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México D.F. Miércoles 18 de agosto de 2004

POESIA PARA LLEVAR

Ricardo Yáñez

La sonrisa del árbol

EN LA FAMA, Nuevo León, en casa de Margarito Cuéllar y Ana Matta Arcos, René Rojas me comenta que el pasado domingo 8 acudieron al Panteón de Dolores a visitar, como cada año, la tumba de Pedro Garfias, ''una tumba sencilla, como todas las que están ahí". Garfias murió el 9 de agosto de 1967, por la tarde, a los 66 años. Le cerró los ojos un médico joven, según testimonio de don Alfredo Gracia Vicente, uno de los pocos que allí estuvieron, como el propio poeta hubiese deseado:

''ME GUSTARIA/ QUE quien cerrase mis ojos/ tuviese manos tranquilas.// Me gustaría/ que los presentes callasen/ o llorasen en sordina.// Me gustaría/ que fuesen pocos/ y aun menos de los que se necesitan."

LOS VERSOS PROCEDEN del poema ''Recién muerto'', incluido en Río de aguas amargas -su último libro-, que más adelante dice: ''Me gustaría/ que me llenasen la boca/ de tierra mía." Tierra de su tierra, se dice, también le acompaña en su morada última.

HACE AÑOS QUE Andrés Montes de Oca organiza la conmemoración del aniversario luctuoso, siempre con pocas personas, como debe ser. Suelen acudir, me informan, alrededor de diez; esta ocasión fueron siete. Hay en la lápida su escueto nombre, la indicación del oficio y un epitafio que imagino tomado de algún texto suyo: ''Pedro Garfias, poeta: La soledad que uno busca/ no se llama soledad."

GARFIAS, ESPIRITU UN tanto juglaresco, un tanto nómada, exiliado por fatalidad y viajero por convicción, estuvo en muchas partes de México; vivió en Guadalajara y en tierras regias, donde vino a morir. La adversidad, sugiere Enrique López Aguilar en la presentación de la antología del salmantino-andaluz preparada por Juan Rejano, puede para los poetas ser, en términos de obra al menos, muy buena compañía. Por casualidad he hablado con personas que tuvieron la oportunidad de conversar con el autor de Primavera en Eaton Hastings. El elogio de su persona no se hace esperar, tampoco la lamentación sobre sus condiciones de vida. No me detendré en eso. Me detengo, y nomás, en esa detención, ese suspenso de tiempo que algunos nuevoleoneses le dedican fervorosamente año con año.

ROJAS TRAIA UN un libro del noventa con una fecha a pluma: 9/VIII/95, anotada en la página del colofón. Luego de ésta, diversas caligrafías y nuevas fechas, todas en la primera quincena de distintos agostos. Me permito reproducir una, de Andrés Montes de Oca, hecha hace dos años: ''Se oye tu voz en el cuero de mi piel, Pedro Garfias".

FRANCISCO BRICEÑO ES un huichol al cual Garfias dedica un poema, elegido por Rejano para cerrar la antología que traía René. De ese texto extraemos los versos siguientes que muy bien pudieran asimismo constituir otro digno epitafio para el republicano: ''Nunca quiso ganar/ siempre supo perder. /A todos repartió/ lo que sólo era dél./ Y nunca tuvo más/ de lo que hay que tener."

Pero (de El árbol sonríe): ''Es viejo el árbol./ Y su humildad oscura sonríe a las estrellas."

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