México D.F. Miércoles 18 de agosto de 2004
John Berger
La obra de un patriota
La cinta Fahrenheit 9/11 es asombrosa. No tanto como película -pese a ser sagaz y conmovedora-, sino como suceso. Casi todos los comentaristas intentan ignorar el suceso y desacreditarla como cine. Después veremos por qué.
Esta obra de Michael Moore conmovió profundamente a los artistas que fungieron como jurados en el Festival de Cannes y parece que decidieron otorgarle la Palma de Oro, por unanimidad. En las primeras seis semanas de su exhibición en Estados Unidos, las entradas de taquilla sumaron más de cien millones de dólares, lo que sorprende, pues es cerca de la mitad de lo recaudado por Harry Potter y la piedra filosofal en un lapso comparable.
La gente nunca ha visto nada como Fahrenheit 9/11. Unicamente los llamados formadores de opinión de la prensa y los medios parecen haberse desconcertado.
Si la consideramos un acto político, esta cinta puede ser un hito histórico. Pero para entenderla en este sentido, se requiere cierta perspectiva del futuro. Vivir en el plano cerrado de las últimas noticias, como viven casi todos los formadores de opinión, reduce la perspectiva: todo es barullo, y nada más. A contrapelo, la película intenta contribuir a un cambio en la historia del mundo. Es una obra inspirada en la esperanza.
Lo que la hace un suceso es el hecho de ser una intervención independiente y efectiva en la política mundial inmediata. Hoy es raro que un artista (Moore es uno de ellos) logre hacer una intervención así, que interrumpa las declaraciones fabricadas y embusteras de los políticos. Su meta inmediata es hacer menos probable que el presidente Bush se relija el próximo noviembre. De principio a fin invita al debate político y social.
Denigrar esta obra como propaganda es o ingenuo o perverso, es olvidar (Ƒdeliberadamente?) lo que el siglo pasado nos enseñó. La propaganda requiere una red permanente de comunicación para ahogar sistemáticamente la reflexión mediante consignas emotivas o utópicas. Es común que su pulso sea rápido. Invariablemente, la propaganda sirve a los intereses de largo plazo de alguna elite.
Esta cinta, arisca y cáustica, es a veces lenta y reflexiva y no tiene miedo al silencio. Le apuesta a que la gente piense por sí misma y haga las conexiones planeadas. Se identifica con, y habla en favor de, aquellos a los que normalmente no se escucha.
Presentar un caso con fuerza no es lo mismo que saturarlo todo con propaganda. El canal Fox hace esto último. Michael Moore, lo primero.
Desde los tiempos de las tragedias griegas, los artistas se han preguntado, de cuando en cuando, qué pueden hacer para influir en los sucesos políticos que están en curso. Es una pregunta con maña porque se juegan dos tipos muy diferentes de poder. Muchas teorías de la estética y de la ética le sacan la vuelta a esta cuestión. Para quienes viven bajo el yugo de una tiranía política, el arte ha sido con frecuencia una forma de resistencia encubierta, y los tiranos tienen por costumbre buscar maneras de controlar el arte. Todo esto, sin embargo, es muy general y cubre un vasto terreno. Fahrenheit 9/11 hace algo distinto. Ha logrado intervenir en un programa político usando los elementos propios del programa.
Para que esto ocurriera, fue necesaria una convergencia de factores. El premio en Cannes y el intento fallido por evitar que se distribuyera el filme jugaron un papel importante en la creación del suceso.
Resaltar esto no implica de ninguna manera que Fahrenheit 9/11 no merezca la atención que recibe. Es sólo que hay que recordar que en el mundo de los medios masivos una ruptura así (una demolición del muro cotidiano de mentiras y verdades a medias) tiende a ser rara. Y es esta rareza lo que hace ejemplar esta película. Es un ejemplo para millones -es como si la hubieran estado esperando.
Fahrenheit 9/11 propone que la Casa Blanca y el Pentágono fueron tomados el primer año del milenio por una pandilla de maleantes -más su Jefe Renacido- para que, de ahí en adelante, el poder estadunidense sirviera prioritariamente a los intereses globales de las corporaciones. Es un escenario desolador, más cercano a la verdad que los más molestos editoriales. Pero la manera en que la película se expresa es más importante que el escenario. Demuestra que, pese a todo el poder manipulador de los expertos en comunicaciones, pese a los mentirosos discursos presidenciales y las insulsas conferencias de prensa, una sola voz independiente -que apunte ciertas verdades concretas que incontables estadunidenses van descubriendo por sí mismos-, puede traspasar la conspiración del silencio, la atmósfera manufacturada de temor y la soledad de sentirse políticamente anulados.
Esta es una cinta que habla de lejanos y obstinados deseos en un periodo de desilusión. Que cuenta chistes mientras la banda interpreta el Apocalipsis. Una película en la que se reconocen millones de estadunidenses y que muestra las formas precisas en que fueron engañados. Que aborda las sorpresas, sobre todo las malas, pero algunas son buenas si se discuten en conjunto. Fahrenheit 9/11 le recuerda al espectador que cuando la valentía se comparte uno puede luchar contra la suerte.
En los más de mil cinematógrafos, donde se programa en Estados Unidos, Michael Moore se convierte en tribuno del pueblo. Y qué es lo que vemos. Bush es, visiblemente, un cretino político, un ignorante del mundo y un ser indiferente a éste. En cambio, habiendo acumulado experiencia popular, el tribuno adquiere credibilidad política, no como político él mismo, sino como la voz del coraje de una multitud en su voluntad de resistir.
Hay algo más que también asombra. El propósito de Fahrenheit 9/11 es evitar que Bush se robe las elecciones, como se robó las últimas. Su foco está situado en la guerra de Irak, totalmente injustificada. Pero la conclusión es más vasta que cualquiera de estos aspectos. Esta declara que una economía política que crea una riqueza rampante (de proporciones colosales) rodeada de una creciente y desastrosa pobreza, requiere -para sobrevivir- una guerra continua con un enemigo extranjero inventado si pretende mantener su propio orden y su seguridad interna. Una guerra interminable es lo que necesita.
Así, 15 años después de la caída del comunismo, décadas después de la declaración del fin de la historia, una de las tesis principales de la interpretación de la historia de Marx vuelve a ser un punto de debate y una explicación posible de las catástrofes que se viven.
Son siempre los pobres quienes hacen los mayores sacrificios. Fahrenheit 9/11 lo anuncia calladamente durante sus últimos minutos. ƑPor cuánto tiempo?
No habrá futuro para ninguna civilización del mundo que ignore esta pregunta. Y es por eso que se hizo este filme y se volvió lo que se volvió. Es una obra que quiere que Estados Unidos sobreviva.
Traducción Ramón Vera Herrera
© John Berger
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