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México D.F. Lunes 30 de agosto de 2004 |
Zócalo: respuesta al poder faccioso
El
empecinamiento del gobierno de Vicente Fox en impedir la posible candidatura
presidencial de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones
de 2006 y el uso faccioso de las instituciones y del poder público
contra el gobernante capitalino han generado ya un rechazo social contundente
y masivo que se expresó ayer en una marcha enorme y en un Zócalo
repleto en apoyo al programa propuesto por el político tabasqueño.
Los afanes de destruir una propuesta nacional alternativa con recursos
legaloides y triquiñuelas judiciales ?como es la petición
de la Procuraduría General de la República de desaforar a
López Obrador por un desacato imaginario? se han convertido en una
inmejorable plataforma de lanzamiento para esa misma propuesta. El designio
oficial de negar a la oposición su derecho a competir en las urnas
ha llevado a los ciudadanos a exigir en las calles el ejercicio de ese
derecho, con lo que se evidencia, ante México y el mundo, el carácter
antidemocrático y autoritario del "gobierno del cambio". La concentración
de ayer tiene, desde esta perspectiva, diversos significados: es una muestra
de respaldo a López Obrador y a la propuesta de país de la
izquierda, pero es también un acto de rechazo a Fox, a sus arreglos
inconfesables con Carlos Salinas y a la reconstituida red de complicidades
priísta-panista que hoy pretende atropellar los derechos políticos
del jefe del gobierno capitalino y a los mexicanos que desde ahora lo consideran
su opción electoral.
El acoso mediático, político, presupuestal
y judicial contra la administración que encabeza López Obrador
?en el que la demanda de desafuero es sólo el más reciente
capítulo? ilustra, en efecto, que la fórmula electoral que
llegó a la Presidencia en 2000 enarbolando las banderas de la alternancia,
el cambio, la democracia, la legalidad y la transparencia ha dado pie a
una recomposición, en la cúpula del poder público,
del estilo discrecional, corrupto, oligárquico e intolerante que
caracterizó los últimos tramos del priísmo. Los intentos
por penalizar al gobernante capitalino recuerdan, de manera inevitable,
los "juicios" montados en tiempos de Gustavo Díaz Ordaz a presos
políticos como Heberto Castillo y José Revueltas, o el implacable
y sanguinario acoso del salinato contra luchadores sociales y políticos,
especialmente los perredistas. El empeño de Fox por influir en su
propia sucesión y por marginar al precio que sea a uno de los posibles
contendientes en ese proceso evoca, necesariamente, la oprobiosa costumbre
del dedazo.
La torpeza política imperante en Los Pinos es de
tal magnitud que el equipo presidencial no ha caído en la cuenta
de que, a estas alturas, con la carga de desgaste y desprestigio que arrastra
el Ejecutivo federal, los ataques que de él proceden fortalecen
en vez de debilitar, ya sea en las propias filas del panismo ?donde el
enojo presidencial le hizo la candidatura a Felipe Calderón Hinojosa?
o fuera de ellas.
Ante la creciente visceralidad exhibida por el propio
mandatario, por su secretario de Gobernación y por otras personalidades
del primer círculo presidencial, es razonable suponer que muchos
ciudadanos encontraron un atractivo adicional en el propósito formulado
ayer en el Zócalo por López Obrador de gobernar mediante
acuerdos y de "convencer y persuadir a los sectores de buena voluntad para
impulsar los cambios", es decir, justamente lo que no ha podido hacer el
foxismo en los casi cuatro años transcurridos desde que llegó
al poder. De igual manera, los otros puntos propuestos ayer por el actual
jefe de Gobierno del Distrito Federal resultan esperanzadores por sí
mismos, pero también porque contrastan con las erráticas
y erradas acciones y actitudes del gobernante federal. Este tendría
que admitir ante sí mismo que su oportunidad en el poder terminará
el primero de diciembre de 2006, y renunciar a cualquier tentación
de intervenir en los destinos nacionales más allá de esa
fecha. De otra forma, corre el riesgo de convertirse, al igual que su aliado
priísta de esta coyuntura, en un indeseable insepulto político.
En este que es el tramo final de su presidencia, Vicente
Fox y sus colaboradores tendrían que concentrarse en la tarea de
preservar la armonía y la paz social y asegurar un funcionamiento
republicano y sereno de las instituciones. El único mérito
al que aún puede aspirar el foxismo, además del de haber
inaugurado la alternancia ?porque el crédito de haberla logrado
le corresponde más bien a la ciudadanía?, es el de entregar
el poder en paz y con estabilidad a quien los votantes mandaten para gobernar
en los comicios de 2006. Pero el grupo en el poder pareciera empeñado
en arruinar a toda costa esa perspectiva deseable y en provocar una peligrosa
polarización política y social.
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