Hermann Bellinghausen

Mientras huye el circo

Una noche dejaron la ciudad de X, no como ladrones pero casi. No sólo debían la renta del predio donde se presentaban, sino que además el departamento de Sanidad, la policía migratoria y el servicio fiscal amagaban con confiscar y deportar a los tigres de Malasia, Tina y Tino, por un problema de papeles. Es decir, los gatitos carecían de ellos.

Con las funciones en picada y la taquilla bajo cero, Caranzo ordenó levantar las tiendas y la carpa antes de cumplirse el mes y el contrato. No tenía caso arriesgarse permanecer en esa ciudad de viudas funcionales y viejitos sin humor para ir al circo. No porque no hubiera dinero, si llegaban las remesas del norte. Ni porque faltaran niños (niños dispuestos a ir al circo siempre hay), sino porque ellos no pagaban sus condenados boletos.

Así que allá iba la caravana enterita por los caminos vecinales, despaciosa serpiente que se escabullía para dejar el estado antes de amanecer. Tan intempestiva fue la partida que Sonia la trapecista no tuvo tiempo de despedirse de una tía Carlota que se vino a encontrar en la ciudad de X, ni de su prima Sara, a la que andaba ya enamorando. Primas segundas, no se conocían de antes. Y entre los tabúes sociales no queda claro si está prohibido que dos primas (segundas) se quieran sin inocencia.

Dichosos los elefantes y los tigres de Malasia, no tenían a quién extrañar en X. Pero que tal en el sureste asiático, pensaba Sonia, despierta, en el inmenso vagón dormitorio.

En la traqueteante oscuridad una mano le prendió el hombro. Y la voz de Lino susurró:

-Sonia, ven, te invito un cigarro en el estribo.

Lino es el payaso. Antes alimentaba las fieras, pero tras la deserción de Chapotín, el payaso titular, se quedó con el puesto.

Sonia aceptó. Total, no tenía otra qué hacer que revolcarse en la nostalgia o frustración típica de los trashumantes. Esquivaron los camastros de los demás y salieron al fresco. Las estrellas abigarradas daban el aspecto de nubes. La Vía Láctea en pleno. Las constelaciones irreconociblemente juntas, como en una carta astronómica.

-Guau -exclamó Sonia ante el espectáculo y, trapecista al fin, se pescó del tubo con naturalidad.

Lino es un tipo simplón, pero bueno. Y tolerable. Luego hay unos "buenos" insoportables. Sonriendo ante la impresionante noche sin luna, se buscó los cigarros en la casaca, mientras decía que cuántos foquitos, que parecían estrellas.

-Son estrellas, bruto -lo corrigió Sonia.

-No pueden ser -se obstinó Lino.

-ƑY por qué? -dijo ella mientras tomaba un cigarro de la cajetilla que le extendía Lino.

-Porque son foquitos nomás. Para nuestro circo.

-Presta tu encendedor.

Sonia desistió de discutir. Con una noche tan hermosa a quién le interesaban las opiniones de un payaso. Mejor le dijo:

-Oye Lino, cuéntame tus sueños.

Ese tema les encanta a los dos. Por eso son amigos, a pesar de ser tan diferentes. Sonia es sofisticada, cosmopolita cisne del aire. Lino se hace pasar por burro.

Como buenos insomnes, atesoran sueños, y les gusta fumárselos en compañía uno del otro.

-Oye, Sonia, esta vez la noche es el sueño, Ƒa poco no?

Quién sabe por qué, la trapecista (con la bella Sara tatuada en las retinas, hubiera querido traérsela) se dejó convencer por el payaso. No se contaron nada. La pura noche rodando fue suficiente.