México D.F. Viernes 30 de julio de 2004
"Descubren" que proteger a la población
en lugar de reprimirla les da popularidad
Pese a carencias, la policía de Irak se declara
lista para enfrentar a saqueadores
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Bagdad, 29 de julio. Sus rifles Kalashnikov por
lo regular se atoran cada dos disparos, sus chalecos antibalas no los protegen,
el aumento de sueldo de unos 100 dólares que les prometieron jamás
llegó, sus jefes quieren quitar el aire acondicionado de sus vehículos
y los hospitales no se dan abasto con sus heridos. Fuera de eso, los hombres
de las nuevas patrullas móviles de la policía iraquí
-la primera línea de víctimas de la guerra- están
listos para el combate.
Más
que eso: han descubierto que proteger a la gente, en vez de oprimirla como
hacían en el régimen de Saddam Hussein, les está dando
genuina popularidad.
Los sargentos Mahmoud y Mohamed y el agente Nahed recorren
las calles de Bagdad en su Land Cruiser, número oficial 365, con
algo cercano a la temeridad. "Ahora les agradamos a las personas", dice
el sargento Mohamed. "Les gustan nuestras patrullas y nosotros queremos
ayudarlas y estamos listos para enfrentar a los saqueadores y a los rijosos."
Erhabi es la palabra árabe que usa para
los rijosos -es el equivalente árabe más cercano a "terroristas"-,
y no utiliza el término "resistencia". "Esa gente quiere anarquía
para que los viejos baazistas puedan tomar el poder de nuevo", afirma.
Los tres fueron policías en el régimen de
Hussein -como la mayoría de los 310 oficiales en la estación
de policía Al-Risafah, en la calle Palestina- y, si bien se quejan
del incumplimiento de la promesa de subirles el sueldo, su salario de 600
dólares al mes es mucho mejor que los 30 que les pagaban en el régimen
anterior. Pero mientras se abren paso por entre el tránsito y dejan
atrás la Universidad Mustansariya, se puede ver que habría
formas de mejorarles la vida; más aún, de salvarles la vida
con mayor facilidad.
Dispuestos a ser mártires
Mohamed me muestra la recámara de su Kalashnikov.3
"Entramos en batalla y luego de dos disparos el arma se atora. ¿Qué
debemos hacer entonces?", expresa. "Tenemos chalecos antibalas que ya rebasaron
la fecha de caducidad. Les hemos disparado y las balas los traspasan. Queremos
ayudar a la gente, estamos dispuestos a ser mártires. Pero de seguro
las autoridades podrían ofrecernos mejores condiciones."
Mientras pasamos por uno de los peores distritos de la
capital iraquí en cuanto a pillaje y secuestros, la radio de la
policía enmudece. Ahora el único contacto de los agentes
con el cuartel es el walkie-talkie que está en el tablero.
Pasada una hora tenemos que ponernos a buscar combustible.
En la estación de servicio de la policía hay que hacer cola
durante dos horas, así que los agentes ponen de su bolsillo para
recargar su patrulla en una gasolinera comercial. Sólo cuando otro
vehículo policial se pone al lado escuchan que los necesitan al
otro extremo de la avenida.
"Un coche rojo cubierto de sangre, estacionado a medio
camino: vayan para allá", grita el sargento del otro vehículo.
Los rifles brincan en el suelo del Land Cruiser cuando emprendemos la carrera
hacia el tránsito que viene en sentido contrario y nos pasamos un
semáforo en rojo.
Baquba, les digo una y otra vez. Baquba. Casi cien murieron
en la estación de policía de esa ciudad el miércoles.
¿No les atemoriza? "Nos sentimos muy apenados por esos mártires",
dice Mahmoud. "La mayoría eran civiles que sólo querían
ganarse la vida y alistarse en la policía. Pero no tenemos miedo.
Nos gusta nuestro trabajo: protegemos a la gente."
Hasta este momento Mohamed y Mahmoud han estado bromeando
y contando anécdotas, pero ahora Mahmoud forcejea con la columna
de dirección mientras pasa por arriba de un caluroso y fétido
basurero en el que los pepenadores se afanan sudorosos entre la suciedad.
El auto aparece a la vuelta de la esquina en una calle
de una colonia de clase media, flanqueda por árboles. Es un Toyota
rojo, muy deteriorado, con las ventanillas abiertas, que obstruye a medias
la calle desierta. Salimos del Land Cruiser hacia la hornaza del mediodía.
