmunodeficiencia humana -VIH-, de los números, de las mujeres enfermas, de lo que sucede en Africa del Sur, del señor George W. Bush, de los costos del tratamiento, de las miserias éticas de las compañías farmacéuticas, de la tuberculosis, de la ausencia de vacunas, de las mermas económicas, de la estigmatización, de la política sugerida por el Vaticano, de la falta de moral de algunos investigadores y del sida como problema humano. Cuando escribo problema humano quiero decir que algunas enfermedades, sobre todo cuando son epidemias, revelan, sin ambages, las buenas y las malas caras de la condición humana. Eso es el sida, eso es el sida en 2004 y eso es lo que resultó la 15 Conferencia Mundial sobre el Sida en Bangkok, Tailandia: desencuentros, desaliento y crudas realidades. Reflexionemos tan sólo en los números. Los números no mienten.
De acuerdo con el reciente informe del Programa Mundial Conjunto de Naciones Unidas en VIH/sida, en 2003 se batió el récord de infectados (4.8 millones; de ellos 600 mil niños) y de fallecimientos (2.9 millones; medio millón de niños). Se calcula que en 2003 había 38 millones de personas infectadas por el VIH; las nuevas infecciones reportadas ese año -casi 5 millones- representan, por tanto, 13 por ciento. El fracaso es evidente: los gobiernos y las organizaciones implicadas en la prevención del sida han fallado.
Los números anteriores pueden leerse también en palabras. Las poco inteligentes de George W. Bush, convertido en médico, dicen: ABC (abstinencia, ser fiel y condones, por sus siglas en inglés). Las del Vaticano, aunque no la pregonen algunos de sus miembros, prohíben usar el condón. Los expertos sugieren que las doctrinas del Vaticano han hecho mucho daño en Africa.
Siguiendo con los números, el mismo informe ofrece la cara malthusiana del virus. En ocho países del sur de Africa el sida ha reducido la esperanza de vida a menos de 40 años, es decir, a menos de la mitad de lo que sucede en la mayoría de los países occidentales. Por ejemplo, en Suazilandia, casi 40 por ciento de la población entre 15 y 40 años se encuentra infectada por el VIH. En esa nación, en 2004, la esperanza de vida es de 36 años, mientras que en 1990 era de 55. El problema en esos países no sólo lo viven los infectados, los muertos no tienen problemas. Quienes libran la infección o consiguen tratamiento tienen que afrontar un escollo muy grave derivado de la infección. La epidemia ha detenido y mermado brutalmente el desarrollo económico y social: el nivel de vida en esas naciones es inferior al alcanzado en 1990.
Esos números se concatenan con otras cifras. Los antivirales, pese a la rebaja de los precios, y suponiendo que los medicamentos genéricos son igual de eficaces que los originales, sólo llegan a 7 por ciento de la población que los necesita. Al igual que lo narrado en el párrafo previo, esos datos pueden también leerse con otra mirada. Muchos consideran que la ayuda otorgada por Estados Unidos no es sana ni suficiente, sobre todo si se compara con lo que "invierte" en las guerras, pues va ligada a políticas de prevención que defienden primero la abstinencia e impiden la compra de genéricos. Las ideas de Randall Tobias, responsable de la política antisida de Estados Unidos, "buscamos un mundo libre de VIH y sida", son muy similares a las de su patrón Bush cuando habla de guerras preventivas y de asesinatos indispensables para salvar al mundo del terrorismo.
Es necesario también pensar en las mujeres. Sesenta por ciento de las personas menores de 25 años que viven con el VIH pertenecen al sexo femenino. La inmensa mayoría de las mujeres infectadas no tiene comportamientos de alto riesgo: utilización de drogas intravenosas o promiscuidad. Incapaces de exigir el uso del condón, contraen la enfermedad con sus parejas masculinas "estables". Por ejemplo, en Tailandia, 75 por ciento de las mujeres fueron infectadas por su marido. La cruda realidad de las mujeres la desvela el sida: son víctimas del triángulo pobreza-ignorancia-discriminación. Ese triángulo explica los caminos por los cuales las mujeres y sus vástagos son presas fáciles de la pandemia. Muchas se embarazan sin siquiera saber que están infectadas por el virus.
Estos últimos renglones se escriben solos. Los nuevos muertos por el sida son víctimas de la condición humana. Son los muertos de la indolencia, de la estupidez de no pocos políticos y religiosos y del egoísmo de la mayoría de las industrias farmacéuticas.
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