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Obituario   - NUEVO -

P O L I T I C A
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México D.F. Lunes 26 de julio de 2004

José María Pérez Gay/III

Genocidio

Hace diez años, entre el 7 de abril y el 15 de julio de 1994, se consumó en la República de Ruanda uno de los genocidios más atroces de los pasados 30 años: el exterminio de entre 800 mil y un millón de personas. Ningún otro pueblo ha pasado, en un tiempo tan breve, por un terror genocida semejante.

La República de Ruanda, el país de las mil colinas, se encuentra en el centro de Africa. Tiene 7 millones 232 mil habitantes y no más de 36 mil kilómetros cuadrados. Colinda con el Congo, Zaire y Uganda, con Tanzania y Burundi. A partir de 1931 se impone, bajo el mandato colonial belga, la credencial de identidad obligatoria, un documento que define la etnia a la que pertenecen sus habitantes: el país se divide desde entonces en tutsis y hutus. Al declararse la independencia de Bélgica, en 1962, la revolución popular lleva a los líderes hutus al poder. A principios de 1973, el mayor Juvenal Habyarimana asalta el palacio de gobierno y da un golpe de Estado. Cinco años después es electo presidente. A principios de la década de 1990 se constituye el Frente Patriótico Ruandés (FPR), guerrilla de mayoría tutsi, y logra sus primeras victorias militares sobre el gobierno hutu. La guerra civil es entonces inevitable. Sin embargo, gracias a la intervención de la ONU, el gobierno ruandés y el FPR firman los acuerdos de paz de Arusha.

El 6 de abril de 1994, el presidente Habyarimana es asesinado en el aeropuerto de Kigali, la capital de Ruanda. A la mañana siguiente asesinan a la primera ministra hutu, Agathe Uwilingiyimana; uno a uno van cayendo asesinados los políticos hutus, los ejércitos del FPR avanzan entonces hacia el interior del país. Empiezan los primeros altercados que dividen en formas irreconciliables a las dos comunidades en las colinas. La administración permanece a la expectativa, pero los militares de campo Gako comienzan las matanzas sistemáticas por las calles de Nyamata. En las colinas, las autoridades locales y los milicianos reúnen a los campesinos para atacar a los grupos de tutsis. Las milicias paramilitares interahamwe ocupan los barrios de la capital, comienza una matanza que se prolonga durante 100 días; destruyen e incendian las casas que abandonan los tutsis, y asesinan a los hutus que se resisten a participar en la matanza. Soldados, milicianos y civiles asesinaron a machetazos a sus conciudadanos como si cumplieran con un deber cívico. En el amanecer de este exterminio masivo, Ruanda contaba con 7 millones de habitantes, diez años después tiene sólo 6 millones 200 mil. Se calcula en más de un millón el número de hutus que tomaron parte activa en la matanza. El 14 de abril mueren a machetazos unos 5 mil tutsis que se habían refugiado en la iglesia de Nyamara y en la maternidad Sainte-Marthe. En esos días asesinan a unos 15 mil refugiados en la iglesia de de N´tarama, a unos 30 kilómetros de Nyamata y, al mismo tiempo, organizan las cazas de tutsis en los pantanos de Nyamwiza y en la colina de Kayumba; los supervivientes inician el éxodo rumbo al Congo. El 15 de julio, 500 mil refugiados hutus cruzan la frontera congoleña. Durante las semanas siguientes llegan un millón de personas. El 3 de octubre de 1994, el Consejo de Seguridad de la ONU aprueba un informe detallado en el que las matanzas de Ruanda se consideran genocidio.

Nadie mejor que Manuel José Otón cifró este horror:

Y la sombra que avanza, avanza, avanza,
Parece, con su trágica envoltura,
El alma ingente, plena de amargura,
de los que han de morir sin esperanza.

"En Alemania, país de filósofos, la meta del genocidio era purificar, la raza, el ser y el pensamiento. En Ruanda, país de campesinos" escribió Jean Hatzfeld, "la meta del genocidio era purificar la tierra, desinfectarla de sus agricultores cucarachas". Examinado con alguna imparcialidad, el genocidio de Ruanda es un genocidio cercano y un genocidio agrícola. No obstante, a pesar de su organización rudimentaria y sus herramientas arcaicas, los machetes, resulta de una eficacia inigualable. En La sombra de Imana, la escritora marfilense Véronique Tadjo demuestra que el exterminio ruandés tuvo un rendimiento muy superior al del genocidio judío y gitano, porque unos 800 mil tutsis murieron asesinados en 12 semanas. "En 1942, en el apogeo de la solución final (Endlösung) el régimen nazi y su eficaz administración, su industria química, su ejército y su policía, equipados de material muy elaborado y de técnicas industriales, camiones de monóxido de carbono y cámaras de gas Zyklon B, no alcanzaron en ningún caso", dice Véronique Tadjo, "ese récord de exterminio en todo el territorio de Alemania y los quince países ocupados".

