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México D.F. Lunes 23 de agosto de 2004
León Bendesky
Algo anda mal
La delegación mexicana que compitió en los juegos olímpicos de Atenas constó de 114 deportistas de 20 distintas disciplinas; 36 en futbol y 28 en atletismo. Además, formaban parte de la delegación 32 entrenadores, 22 médicos y ocho delegados: 176 personas en total. Debemos imaginar que ese grupo fue el mejor disponible en el país y que fueron quienes debían ir en virtud de sus marcas o de su capacidad en cada uno de los deportes representados.
A juzgar por los resultados, el nivel de los competidores mexicanos es muy bajo, pero corresponde a los expertos evaluar ese desempeño y de una vez por todas organizar el deporte de modo que se eleve la calidad. Es en verdad descorazonador ver la incapacidad de los dirigentes y cómo los medios especializados inflan a los atletas para luego sólo ser capaces de mostrar, inclusive con sorpresa, la realidad de lo que es esta actividad en México que ellos mismos contribuyen a crear.
El deporte en México, aunque suene absurdo, no parece estar organizado y administrado para fines eminentemente deportivos, es decir, para tener atletas capaces de ganar. Ni modo, frente a Pierre de Coubertin, restaurador de los juegos olímpicos en 1896 y su máxima de que lo importante no es ganar, sino competir, está la de Vince Lombardi -famoso entrenador de futbol americano-, quien decía de modo categórico que no hay sustituto para la victoria. Lo mejor que se puede hacer por los deportistas que compiten a nivel de Olimpiadas es prepararlos para que puedan ganar. Y, a pesar de que es sabido que no siempre se puede ganar, lo contrario también es cierto.
El nivel del deporte mexicano -y por supuesto que siempre hay destacadas excepciones- es muy atrasado y eso refleja a las claras todo lo que hay detrás de esos muchachos que van con entusiasmo a representar a su país. Lo que hay detrás es mucha política, mucho dinero, muchos intereses de las instituciones gubernamentales, las asociaciones y federaciones, y de los medios de comunicación, sobre todo la televisión.
El caso más destacable es el del futbol varonil. Los tipos son profesionales, tienen el soporte de todo un andamiaje deportivo, técnico y administrativo que haría pensar que pueden jugar mejor, y olvidémonos ya del tema de la actitud. En uno y otro caso son mediocres, eso sí, envueltos en pesos, millones de pesos. Sólo para documentar el pesimismo habría que mirar lo que hicieron los iraquíes, quienes a pesar de las condiciones materiales y políticas y de la manera en que se practica el futbol en su país, lucieron más que los flamantes mexicanos.
Puede ser que el técnico en turno cometa errores al seleccionar a los jugadores o bien faltas de tipo táctico al plantear el juego, pero la verdad es casi irrelevante quién dirija al equipo, pues lo que vimos en la Copa América y en las Olimpiadas es el verdadero nivel de ese juego. Nada que ver con lo que se practica en Europa, en Brasil o Argentina; es más, propongo que la FIFA y el Comité Olímpico Internacional busquen distintos nombres para diferenciar ambos modos de juego y se evite así cualquier confusión.
Ante la pobreza de los resultados y las decepciones diarias que recibía el respetable público, pendiente siempre de quienes representan sus colores en Atenas, llama la atención el acontecimiento mediático que han protagonizado las televisoras mexicanas. Tv Azteca envió a Grecia un contingente de 150 personas, entre ellos 40 comentaristas, especialistas, actores y comediantes, y 110 técnicos. Televisa mandó, según informa, a 150 personas, igualmente comentaristas, especialistas, cómicos y presentadores, y sus propios técnicos. Este es un caso único, irrepetible en cualquier sociedad sensata en que los medios de comunicación no son tan depredadores y en los que hay cierto decoro.
No hay ninguna relación entre los competidores, que al parecer debían ser el motivo de estos juegos olímpicos, y el happening televisivo que se ha organizado. Este es, además, realmente insufrible por su formato, largo y tedioso, y muestra hasta la falta de imaginación de ambas empresas al ofrecer, de nuevo al respetable, tan repetitivo esquema. En México no hay tantos comentaristas que sepan de deporte, por lo que sus opiniones sólo vulgarizan cualquier tema que se trata; no hay tantos especialistas que tengan algo que decir para ilustrar a los pobres espectadores que sólo quisieran pasar un rato entretenido viendo nada más que a los atletas competir. En México no hay tantos cómicos que puedan divertir a marchas forzadas con escenas y diálogos de una trivialidad asombrosa, y de los actores no se sabe para qué se prestan a ponerse en evidencia con tal de hacer un viajecito todo pagado a Europa en verano.
Lo que hay detrás de todo esto de las Olimpiadas es puro negocio a expensas del deporte y de quienes lo practican de manera consistente, esperando llegar a niveles realmente competitivos, con apoyos como los que reciben sus colegas de otros países. A expensas también de la inteligencia y del buen gusto de la gente. El nivel y la organización del deporte en este país son de subdesarrollo, y mucho más los de la televisión.
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