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México D.F. Lunes 23 de agosto de 2004

Le faltan grandeza y estímulos inteligentes a nuestra fiesta, sostiene El Papelero

El arte del toreo es para espíritus especiales, por eso hoy interesa menos

Triunfó en México y en Madrid, y a los 30 años recibió la alternativa en Sevilla

LEONARDO PAEZ

"La fiesta de los toros es una manifestación tan excepcional que no permite medianías porque para que funcione hay que darlo todo, como empresario, como ganadero, como matador y como subalterno. De unos años para acá se ofrece una fiesta artificial, con ganado a modo, alternantes cómodos y cronistas amables. Ya nadie está dispuesto a darlo todo y a ser diferente; en general faltan estímulos especiales para personas especiales, lo que se ha traducido en falta de grandeza moral y espiritual en la fiesta brava y en falta de interés en los públicos."

Quien así habla no es un opinante más de la crisis que hace décadas asfixia al espectáculo taurino en México, sino el matador en retiro Abel Flores, El Papelero, quien luego de haber triunfado clamorosamente como novillero en la Plaza México y en otras plazas importantes del país, incluido el Toreo de Cuatro Caminos (1962), así como en Las Ventas, de Madrid (1963), "tuvo más necesidad de encontrarse como hombre que como torero".

"Antes -añade Abel- había un sentido más claro de las empresas para el seguimiento de muchachos que apuntaban. Luego de triunfar en Tlalnepantla recibí la oportunidad en El Toreo de Cuatro Caminos, donde toreé cuatro tardes, y enseguida fui a la Plaza México, en la que actué seis ocasiones, saliendo a hombros cortara orejas o no.

"Luego me recomendaron con el apoderado español Alberto Alonso Belmonte y me fui a España no a buscar una oportunidad sino con 20 novilladas firmadas. Allá, en 19 tardes corté 17 orejas y me despedí de novillero en Las Ventas de Madrid, de donde salí a hombros sin haber cortado nada. A los pocos días tomé la alternativa en Sevilla, el 29 de septiembre del 63, con Diego Puerta de padrino, Juan García Mondeño de testigo y toros de Carlos Núñez."

"¿Que qué fue lo que hice? Mira, nomás me jugué la vida en serio delante de los toros. Eso es algo que a la gente, en cualquier plaza, la emociona mucho porque casi no lo puede soportar, es como restregarles la presencia de su propia muerte y que después ¡salgan vivos y revitalizados! Ahora, yo sabía torear, no nomás arrimarme. Tuve maestros como Fermín Rivera, El Chato Guzmán, Alfredo Lezama o Guillermo Martínez, El Pilón, pero yo traía otra tarea en mi vida, más trascendente para mí que llegar a ser figura, porque el misterio viene de muy atrás y sigue mucho más allá de la fama. Preferí poderle a la vida más que a los toros."

Y vaya si le ha podido. A sus 71 años Abel Flores (Angangueo, Michoacán, 16 de marzo de 1933), fornido, esbelto, apenas unas canas en la abundante cabellera y unas cejas superpobladas sobre unos ojillos adolescentes, ha echado a andar cerca de 40 talleres de alineación y balanceo, "para ayudar a familiares y amigos"; ha escrito dos libros, Cornadas que no se curan y Torero viejo, y tiene en preparación un tercero, juega beisbol y corre todos los días, luego de que hace año y medio un derrame cerebral por poco se lo lleva.

"Los médicos y mi familia me querían desahuciar, atiborrar de medicinas y retenerme en una cama, pero yo me negué y me fui a la punta de un cerro, donde tengo un ranchito. 'Yo me voy a morir caminando', les dije, y empecé a recuperarme con toneladas de aire puro, respiraciones profundas, mucho sol y harto ejercicio, hasta sanar.

"En esto del toro -prosigue con la misma enjundia de hace 40 años- hay que empezar muy joven, como a los 14 años, pues además de ser una de las carreras más difíciles, hay que pasar por kínder, primaria, secundaria y prepa antes de aspirar a obtener el título profesional. Se debe insistir mucho en el toreo de salón y en la teoría de la lidia antes de ponerse frente al toro, y prohibido admitir a fósiles. Desafortunadamente con la falta de coordinación entre empresarios y con la Plaza México cerrada se ha perdido un tiempo muy valioso para darle continuidad al desarrollo profesional de los muchachos que van destacando."

Y concluye Abel como si fuera a coger una muleta: "El que quiera mandar tiene que saber embarcar, que no es nomás dar coba, sino obligar a la res a que en su viaje tome la trayectoria que le señala la muleta. Es un simple movimiento de muñeca pero hay que tener mucho corazón y voluntad para hacerlo."

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