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México D.F. Sábado 21 de agosto de 2004

Gonzalo Martínez Corbalá

La barbarie del siglo XXI y la pasividad de la ONU

Sudán fue conquistado por los egipcios en 1821 y Muhammed Ahmad se constituyó a sí mismo en el Mahdi, mandatario del país, quien fue derrocado por un ejército anglo-egipcio en 1899 y se estableció un dominio compartido por ambos ejércitos. Finalmente, en 1956, fue proclamada como una república soberana e independiente, aunque fue hasta 1964 que se volvió a establecer un gobierno civil, después de un golpe de Estado que produjo un gobierno militar que duró seis años.

Es vecino, por el norte, de Egipto, y en el noreste tiene una colindancia marítima, bastante larga, con el mar Rojo y, por supuesto, tiene la cercanía de Arabia Saudita al otro lado del golfo. Al este colinda con Eritrea y Etiopía, y al sur con Kenia, Uganda y la República Democrática del Congo. Al oeste con Africa Central y Chad, y al noroeste con Libia. Es el país más grande de Africa territorialmente, con una área de más de 2 y medio millones de kilómetros cuadrados, es decir, más grande que nuestro país, aunque de poca densidad de población, pues la ONU ha hecho proyecciones muy imprecisas, ya que estima que la población para el año 2010 sería de entre 38 y 67 millones de habitantes, y es muy aventurado dar cifras de densidad un tanto exactas. La capital es Jartum, y tiene aproximadamente 2 millones 600 mil habitantes, desproporcionadamente grande en comparación con las otras ciudades importantes del país.

La ONU se ha ocupado recientemente de Sudán, debido a las tragedias ocasionadas por la limpieza étnica ejecutada por las milicias árabes aliadas con las propias, en una lucha genocida brutal y sangrienta, que viene de muy lejos en la historia, y que tiene, sin duda, la complicidad del gobierno de Sudán, que no se ha preocupado realmente por detener el genocidio desatado en la guerra absurda -quizás como todas las guerras, con algunos agravantes- en la región de Darfur, a pesar de haber transcurrido el plazo dado el mes pasado por el Consejo de Seguridad de la ONU, bajo la amenaza de aplicar castigos, bastante imprecisa, como es costumbre de la organización mundial, concebida para la paz y el desarrollo, así como para hacer valer la Carta de los Derechos Humanos. Parece ser que el actual secretario general de la institución, relegido recientemente, tendrá la marca de genocidios por el hambre y por las guerras fratricidas más grandes desde la fundación de la ONU, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se firmó en San Francisco la Carta de las Naciones Unidas, el 26 de junio de 1945.

La carta empieza afirmando: "Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la humanidad sufrimientos indecibles..." para continuar en el artículo primero de sus propósitos y principios, el de "mantener la paz y la seguridad internacionales y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar las amenazas para la paz y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias a situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz".

Cinco veces en ocho líneas repite la palabra paz, que a fuerza de tanto hacerlo, no es mucho lo que significa ya, esto sin contar las que se repite en el texto completo de la carta, que integran 111 artículos, en 19 capítulos. Uno se tiene que hacer con angustia la pregunta: Ƒhabrán leído los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU la carta que le dio origen en sus propósitos y principios y que firmaron en su oportunidad los representantes de los países que lo integran y que fue también ratificada por los órganos legislativos correspondientes? Y la angustia se genera cuando uno piensa en que, si la respuesta es afirmativa, a ninguno de ellos le importa el texto que se comenta, lo que es peor quizás a pensar que ni siquiera la hubieran leído.

Darfur no puede esperar, dice el magnífico editorial de El País del domingo 15 de este mes, volviendo al tema del genocidio de Sudán, y a su "dolor infinito", provocado por los actos criminales denunciados también por la organización Human Rights Watch, agregando que el gobierno de Jartum está integrando a sus guardias de seguridad, a los mercenarios que ejecutan por igual a hombres, mujeres y niños en Darfur, a unas 50 mil personas, y un millón de ellos han tenido que huir de sus chozas que son quemadas junto con sus cosechas, violando sistemáticamente a las mujeres para luego asesinarlas.

Sí, esto está pasando ahora mismo, en los principios del siglo XXI, cuando se están lanzando naves al espacio para llegar a Marte -quizás para darle mayor presencia al símbolo mitológico de la guerra-, y cuando se afirma todos los días que se está combatiendo al terrorismo y consolidando la libertad del hombre, en otras latitudes no muy lejanas de Sudán y muy cercanas en la historia de la barbarie que parece ser el signo que habrá de caracterizar a este siglo XXI.

El presidente de Nigeria, Olusegun Obasanjo, está tomando medidas para mandar un contingente importante, muy probablemente de 3 mil 500 soldados, a la región de Darfur al oeste de Sudán, que sería, en todo caso, parte de la fuerza de mantenimiento de la paz de la Unión Africana, no sin cierto rechazo del Ministerio de Exteriores sudanés, que si bien no se opone a la intervención, pretende intentar un arreglo interno antes de recurrir a las tropas africanas, lo que se ve difícil y remoto, puesto que quiere hacerlo con base en la duplicación del número de policías hasta alcanzar la cifra de 20 mil, que se sumarían a los 40 mil soldados sudaneses desplegados en Darfur, con los resultados catastróficos que se comentan. Ojalá que las fuerzas de la Unión Africana sean aceptadas por el gobierno sudanés, y que se termine con la masacre que se lleva a cabo en la actualidad.

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