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México D.F. Jueves 19 de agosto de 2004
Sergio Zermeño
Olímpicas: competitividad
de los mexicanos
Países como Japón o Corea, campeones de la mundialización, tienen cerradas sus fronteras a las mercancías que compiten desventajosamente con sus productos agropecuarios. Muchos de esos países, sin embargo, inundan la economía global con artículos altamente competitivos. En eso consiste la soberanía: poder plantear estrategias de avance donde es posible, y de defensa en donde se es débil.
En contraste, los mexicanos firmamos acuerdos de libre comercio con cada uno de los países a los que viaja nuestro presidente en turno, y a veces sin viaje ninguno, al fin šy qué!, somos buenos donde quiera. Lo que en economías más equilibradas entre sí, como las europeas, ha llevado más de 20 años y exigió muchas precauciones, los mexicanos lo resolvemos al ritmo de "enchílame otra".
En 1990, no bien Salinas acababa de anunciar la inminencia de un Tratado de Libre Comercio con América del Norte, y ya Vicente Mayo, líder de la Cámara Nacional de Comercio (Canaco), sentenciaba: "tenemos un plazo perentorio de siete meses para... acrecentar con urgencia los niveles de productividad en todos los centros de trabajo, pues en el caso de que las plantas productivas vieran en peligro su existencia sería por falta de competitividad y no por otra cosa".
Pero qué fanfarronada: en 1960 la diferencia de productividad con nuestros vecinos era de 27 a 100, y entre 1982 y 1987, según Hernández Laos y Velazco, la productividad de los países de la OCDE había crecido una vez y media con respecto a la de México (Comercio Exterior, julio de 1990), y todavía se nos anunciaba la semana pasada (Reforma, 13 de agosto) que mientras nuestra productividad por persona ocupada era de 15 mil dólares en 2003 (6.5 por ciento inferior con respecto a 2001), la de Estados Unidos era de 73 mil (4.7 por ciento superior en el mismo lapso); se nos informaba igualmente que China pasará de 16 por ciento a 50 por ciento del control sobre el mercado estadunidense de textiles a partir del primero de enero de 2005, cuando se eliminen las cuotas a las importaciones, mientras la participación de México en ese renglón caerá de 10 a 3 por ciento.
Para qué aburrir más a los escasos lectores en estos días olímpicos con datos referentes a nuestra desindustrialización, el control extranjero de la agroindustria y la minería (que es lo único competitivo de nuestro sector primario), al acaparamiento por esos mismos capitales de todos nuestros activos: playas, bancos, energéticos... (quizás sólo "nos" quede Telmex y las redes del narcotráfico, porque resultamos incompetentes hasta en el tequila).
Este doloroso recuento sólo viene al caso para calibrar con mayor realismo nuestras potencialidades como nación, pues si bien los datos de la economía son manipulables al grado de que nuestro Presidente puede anunciarnos que somos la novena economía del mundo, hay otros eventos, como estas Olimpiadas que nos invitan a documentar nuestra humildad.
Y no se trata de hablar mal de nuestros deportistas, menospreciarlos, fabricarles un entorno aún más difícil del que ya están viviendo. Por el contrario, la enseñanza que debemos sacar de todo esto es que por más que nos queramos sentir globales, mundializados, abiertos al mundo, masa selecta del Wal-Mart, changarreros triunfadores, modernos y posmodernos, sólo viviremos de ilusiones si no hay normatividad, directrices y autoridad que protejan lo que tenemos, que no es competitivo y en la mayoría de los casos no lo será.
ƑCómo es que nuestros becarios en economía compraron la idea de que había que recortar el gasto público en educación, salud, ciencia y tecnología, si las universidades de nuestro propio vecino del norte, donde ellos estudiaron, reciben vigorosos financiamientos públicos? Y es que la competitividad en economía o en deporte radica en eso, y con niños y jóvenes obesos, con una diabetes que prolifera, con instituciones de salud en bancarrota, con calificaciones reprobatorias prohibidas por la SEP, no se ve cómo ganaremos las medallas del futuro (a menos que comencemos a naturalizar a los extranjeros, cambiemos la sede de la Conade a la UCLA o legislemos para que cualquier logro chicano sea automáticamente mexicano). Vamos a terminar mandando delegaciones cada vez más nutridas de payasitos que hagan chistes de homosexuales en plazas y restaurantes de las sedes olímpicas (aunque a la televisión mexicana ya no la aceptan ni en los taxis).
ƑPara qué voltear al medallero?, mejor concentrémonos en lo doméstico, en lo que sabemos hacer: en los desafueros a la mala, en las primeras damas voraces, en los superpolicías jubilados, en los megadefraudaadores con amparo, en los videoescándalos, en los senadores que litigan contra el erario, en los huesos en el desierto, en los árbitros sin ley, en la subasta de veredictos, en la cacería de franeleros y futuros secuestradores...
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