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México D.F. Viernes 30 de julio de 2004
Leonardo García Tsao
Puros cabos sueltos
Ante la sensación de déjà vu provocada por Matando cabos, primer largometraje de Alejandro Lozano, estuve tentado por un momento a reproducir tal cual mi crítica de Sin ton ni Sonia, cambiando sólo el título y el nombre de los participantes. Sin embargo, dentro de lo derivativo de ambas propuestas, es justo reconocer que Matando cabos es un poco superior, quedándose a medio camino entre Sin ton ni Sonia y Nicotina, el ejemplo más depurado a la fecha de esa propensión a la comedia negra, construida sobre la coincidencia de dos, tres líneas narrativas en un contexto de crimen y violencia chistosa, bajo la influencia de Tarantino, Guy Ritchie y Corre, Lola, corre, de Tom Tykwer.
En ese esquema de apegarse a lo que ya es una fórmula, Lozano y sus coguionistas parten de un enredo: los ejecutivos yupis Jaque (Tony Dalton) y Mudo (Krysztof Raczynski) ocultan el cuerpo del poderoso empresario Oscar Cabos (Pedro Armendáriz), quien ha quedado inconsciente por un accidente en su oficina. Minutos antes, el afanador Nacho (Pedro Altamirano) se había vestido con la ropa del patrón y, al ser confundido con este por un par de delincuentes, es golpeado y secuestrado. Así, ambos hombres acaban en las cajuelas de sendos automóviles, mientras la señora de Cabos celebra una fiesta a la que debe asistir Jaque pues es el novio de Paulina (Ana Claudia Talancón), la hija de ambos. A lo largo de esa noche, se desarrollarán variantes de la confusión provocada por la identidad de ambos hombres encerrados.
Como dije en su momento sobre Sin ton ni Sonia, "la ausencia de rigor se adivina en cada fotograma". En este caso, las incidencias de la trama no se suceden de acuerdo con la naturaleza de los personajes. Al contrario. Esta se contradice continuamente para justificar las muy inverosímiles coincidencias. Por lo pronto, los creadores de Matando cabos denotan un desconocimiento integral de las clases sociales en México y, por ello, es posible que una "reina de Polanco" espere a su galán en la calle (ajá), o tenga una amiga de barrio bajo cuyo novio es uno de los secuestradores; o que una fiesta de la alta sociedad parezca transcurrir en la colonia Narvarte. Y, otra vez, la mayoría de los diálogos son irritantemente prosaicos (si cada productor contribuyera con un dólar al Fidecine por cada "cabrón" o "güey" pronunciado en el actual cine mexicano, no se necesitaría pelear lo del peso en taquilla).
Ese rigor inexistente se extiende al estilo mismo de la película. Dentro de su esquema de videoclip, Lozano no se preocupa por mantener las veleidades formales -pantalla dividida, "radiografías" de superficies sólidas, virados a blanco y negro- del inicio de la película, porque finalmente todo el proyecto apesta a gratuidad. Da lo mismo una persecución en autos por el Estadio Azteca, unos flashbacks mamones al pasado de algunos personajes o una secuencia de fantasía en homenaje al cine de luchadores, porque nada se sostiene en ese sacrificio de una cohesión orgánica.
La lástima es que por ahí asoman algunas instancias de verdadera intuición humorística. El par de personajes -bautizados como "los feos" por el material publicitario- sugiere lo que pudo haber sido. Para la resolución de su problema, Jaque recurre al ex luchador Mascarita (Joaquín Cosío), quien a su vez es acompañado por su diminuto guardaespaldas Tony el Caníbal (Silverio Palacios). Si bien todas las actuaciones son caricaturescas, la de Cosío utiliza la exageración para subrayar lo contradictorio de su personalidad: por un lado es en extremo atento, por otro, cuando algo lo hace enojar -el ser llamado por su nombre de batalla, por ejemplo- se convierte en un energúmeno golpeador. Pero hasta ese elemento es desaprovechado en el balance final.
Aunque el reparto utiliza presencias conocidas -Armendáriz, Talancón y Gustavo Sánchez Parra, convertido desde Amores perros en el delincuente predilecto del cine nacional- las otras elecciones no son tan obvias (Ƒa quién se le ocurrió resucitar a Jacqueline Voltaire?) Eso sí, sorprende la ausencia de Jesús Ochoa o Luis Felipe Tovar. Es quizá el único rasgo original de toda la película.
MATANDO CABOS
D: Alejandro Lozano/ G: Alvaro Berna T., Krysztof Raczynski, Alejandro Lozano/ F. en C: Juan José Saravia/ M: Santiago Ojeda/ Ed: Alberto Franco, Andrés de Toro/ I: Tony Dalton, Ana Claudia Talancón, Krysztof Raczynski, Joaquín Cosío, Raúl Méndez, Gustavo Sánchez Parra/ P: Lemon Films, Videocine, Fidecine. México, 2004. [email protected]
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