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México D.F. Domingo 1 de agosto de 2004
José Antonio Rojas Nieto
El regresivo ataque a la solidaridad social
Los procesos de concertación en las organizaciones democráticas no suelen ser fáciles pero sí estables, dice muy bien Arturo Alcalde ayer en La Jornada. La aprobación unilateral de los cambios a la Ley del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) no genera estabilidad. Resuelve -a medias- un asunto consagrado en un contrato colectivo. Una vez más, violencia contra la Constitución, como en el caso del petróleo y de la electricidad. Debió ser resuelto entre las partes. Sin duda en el marco de la visión general, pero entre las partes. Nada anhelaría tanto como conocer este asunto a fondo para poder comentarlo con mucho mayor hondura. Me llega en lo más íntimo.
Desde hace 20 años mi madre recibe una jubilación mensual de 3 mil 400 pesos, pues mi padre murió en 1984 siendo médico de urgencias del IMSS en Aguascalientes, en el hospital José Luis Avila Pardo, nominado así en honor del que además de ser hermano de mi segundo padre -Carlos Avila Pardo- fuera director e impulsor decidido de la medicina social. Todavía hoy recuerdo cuando a principios de los años sesenta, en apresurada visita a mi ciudad, el entonces subdirector médico del IMSS -Abraham Morales-, dijera a mi padre: "Rojitas: tienes que entrar al Seguro. Eres especialista en urgencias nocturnas. Te propongo una plaza en ese turno". También recuerdo que -ya como médico de urgencias a partir de 1962- mi padre experimentaba gran dificultad para acostumbrase a checar tarjeta y permanecer encerrado en esas interminables guardias dominicales de 24 horas. Muchas cosas más recuerdo de lo que el IMSS fue y ha sido para mi familia, incluida una exitosa operación reciente a mi madre en el hospital de especialidades, que agradezco profundamente.
En esa memoria rápida del IMSS en mi vida, nunca olvidaré la primera vez que mi padre -ya médico asalariado- llegó a mi casa de la vieja Alameda con su primer aguinaldo: cerca de mil pesos de 1963 metidos en una caja de zapatos. Médico de campesinos, obreros, soldados y prostitutas, nunca había tenido esa cantidad junta. Pero sólo trabajó 20 años en urgencias. Una segunda embolia y un diagnóstico fatal de coronarias lo llevaron a la muerte. Demetrio Sodi Pallares -cardiólogo de innegable prestigio y de visita en Aguascalientes en los primeros días de agosto de 1984- tuvo la delicadeza de visitar a su viejo compañero de la generación 30-35 de la Facultad de Medicina, y confirmar la justeza del diagnóstico y de la atención que los especialistas locales le habían dispensado. Siempre se lo agradecimos. Hoy -recientemente fallecido- lo recuerdo con profundo afecto, como también recuerdo a muchos brillantes médicos de esa generación 30-35 que siempre disfruté: Barriga, Cabrera, Couturier, Delgado, González Ulloa, Leyva, Medina Romo, Morones, Patrón, Rivera, Riera, Toledo, Topete, sin olvidar al querido Isidro Rodríguez León (el de nuestra queridas Jesusa madre y Jesusa hija, y de Gabriela, Marcela y demás hermanos) y muchísimos más que nos enseñaron a reconocer en el espacio de la medicina y la seguridad sociales un ámbito privilegiado de la solidaridad humana. Acaso el ámbito por excelencia. Médicos del "bisturí, pinza y tijera; cánula, sonda y erina; siempre será la primera, Facultad de Medicina". Del "Ixtolixóchitl, reina Xóchitl; Mocetuzma Ilhuicamina. Medicina... Medicina... Medicina". Nos educaron en una solidaridad que, incluso llega a trascender las generaciones, como me explicara en su consultorio Miguel Delgado alguna vez, al hablarme del régimen de jubilaciones y pensiones. Todos ellos, educados en la facultad que nació allá en el querido edificio de Santo Domingo. Se formaron teniendo como divisa la más profunda solidaridad, distintivo incuestionable de la Facultad de Medicina. La misma en la que hoy se forman personas tan queridas como Andrés Bendesky que camina ya a su firme especialización, o Bernardina de la Garza, que luego de un importante esfuerzo académico logró una de las más altas calificaciones de ingreso. Sí, me refiero a la facultad que dirige José Narro -de quien recibí una significativa deferencia en un momento personal crítico-, y de quien -sinceramente- extraño una opinión y un pronunciamiento sobre este delicado asunto del IMSS, que él tanto conoce. Pero también -debo decirlo- resulta extraño el silencio de un rector De la Fuente, médico que como director de la Facultad de Medicina y secretario de Salud debió estudiar y caracterizar este asunto con precisión.
Y todo esto para decir que al ver la iniciativa de Levy no puede uno menos que lamentar su falta de sensibilidad y su parca visión tecnocrática. Su incapacidad para conducir el análisis -como bien dijera Ricardo García Sáinz- más allá de la precisión actuarial -que la debe haber- y hacerlo tocar las nervaduras de la sensibilidad social y política para reconocer el imprescindible concurso de los trabajadores. Y, por cierto, no sólo del sindicato del IMSS. Y es que, sin duda, esta iniciativa tiene en mira el régimen de seguridad social, de retiro, cesantía y jubilaciones, de todos los contratos colectivos del país: telefonistas, electricistas, petroleros, mineros, acereros, químicos, azucareros, textileros... todos. Sí, con esta iniciativa presentada por un PRI incapaz de ratificar su intuición histórica original por la solidaridad social, y aprobada al descontón por un Congreso superficial, se declara el inicio del fin ya no sólo del viejo régimen de jubilaciones y pensiones, sino del modelo laboral vigente. Y se alienta la imposición de otro régimen laboral nuevo, autoritario y verticalista, sin concertación de por medio y, por eso mismo, inestable e insensible. Lamentable. Profundamente lamentable. [email protected]
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