Mohamed se acerca al coche con las manos extendidas tras él para
mantenernos a distancia, como un anciano que se dispone a tirarse un clavado
en una alberca. Rodeamos el auto y nos asomamos por las ventanillas. No
hay huellas de sangre pero sí una llave en la ignición. Y
todos murmuramos la palabra infijah: una trampa explosiva.
Entonces, de la esquina sale un anciano con una bata gris
manchada, un tocado blanco y una pequeña barba, quien comienza a
ofrecer disculpas. "Se me descompuso: es mi coche y fui a buscar un mecánico."
Aparecen cigarrillos en las manos de los policías,
el sudor les escurre de la frente. Treinta y seis horas antes, en el puente
Risafah, a unos metros de aquí, a uno de los colegas de Mohamed
le estalló una bomba plantada. "Tenía quemaduras graves en
el vientre y lo llevé al hospital más cercano; me dijeron
que tenían demasiados heridos y que lo llevara al hospital Yarmouk.
Pero cuando llegué allá me dijeron que también estaba
lleno, que había pacientes en todas las camas. ¿Qué
vamos a hacer si las autoridades no cuidan a sus policías?"
Mahmoud de veras cree que los estadunidenses invadieron
el país para traer la democracia.
"No puedo creer que esté hablando con libertad
con usted", me dice. "Siempre nos prohibieron hablar con otros árabes
o con extranjeros y era fácil que nos arrestaran los mukhabarat
(agentes de inteligencia) de Saddam."
Mohamed sabe de lo que habla. Pese a su condición
de policía, fue interrogado repetidas veces por los esbirros de
Saddam a raíz de que un primo suyo desertó del ejército
durante la guerra con Irán. "Lo mataron 24 horas después
de atraparlo y le informaron a la familia un día después.
Tenía cuatro hijos."
Los tres policías son originarios de Ciudad Sadr,
lo cual significa que son musulmanes chiítas, aunque no hablamos
de su religión, y en sus patrullas buscan ladrones y hombres armados
tanto en zonas sunitas como chiítas de Bagdad.
"Los estadunidenses se coordinaron muy bien con nosotros
en el tiroteo en la calle Haifa, el mes pasado", dice Mohamed. "Trajeron
helicópteros y tanques cuando nos enfrentamos a los erhab;
nosotros íbamos al frente, combatimos a los hombres armados y nos
sentimos fuertes."
Mahmoud me muestra un pedazo roto de cartón que
le dio una soldado estadunidense que alguna vez tuvo su base en su estación
de policía. "Querido Mahoud", dice. "Gracias por ser amable
con nosotros mientras estuvimos aquí. De veras lo agradecemos. Es
una gran estación. Spc (especialista) Fletcher."
Mohamed me pide que lo traduzca. "Los estadunidenses son
muy serios cuando trabajan", añade. "Pero en los momentos de descanso
son muy agradables."
Pasamos patrullas estadunidenses en los puentes sobre
el Tigris. Ni los soldados ni los policías iraquíes se hacen
señales de reconocimiento. Otros policías expresan sospechas
de que no todos los estadunidenses confían en ellos, lo cual no
sorprende después de que la fuerza policiaca de por lo menos una
ciudad del sur desertó para unirse a la insurgencia chiíta,
en abril pasado.
Pero es el jefe de la policía, Abdul Razak, el
que al parecer gana menos puntos.
"Ese hombre era un gran jefe de inteligencia con Saddam",
afirma otro policía, no de los patrulleros del Land Cruiser 365.
"Ahora es nuestro jefe máximo y ordena a los policías quitar
el aire acondicionado de los coches porque no quiere que permanezcan dentro
de ellos. Podemos pasárnosla sin el aire, pero está mal tratar
de imponernos eso. Por eso en una parte de Bagdad los policías amenazaron
con ponerse en huelga. En el viejo régimen teníamos que trabajar
para los jefes. Abdul-Razak quiere lo mismo. Pero ahora no trabajo para
él: trabajo para mi país y para la gente."
Hacemos alto enfrente de un mural revolucionario en el
centro de Bagdad, junto a las casas de mil saqueadores, frente a la calle
Saadoun. Mahmoud y Nehad piden a un fotógrafo callejero que les
tome una instantánea con el periodista extranjero. Así pues,
nos paramos bajo la ardiente luz blanca y le sonreímos al hombre,
cuya cámara es una antigüedad.
"Le diré cómo nos sentimos", manifiesta
Mohamed después. "Somos como fedayines y sacrificamos nuestra
vida por la gente. Y mientras esto ocurre, el comisionado de policía
duerme en su casa."
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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