Lanzó El anzuelo para abrir su concierto del sábado; faltó Iberia sumergida

Con su canto Bunbury construyó imágenes para sus fans que llenaron el Metropólitan

ARTURO CRUZ BARCENAS

La noche del pasado sábado Enrique Bunbury soltó El anzuelo en el comienzo del primero de los tres conciertos (hoy es el último), en el teatro Metropólitan. Los miles de asistentes que atiborraron el foro de la calle Independencia ya estaban en la red y el rock se abrió paso. Como en la canción de David Bowie, todos fueron héroes -no silentes- por un día.

Minutos antes, una gritería ensordecedora exigía su presencia: "šEnrique, Enrique!" Respondieron a la convocatoria y el músico les cantó: "Este vano correr tras lo imposible./ Este mapa de incauto navegante./ Este vivir un rato para morir más tiempo./ Para al final morder el anzuelo y caer en la trampa" (fragmento de El anzuelo).

Más que historias, Bunbury explota un tema y construye secuencias de imágenes. La libertad, la noche, la soledad.

No interpretó Anidando liendres, cuya letra refleja más el sentido de su trabajo: "Comienza el espectáculo,/ imaginando las partes más privadas de tu anatomía,/ rogando ofertas a los dioses de rodillas".

Tampoco complació con Iberia sumergida, la más solicitada durante el concierto, sobre todo por jovencitas que se desgañitaban lastimando los oídos de los que estaban cerca. "šOrale, no dejan dormir!", se quejaba con buen sentido del humor un papá que llevó a su hija menor. Asistieron cientos de niños y púberes que gustan de Bunbury.

A todo lo largo del escenario se podía leer la frase: El viaje a ninguna parte, título de su actual gira (que incluirá 15 conciertos por la República Mexicana y otro en el Palacio de los Deportes, el 18 de noviembre) y de su nuevo disco, que marca la secuencia de su camino en solitario y que cancela cada vez más la posibilidad del retorno de Héroes del Silencio.

Bunbury le ha macheteado para llegar a donde está. Desde joven se marcó la meta de vivir de la música. A los 14 años militó en el grupo Rebel Waltz, en el que tocaba la batería. Antes estuvo en Apocalipsis. Luego estuvo en Proceso Entrópico.

Siguió Zumo de Vidrio, raíz de lo que sería, en 1985, Héroes del Silencio, que se separa en 1997. Hay otras bandas en su historial. En total suma 17 discos con los Héroes y como solista. Su nombre real es Enrique Ortiz de Landazury Izarduui. Lo de Bunbury se atribuye a su parecido físico con una compañera de escuela con ese apellido.

A darle

A las 20:45 horas ya la concurrencia había gastado unos pesos en souvenirs. Desde el disco híper pirata doble de El viaje a ninguna parte ("100 pesos, bara, bara"), hasta chamarras o sudaderas. Los más pobres, un cartel de 10 pesos o un dije de 15 varos. Los ansiosos se metieron a las cantinas y cervecerías cercanas para ponerse ad hoc. Los de mayores recursos se compraron sus chelas de a 25 pesos el vasito dentro del foro.

Al oírse "štercera llamada, tercera!", muchos tuvieron que taparse los oídos. En el fondo del escenario, imágenes de aguas marinas agitadas se sucedían. La sicodelia de hoy para entrar en ambiente. Los colores como translucidos en vitrales catedralicios.

Luego de picar en El anzuelo, las damas, entre gritos de "špapacito, acá estoy, vente... para acá!", entonaron La señorita hermafrodita, que evoca un ser "que no se pinta lo suficiente./ No se quita lo suficiente./ No me excita lo que debiera. /Un respeto, por favor, para la simetría, para la aritmética y la geografía". Así alardeó Bunbury, quien fue pésimo estudiante.

Sin dobleces

Los restos y El extranjero. Con esta aludió a poner atención en el mensaje al gobierno de Estados Unidos. La letra señala: "Me siento en casa en América,/ en Antigua quisiera morir,/ parecido me ocurre en Africa,/ Asila, Esaurira y el Rif./ Pero allá donde voy/ me llaman el extranjero,/ donde quiera que estoy,/ el extranjero me siento".

El propio Bunbury ha explicado esta rola: "Concebida bajo la sombra de Emir Kusturica, Goran Bregovic, Zorba El Griego. La letra no tiene dobleces: es una enmienda a la totalidad del nacionalismo excluyente".

Los músicos se vistieron como empleados de circo, dada la temática de El viaje a ninguna parte. Bunbury destacaba con un traje blanco que acentuó sus movimientos en el escenario. Larguilucho, sus apóstrofes semejan los de un títere. Su ya típico sombrero ha generado un proto moda que se esparció en el teatro. Preguntó: "ƑQué saben del PRD, del PAN? ƑLes creen? Para que sepan, escuchen Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha: embargo, bloqueo, boicot, para América Latina... Que no vale la pena discutir si lo podemos arreglar a tiros".

Lady Blue fue diáfana. Para muchos es la mejor. Refiere un final de finales. No habrá otro: "Todo es insignificante/ nada es tan preocupante/ y el espacio es un lugar/ tan vacío sin ti... No volverás a ver la mirada triste/ del chico que observaba al infinito".

Dos encores. El jinete en una versión bunburiana que desata toda la fuerza de la creación de José Alfredo Jiménez. La guitarra de Rafa Domínguez brilla en infinitas posibilidades. La voz grave y por momentos aguardentosa de Enrique acentúa las frases poéticas josealfredianas: "Por la lejana montaña/ va cabalgando un jinete..." šAjúa!

Para despedirse una y otra vez: Sácame, que es un ruego de salvación a ella; El rescate, Aragonés errante. Los gritos suplicantes de Iberia sumergida fueron infructuosos. No obstante, medio complació con La chispa adecuada. Se despidió con Canto (el mismo dolor).

Los aferrados pedían que regresara, pero no se les hizo.