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México D.F. Jueves 22 de julio de 2004

MEMORIAS DE LA CIUDAD /HISTORICO DISLATE

Tenochtitlán, confundida con la ciudad china de Hang Shou en el siglo XVI

JORGE LEGORRETA ESPECIAL

En la plenitud del Renacimiento y producto de los asombrosos descubrimientos del Nuevo Mundo tuvo lugar en las elites científicas de Europa una confusión histórica, pues se creía que Tenochtitlán era la ciudad China llamada Quinsay o Hang-Shou. Esa creencia, muy difundida en ese entonces, estuvo basada en las referencias que de una parte del mundo hicieron dos grandes viajeros que vivieron distantes más de 200 años. Uno es Marco Polo, veneciano que conoció China a finales del siglo XIII, y el otro es Hernán Cortés, quien viajó a América a principios del XVI, cuando todavía se pensaba que las tierras descubiertas por Cristóbal Colón eran la India.

Fue don Miguel León-Portilla quien descubrió que el autor de tal confusión fue Johannes Shöner (1477-1547), nacido en Nuremberg, cosmógrafo, matemático renacentista y constructor de los primeros globos terráqueos (México Tenochtitlan, metrópoli de China, Revista UNAM, septiembre 1990). Este y otros notables científicos se encargaban entonces de ir delimitando, en mapas y globos, los territorios descubiertos por Cristóbal Colón, Núñez de Balboa, Giovanni de Verrazano, Américo Vespuccio y Fernando de Magallanes, entre otros famosos navegantes.

Como es bien conocido, Marco Polo (1251-1324), con sólo 15 años de edad, acompañó a su padre Nicolo y a su tío Maffeo a un viaje, que duró 24 años, por las tierras de China y Mongolia, gobernadas por el emperador Kublai Kan; los tres partieron de Venecia en 1271 y regresaron en 1295; antes, padre y tío, sin Marco, habían realizado un recorrido semejante, aunque más corto en tiempo y extensión.

De esa vasta experiencia, a su regreso a Italia, Marco Polo dictó al escribano medieval, Rusta Pissano o Rustichello da Pisa, su célebre libro Il milione (El millón), cuya primera versión francesa se publicó como Livre des merveilles o Les merveilles du monde (Libro de las maravillas o Las maravillas del mundo) y que posteriormente se popularizó también con el título de Viajes. El dictado del famoso libro lo hizo Marco Polo cuando estuvo preso como resultado de la guerra declarada en 1296 entre los reinos de Venecia y Génova. Liberado en 1299, se casó y vivió feliz como rico comerciante, hasta que la muerte lo sorprendió a sus 73 años. Dichas memorias fueron publicadas por vez primera en 1477, en Nuremberg, y la primera edición en español apareció en 1502.

De sus memorias del viaje a Asia, dictadas en la cárcel, destaca un apartado denominado En donde se habla de la muy noble ciudad de Quinsay o Kin-Sai, ciudad que gorbernó tres años y que algunos autores, como Maurice Collins según Elvira Bermúdez (Viajes, Ed. Porrúa, 1987: XXV), identifican con Hang-Chow, ciudad cercana a Shanghai. Marco Polo señala: "(...) Quinsay, que en nuestro idioma quiere decir Ciudad del Cielo, es la más noble y bella ciudad del mundo; tiene cerca de 100 millas de cintura (...) está toda sobre el agua y rodeada de agua. Hay un lago rodeado de maravillosos palacios, templos de ídolos. En medio del lago hay dos islas en las cuales hay un palacio espléndido, que parece el de un emperador (...) los indígenas son ídolatras" (Ed. Espasa Calpe, 1951, 141 pp.)

Casi 200 años después, en 1492, Cristóbal Colón, lector asiduo de Marco Polo, zarpó ilusionado hacia el Nuevo Mundo, seguramente llevando en la mente la referencia acerca de esta ciudad en el agua; en la biblioteca de Sevilla se conserva un ejemplar de las memorias de Marco Polo con notas de puño y letra de Colón; por supuesto, "esa ciudad construida sobre el agua" no la pudo conocer Colón por la sencilla razón que sólo tocó las costas centro-americanas en su cuarto y último viaje, e inclusive murió en 1506 sin saber que se trataba de otro continente separado de la India y del continente Asiático.

Otro lector de Marco Polo fue el geógrafo italiano Pablo del Pozzo Toscanelli, quien inspiró y, de alguna manera, sugirió a Colón el descubrimiento de América, basado en sus cálculos obtenidos de las referencias geográficas del ilustre viajero del siglo XIII.

Así pues, durante los dos primeras décadas del siglo XVI, el interés de los imperios europeos se dirigió más hacia las navegaciones transatlánticas que a incursionar al interior de las recientes tierras descubiertas, pero con las expediciones españolas dirigidas desde Cuba por Diego de Velázquez, la situación cambió, y fue entonces cuando se dio pie a la famosa confusión de nuestra ciudad de México con Quinsay.

En 1522 la existencia de Tenochtitlán o Temixtitán fue conocida en Europa, pues Cortés la mencionó en la Segunda Carta de Relación, fechada el 30 de octubre de 1521 y publicada en Sevilla por Jacinto Crombreger el 8 de noviembre de ese año. Cortés comenta al rey Carlos V lo siguiente: "(Doy) cuenta de la grandeza y maravillosas cosas de esta gran ciudad y que serán de tanta admiración que no se podrán creer (...) es redonda; hay dos lagunas (...) una de agua dulce y otra mayor de agua salada (...) Temixtitlán está fundada en esta laguna salada (...) hay en esta gran ciudad casas de sus ídolos de muy hermosos edificios y entre estas mezquitas hay una que es la principal". (Cartas y documentos de Hernán Cortés, Ed. Porrúa, 1963, 73 pp.).

Con esas semejanzas es obvio que, como afirma León-Portilla, Shöner confundiera ambas ciudades con una sola, como lo expresó en 1523 en su libro titulado Acerca de las recientemente halladas islas y regiones, por orden de los reyes de Castilla y Portugal: "Siguiendo un largo circuito, hacia el poniente, partiendo de España, hay una tierra llamada México y Temistitan en la India Superior, que los antiguos llamaron Quinsay, es decir, la Ciudad del Cielo" (León-Portilla, op. Cit.)

Tal confusión persistió en pleno Renacimiento por lo menos 10 años más, hasta 1533 cuando Shöner construyó su último globo, en el que ubicó las tierras americanas descubiertas como un continente distinto y separado del Asia oriental.

De entre los múltiples viajes de navegación continental que han sido determinantes para modificar la confusión histórica de Colón, Shöner y otros científicos de la época y, por tanto, contar con un conocimiento más preciso sobre el Nuevo Mundo, habrá que destacar los de tres navegantes: los cuatro viajes de Américo Vespuccio, realizados entre 1498 y 1502, a quien se debe el nombre de América; los dos de Giovanni de Verrazano, quien buscando Catay, la actual China de Marco Polo, exploró entre 1524 y 1527 las costas americanas desde Nueva York hasta Brasil, y por último, quizá el más importante, el de Fernando de Magallanes, quien bordeando la Patogonia argentina y al aventurarse por el Océano Pacífico, descubierto por Núñez de Balboa, fue el primero en llegar a Filipinas, islas del continente asiático; este único viaje del navegante portugués se llevó a cabo entre 1519 y 1521, precisamente cuando Cortés sometía y conquistaba el imperio mexica y la ciudad de Tenochtitlán.

Por todo esto, hoy sabemos muy bien que nuestra ciudad México-Tenochtitlán no se encuentra en China.

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