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México D.F. Lunes 9 de agosto de 2004 |
Pueblos indios, sujetos del mundo
El
Día Internacional de las Poblaciones Indígenas, que se celebra
hoy en el mundo, es un momento propicio para analizar la situación
de esos conglomerados humanos en la circunstancia internacional del momento.
Desde principios del siglo XVI las naciones de Europa
se dieron a la tarea de conquistar el resto del mundo. Los conquistadores,
primero, y los colonos, posteriormente, practicaron durante los tres siglos
siguientes el exterminio, la sujeción y la opresión de las
poblaciones autóctonas de los nuevos territorios. Ese proceso fue
realizado en América por españoles e ingleses y sus descendientes
criollos, pero también en Africa por holandeses, ingleses y franceses
y en Asia por los rusos. El largo proceso de conquista de los "civilizadores"
se tradujo en la articulación obligada de los conquistados a estructuras
de explotación y pillaje sistemático de sus recursos naturales,
a la imposición de modelos políticos, económicos,
religiosos y culturales extraños y a una negación sistemática
de las culturas locales, a las que se catalogó como "bárbaras"
y "primitivas".
Semejante avance de la modernidad, entendida como expansión
depredadora de Occidente, dio origen a los procesos de globalización
en curso hoy en día. Habiendo sobrevivido al primero, los segundos
parecían, a fines del siglo pasado, los liquidadores finales de
los pueblos indios. Aislados, despojados de sus tierras y sus recursos
naturales, y en ocasiones hasta de su lengua y sus sistemas de creencias,
confinados en reservas o condenados a la agricultura de autoconsumo y a
la emigración, los indígenas eran vistos como un anacronismo
y un remanente del pasado condenado a la extinción rápida.
Sin embargo, en las últimas tres décadas
del siglo XX la emergencia de nacionalismos políticos y de procesos
de liberación y resistencia empezó a generar un vuelco en
la circunstancia de los pueblos indios. De entonces a la fecha se han desarrollado,
en México y en el mundo, innumerables grupos y organismos dedicados
a recuperar el sitio, el patrimonio y la dignidad de los pueblos autóctonos.
Un hito fundamental en ese proceso fue el alzamiento indígena de
enero de 1994, en Chiapas, el cual obligó a México y al resto
del mundo a mirar a los indios desde un nuevo punto de vista. El zapatismo
chiapaneco articuló los movimientos de resistencia indígena
al conjunto de los procesos de resistencia frente a la globalización
neoliberal y consagró la utilización, por los oprimidos de
siempre, de los instrumentos mediáticos e informáticos de
la modernidad.
El fenómeno señalado es apenas un punto
de viraje en la larga lucha de las poblaciones autóctonas por la
sobrevivencia, por la justicia y por la dignidad. Se han empezado a contrarrestar,
así, los efectos de la barbarie de que han sido víctimas
a lo largo de cientos de años. Pero las poblaciones indígenas
de México, América y el mundo siguen colocadas en una circunstancia
de vergonzosa injusticia, opresión, marginación y miseria,
y el reconocimiento pleno de sus derechos es todavía una meta dolorosamente
lejana.
En nuestro país, la población indígena,
conformada por más de 13 millones de personas, tiene una esperanza
media de vida dos años menor, en promedio, que el resto de los mexicanos
y, más allá de consignas demagógicas gubernamentales
como el "arranque parejo en la vida", para los recién nacidos indígenas
el riesgo de morir en el primer año de vida es 60 por ciento superior
que entre los no indígenas. En contraste con la determinación
de un creciente número de pueblos indios de recuperar sus usos y
costumbres, sus idiomas y sus propias formas de organización social,
el país oficial, la clase política y los poderes económicos
nacionales e internacionales que gobiernan de hecho se niegan a reconocer,
en su justa dimensión, a las naciones indias que forman parte del
mosaico mexicano.
Para finalizar, la más importante conquista realizada
en años recientes por los pueblos indígenas -los mexicanos
y los del mundo- es que empieza a considerárseles ya no como problema,
sino como solución; ya no como remanente del pasado, sino como alternativa
de organización social frente a la asfixiante, salvaje e insostenible
globalización neoliberal.
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