México D.F. Lunes 30 de agosto de 2004
León Bendesky
Ventajas a medias
El Banco de México sigue cuidando celosamente que los precios no crezcan más allá del nivel máximo estimado para este año y que es de 4 por ciento. La meta fijada originalmente en el programa monetario fue de 3 por ciento, con un margen de variación de un punto por arriba o por debajo.
Para ello reforzó las señales que da periódicamente a los operadores financieros y aumentó la restricción a la cantidad de dinero que pueden operar los bancos (el corto) y que de modo indirecto también afecta a las tasas de interés, que han estado en un nivel relativamente alto en las últimas semanas, con tendencia a subir.
Mientras se trata de mantener la inflación bajo control, la actividad productiva ha mostrado signos de reanimación en los meses recientes. En principio esta es una combinación favorable, puesto que puede representar mayor generación de empleo y más ingreso para las familias, si logra sostenerse por un lapso suficientemente largo.
Pero esta situación de más producto y precios bajo control parece estar en un equilibrio precario asociado con el alto precio del petróleo. Para México los precios más elevados significan la entrada adicional de recursos indispensables para aflojar las presiones sobre las cuentas públicas. El caso es que los balances financieros de Pemex, en el periodo de mayores ingresos por ventas de crudo, registran mayor pérdida por la transferencia que hace al gobierno federal por la vía de impuestos.
A pesar de los mayores ingresos petroleros, el gobierno sigue elevando los precios internos de la gasolina y el gas cada mes, lo que contribuye a la inflación (y lo mismo ocurre con otros productos, cuyos precios están administrados, como el caso del azúcar).
Además, esos mismos altos precios del crudo en los mercados mundiales, que son una ventaja para la economía mexicana, constituyen una fuerte presión inflacionaria en Estados Unidos, principal fuente de demanda de las exportaciones mexicanas y sobre las que está basada la dinámica del crecimiento de la producción. En ese país se ha revisado hacia abajo recientemente la proyección del crecimiento del producto para este año a 2.8 por ciento y es posible que haya más revisiones.
Así, lo que es un estímulo en México (sobre todo en términos fiscales) es lo contrario en Estados Unidos, con cuya evolución económica se tiene muy fuerte dependencia en cuanto al ritmo y fluctuaciones de la expansión de la actividad productiva y, por tanto, de la evolución del empleo.
Es esa forma de vinculación con el exterior lo que constituye hoy una de las restricciones más fuertes al crecimiento de la economía mexicana. Ese es uno de los puntos en que se requiere un cambio decisivo en la forma de orientar el funcionamiento de la producción para generar mayor valor agregado.
Durante dos décadas, la política económica ha privilegiado la inserción en el exterior, lo que supuestamente acarrearía mayor volumen de comercio, de entrada de inversiones extranjeras, más producción, mejor productividad, más ocupación y salarios. Esa estrategia tiene cada vez menos contenido práctico si se confronta con los resultados que se han obtenido. Igualmente se ha ido vaciando el contenido de los discursos en torno de la integración y la globalización.
La fuerza con la que se planteó esa estrategia, y que orientó la rápida y prácticamente completa apertura de la economía mexicana al comercio y las corrientes de inversión, que llevó al Tratado de Libre Comercio de América del Norte y a tener más de 20 acuerdos similares, la ha convertido en parte de la sabiduría convencional de los funcionarios públicos de todas las materias, la mayoría de los legisladores y los grandes empresarios.
La inserción en los mercados externos no es en sí misma buena o mala. El asunto es cómo se hace. En México se ha hecho a costa de la fortaleza interna de la economía y, por tanto, de la sociedad. La debilidad interna ha sido la contraparte de la apertura y por ello las ventajas que podrían derivarse del libre acceso a los mercados, sobre todo al del país más rico del mundo, no se realizan. Y si lo hacen es sólo a medias, es decir, concentradas en un segmento muy pequeño de la población, en el marco de una creciente desigualdad.
La debilidad interna se ha extendido y profundizado, así que repararla es cada vez más difícil y costoso. Esa reparación requiere nuevas y firmes pautas de negociación y, sobre todo, de políticas que poco a poco vayan rearmando el entamado de la producción y de la distribución del ingreso. Necesita de mucha política y de mucha política económica. Ambas son sin duda recursos escasos en el país.
De tal forma, las ventajas que pueden sacarse de las políticas fiscales y monetarias que buscan reducir la inflación, se obtienen también a medias, y no son un apoyo valedero de la decisiva recuperación interna que vaya reduciendo de modo constante y sostenido la debilidad estructural que se ha generado.
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