México D.F. Miércoles 18 de agosto de 2004
Arnoldo Kraus
La política como enfermedad
Hace pocos días coincidieron cuatro encabezados en La Jornada, cuyos mensajes colocan a nuestro país, a los políticos que lo dirigen, y a los mexicanos que los padecemos, en su justa dimensión. El viernes 13 de agosto de 2004 se leía en la primera plana: "Apremia Slim a terminar pugnas entre partidos". Dos de los subtítulos decían: "La unidad, base para impulsar la infraestructura interna" y "El país necesita de la reconciliación, dice el empresario". Renglones abajo se leía, "De la Fuente: México carece de política de Estado". Tres de los sumarios informaban: "Hay que salir de la coyuntura y de la inmediatez". "Las soluciones deben estar 'al servicio de la sociedad'" y "Urge creer en el país y pensar en grande, expuso el rector".
Al día siguiente este mismo diario publicaba, también en primera plana, "El gabinetazo, en caída libre". El balazo decía: "Se va Gertz de la SSP en medio de múltiples especulaciones". Más abajo se informaba: "Desconoce el PRD a la esposa de Sánchez Anaya como candidata".
Es evidente que no fue azar ni dolo, maña o algún sesgo lo que determinó que esas noticias coincidiesen. Fue, por el contrario, la realidad quien juntó esas informaciones. Empresa y universidad, por un lado; PAN y PRI, por el otro. Es decir, buena parte de los actores más destacados y visibles de la sociedad fueron congregados, involuntariamente, y al mismo tiempo, para retratar el momento del país y para exponer, si no el caos, sí, por lo menos, el hartazgo y la inquina que ha generado nuestra clase política.
Las voces que parten del análisis de una economía maltrecha y en picada, aunadas a las reflexiones que surgen desde la mirada de la educación, alertan sobre las condiciones actuales del país. Ambas denuncian: la política carece de rumbo y los dirigentes de los partidos de honor e inteligencia. Ambas avizoran un futuro turbio: la pobreza y la falta de educación no pueden esperar más. Ambas sugieren la misma conclusión: el responsable de las miserias -económica, educativa, social- es el Estado. Es impensable, en contra de lo que publicitan los voceros de Vicente y Marta Fox, que el número de pobres siga aumentando: nuestra nación carece de futuro mientras no se resuelva "mínimamente" la miseria.
Al día siguiente de las advertencias de Slim y de De la Fuente, La Jornada informaba de nuevas fracturas en el gobierno. En medio de turbias informaciones -como suele ser la política en nuestro país- el titular de la Secretaría de Seguridad Pública engordó la lista de los personajes que han renunciado. Debido a que 21 miembros han abandonado el régimen del cambio, es muy probable que el presidente Fox sí pase a la historia: los cambios en el gabinete han demostrado ad náuseam que es el mandatario del cambio. Junto con Fox, el PRD prosiguió dando vaivenes y bandazos.
Entre dimes y diretes -otra característica de nuestra ralea política- los dirigentes del PRD no logran frenar los intentos de sus gobernadores tlaxcaltecas por emular lo que tanto habían denostado: la señora Maricarmen Ramírez quiere ser en Tlaxcala lo que su partido no quiere que sea la señora Fox en el país. El PRD debería entender que no se requiere ser Galileo para saber qué es lo que sucede cuando se escupe hacia arriba.
Hay que atender y pensar lo que dicen la empresa privada y la universidad. Hay que reflexionar y disecar lo que sucede en las redes del poder político. Después, hay que asombrarse. Pasmarse primero y preocuparse después. La sordera, la ineptitud y la incapacidad intelectual de la mayoría de nuestros dirigentes políticos son realmente sorprendentes. Tan sorprendentes que sin duda no entenderán lo que advierten dos dirigentes ajenos a sus estrechos campos visuales.
El poder político en México está enfermo, muy enfermo. Padece una enfermedad incurable e indescriptible: son ellos mismos la patología y es su enfermedad la que les impide verse, pensar, dudar y reflexionar, es decir, asombrarse. Ha transcurrido casi siglo y medio desde que Abraham Lincoln advirtió acerca del peso del poder. En su discurso contra la esclavitud afirmó que no es el poder lo que da la razón, sino que es la razón lo que valida el poder.
Cincuenta o 60 millones de mexicanos sumidos en la pobreza, las voces discrepantes provenientes desde la óptica empresarial y desde la mirada de la educación, así como la miseria ideológica e intelectual de nuestros políticos confirman que el poder sin razón, como sucede en México, es una enfermedad terrible.
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