Los testimonios. "Estoy en la cárcel por haber matado a cuatro personas. Pasó un coche con un altavoz; decía que todos los hutus tenían que defenderse y que había un único enemigo: el tutsi. Lo he oído, era por la mañana, he saltado de la cama, he agarrado la maza, he salido de casa y me he puesto a matar. Había una mujer mayor que vivía por allí cerca, con dos hijos jóvenes que aún no tenían edad de ir a la escuela. Los habían sacado de casa y colocado cerca de una fosa. Un tal Sibomana me ha dado una maza; yo he matado a los niños y él ha matado a la vieja. Luego hemos subido y hemos encontrado a un viejo que se escondía detrás de una casa. Lo he liquidado con una maza. Cuando lo dejamos, estaba agonizando. Yo no conocía bien a las personas que he matado. Sólo se nos ha dicho que teníamos que perseguir a los tutsis, y hemos comenzado a matarlos. En lo que a mí concierne, nadie me ha forzado a hacerlo. Es algo que ha germinado por sí solo en mi cabeza. He visto a la gente invadir las colinas diciendo que iban a dar caza a los tutsis y he corrido a unirme a ellos. En cualquier sitio adonde llegara, había ya una multitud rodeando a los tutsis. Yo era el primero en matar. En el momento de los hechos no creía estar haciendo nada malo. Sólo cuando me detuvieron me he dado cuenta de que había cometido unos crímenes. Y cuando he visto las consecuencias, he comprendido que lo que había hecho no estaba bien. Cuando mataba, pensaba que no había ningún problema, ninguna consecuencia, ya que las autoridades decían que los tutsis eran enemigos. Yo tenía unos vecinos tutsis, compartíamos todo, el agua... No había ningún problema entre nosotros. No sé por qué han ocurrido todos estos hechos. La maldad estaba de moda".

Hoy cada familia ruandesa cuenta con una víctima, un asesino o las dos cosas.

Gaspard, un tutsi que se libró del genocidio: "Me preguntas si me hablo con las personas que han matado a los miembros de mi familia. Pues claro que hablo con ellas, ¿por qué no iba a hacerlo? No puedo aislarme. Discuto con ellas, no soy rencoroso como ellas. Uno las visita, se toma una cerveza con ellas, incluso se acuesta con sus hijas. Aquí los escapados se cuentan con los dedos de la mano. Tienes que haber visto que a lo largo de la carretera no hay más que ruinas. No quedan más que tres tutsis. Aquí todos los hutus tomaron parte en el genocidio. Todas las casas que aún están en pie son las de los hutus. Todos los jóvenes que ves han matado. Yo no quiero señalar a los genocidas de aquí que están en libertad. Es una tarea que corresponde a las autoridades. Ni siquiera puedo designarlos. No quiero mezclarme en todo eso. Si lo hiciera, eso sembraría inquietud en la población. La gente va a pensar que los hemos denunciado y que vienes a vengarnos."

En los campos, lo más duro para quienes se libraron es vivir la ausencia de los suyos entre vecinos que, de una forma u otra, participaron en el genocidio; vecinos con los que tienen que hablar y a los que han de sonreír como antes. Algunas mujeres que sienten esta situación como una nueva tortura han decidido agruparse en aldeas de viudas, que se construyen prácticamente por toda Ruanda. Es el caso de Enata. Esta hermosa viuda de 38 años de edad tiene el cuerpo cubierto de cicatrices. Huellas de mazas con clavos en la cabeza y en la frente, machetazos en las sienes, en la nunca, en las manos, dedos de los pies amputados... Después del genocidio regresó a la colina, a las ruinas de su casa. Durante dos años tuvo que callarlo todo. Su llegada a la aldea de las viudas le ha permitido romper su silencio.

Enata: "Yo tenía nueve hijos; mataron a cinco. He perdido también a mi marido, a mi padre, mi madre, mis hermanos y toda su familia. Estos son mis hijos; siempre están detrás de mí. Cuando la guerra comenzó yo estaba con mi marido y mis hijos mayores. Escapamos a la colina, donde se refugiaba todo el mundo. De vez en cuando anunciaban que tal o cual colina acababa de ser atacada, que todo estaba ardiendo, que acababan de matar a una mujer no muy lejos de allí, que en nuestro pueblo se habían iniciado ya las matanzas. Echabas a correr y alguien venía a decirte que acababan de matar a tu hijo en tal o cual lugar. Te anunciaban la muerte de tu marido, de tu padre, de tu hermano..., hasta llegar un día en que te enterabas de que habían atacado y destruido la iglesia en que se habían refugiado multitud de personas, que les habían dado muerte dentro de la iglesia. Al día siguiente, los que aún tenían fuerzas fueron a la iglesia para rescatar a un niño, a un adulto que habían sobrevivido entre los cadáveres. La víspera del ataque a la iglesia, los soldados se presentaron preguntando: "¿De quién escapan?" Les respondimos: "Huimos de los hutus".

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