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México D.F. Jueves 29 de julio de 2004
10 de junio: memoria documentada
La
colección de fotos de la masacre del 10
de junio de 1971, conservada durante tres décadas por Paco Ignacio
Taibo II, y cuya historia cuenta en estas páginas el propio escritor,
es un documento necesario en estos momentos exasperantes, cuando el esclarecimiento
y la procuración de justicia parecen desvanecerse en argumentos
leguleyos que no sólo apuntan a garantizar la impunidad de los responsables
aún vivos de ese crimen de lesa humanidad, sino que parecieran orillar
a la conclusión de que tales sucesos no ocurrieron nunca.
En los días posteriores a aquella atrocidad represiva,
el gobierno de Luis Echeverría buscó minimizar lo sucedido;
se declaró inocente, ofreció investigar los hechos y pretendió
dar carpetazo a la barbarie presentando a la opinión pública
las renuncias de un par de colaboradores presidenciales que posiblemente
fueron cómplices subordinados de la masacre, pero de ninguna manera
podrían haber sido sus autores intelectuales principales. Como hace
ver Taibo II, sólo la mano presidencial pudo haber coordinado, en
aquel tiempo, las acciones de las diversas dependencias federales y capitalinas
que perpetraron el operativo asesino contra los manifestantes.
De entonces a la fecha -es decir, hasta hoy, jueves 29
de julio de 2004- el Estado mexicano sigue protegiendo a los autores intelectuales
y eludiendo el esclarecimiento de aquella barbarie armada y homicida contra
los reclamos estudiantiles. La Procuraduría General de la República
ha "perdido" el expediente, ha declarado prematuramente prescritas las
acciones delictivas cometidas aquel 10 de junio, se ha declarado incompetente
y, a últimas fechas, por medio de la Fiscalía Especial para
Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp), estructuró
acusaciones poco fundamentadas y viables. Aun así, la consignación
presentada al juez segundo de distrito, Julio César Flores, tenía
elementos suficientes para girar órdenes de aprehensión contra
los imputados. Pero, si el rechazo del juez Flores a poner en la cárcel
a los represores es respaldado por otras instancias del Poder Judicial,
será obligado concluir que éste sigue operando en la lógica
de los años setenta del siglo pasado, cuando las autoridades tenían
automáticamente la razón, los disidentes eran invariablemente
culpables de lo que se les acusara y los jueces y tribunales no servían
para hacer justicia, sino para proteger y perpetrar la red de complicidades
del sistema político.
Los indicios de una continuidad institucional que va de
la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz a la de Vicente Fox Quesada
no sólo se encuentran en la falta de capacidad o de voluntad gubernamental
para esclarecer y sancionar los crímenes de lesa humanidad perpetrados
desde el poder público en décadas pasadas, sino también
en lo que parece ser la reanudación de la ignominiosa práctica
de gobierno de acosar judicialmente a los políticos opositores,
como ha venido haciendo el actual Ejecutivo federal contra el jefe del
gobierno capitalino. En ese contexto, el reclamo de justicia para las víctimas
de la represión oficial del 10 de junio de 1971 no se fundamenta
sólo en la necesidad de limpiar el pasado, sino también en
una lógica preventiva: es imperativo impedir que las tentaciones
autoritarias siempre presentes en el gobierno desemboquen, en el futuro
próximo, en excesos criminales como los de aquel jueves de Corpus.
Las fotos y el testimonio que se publican hoy en estas
páginas nos obligan a recordar que las instituciones gubernamentales
-Presidencia de la República, autoridades urbanas, cuerpos policiales,
organismos de inteligencia, fuerzas armadas, procuradurías, Secretaría
de Gobernación y hasta dependencias aeroportuarias- pueden, en ciertas
circunstancias, dejar de ser instancias de servicio a la sociedad para
convertirse en instrumentos represivos, y que tras los pulcros escritorios
de ésas y otras oficinas han llegado a sentarse funcionarios asesinos.
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