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México D.F. Miércoles 18 de agosto de 2004
Luis Linares Zapata
Sobreviviendo a la propaganda
La alianza de las clases medias urbanas, principalmente caraqueñas, con el empresariado de medio y gran calado ensayó todas las rutas a su alcance para derrocar al presidente Hugo Chávez. El referendo dominical fue la última puesta en escena de una prolongada y dañina intentona por detener la movilización de los de abajo que encabeza Chávez y donde los medios de comunicación jugaron papel de guías, promotores, manipuladores y hasta complotistas para satisfacer las intenciones de la plutocracia de ese país por retener y acrecentar los privilegios de que han gozado durante largos años. Y, como los anteriores caminos ya ensayados, volvieron a fallar de manera por demás contundente. Seis de cada cuatro venezolanos votaron por la continuación del que parecía un sitiado mandatario. Pero la intensa campaña propagandística no fue inocua. Otros cuatro ciudadanos, principalmente de raza blanca, educados, bien conectados con fuerzas del exterior y con pleno respaldo de la administración de Bush, votaron por el no. Ciertamente una abultada capa de la sociedad a la que se tendrá que integrar no sin grandes dificultades y que, con seguridad, pelearán por sus propias pretensiones e intereses.
En el centro de la disputa se encuentra el hombre más rico de Venezuela, un tal Cisneros, empresario beneficiado con cuanta ventaja otorgaron los pasados gobiernos de ese petrolero país, que fueron muchas por cierto. Propietario de influyentes canales de televisión y radio, no dudó en usarlos como arietes en la disputa y recurrió a sus amigos y socios del exterior que, con gusto, poca información y mucho estómago, lo apoyaron sin remilgos. Ese personaje logró en México lo que pretendía y para mala hora del periodismo nacional. Diversos medios, entregados a su solidaridad de clase, se sumaron gustosos a la campaña de desprestigio contra Chávez hasta igualarlo con un ogro voraz, pleitero, demagogo, divisionista, corrupto, dispendioso, atrasado, tramposo, autoritario y muy feo. Un entonado mulato que, dicen, da vergüenza frecuentar si no pretende ser generoso con las elites decisorias. Y, para no abandonar las viejas y trilladas categorizaciones de la guerra fría, un cuasi comunista que ofende a los gringos y se lleva de a cuartos con dictadores como Fidel Castro, el cubano maldito y, como él, destructor de una impoluta iniciativa privada.
Muy pocos diarios mexicanos se preocuparon por reseñar, escudriñar los detalles de la disputa, recabar información genuina sobre lo que sucede en Venezuela, de situar en contexto las acciones gubernamentales, describir los programas en marcha que han logrado penetrar entre la población necesitada y no limitarse a repercutir los borbotones de propaganda que emanaban de furiosos como alocados conductores televisivos y radiofónicos y no pocos analistas caraqueños. Así, se sucumbió a la desinformación. No se ensayó, como regla general que tiene por fortuna excepciones, siquiera un periodismo que atendiera a las reivindicaciones para con los de abajo que se inauguran en Venezuela con la búsqueda de abrir algunos horizontes a los que nunca los han tenido.
El referendo fue categórico: Chávez seguirá hasta 2006, tal como dice esa Constitución que los golpistas quisieron abolir el mismo día en que tomaron por asalto los salones de Miraflores con aquel grupúsculo variopinto que, como las elites caraqueñas que lo alentaron, mostró a las claras sus enormes debilidades depredadoras, su autoritarismo, ceguera y voracidad cuando tuvo la oportunidad de hacerse con el poder. Ahora tendrán que aceptar lo que la realidad les impone: esos millones de votos que forman la mayoría que debe mandar. Los alegatos de fraude monumental que difunde la coordinadora de la oposición se estrellan con lo que muestran las encuestas de salida y los avales internacionales, la OEA en primer lugar, que certifican la limpieza del proceso y la veracidad de los datos oficiales. De poco servirán los retobos de la Casa Blanca para reconocer lo que dictó con voz profunda la ciudadanía venezolana.
Los aguerridos opositores de Chávez contaban con la probada asistencia de las clases medias educadas, no sólo a las manifestaciones callejeras, como se esmeraron en probar, sino a las urnas. La población de las barriadas pobres, los marginados, los mulatos y negros, los olvidados de siempre, no tenían la confianza de los estrategas opositores; con mucha probabilidad ellos no concurrirían a depositar su apoyo, tal como ha sucedido en repetidas experiencias mundiales. No fue así, los de abajo sí salieron a votar y ganaron por sus abrumadores números, que, por desgracia, reflejan la dolorosa realidad de su marginación.
Pues sí, salieron y, con sus abrumadores números, sellaron el destino actual de su país y entrevén, en esa incipiente rendija, un hálito de esperanza. Con su número también reflejaron una realidad por demás dolorosa: su marginación, pero que, por vez primera, recibe atención desde la cima del poder establecido. Los programas de educación, de salud, de crédito para pequeñas empresas funcionaron en un doble carril, como partes integrantes de programas sociales y como promotores de simpatías partidistas.
La presencia activa en la vida pública de los desposeídos, de los habitantes de las periferias citadinas, de los feos, es un hecho constatable en Venezuela. Y ello comienza a balancear el quehacer público. Un ámbito antes inclinado a reverenciar al mandón, al bien posicionado en la escala económica, al educado, al blanco, al que por tradición siempre supo, mediante un sinfín de trucos, cómplices prácticas y habilidades, inclinar a su favor la gracia y propiciar el abuso del gobernante en turno. Un fenómeno muy común en esta América Latina nuestra. Y ello debe verse con la debida atención en todos los países de la región, México incluido.
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