México D.F. Jueves 2 de septiembre de 2004
Carteles, gritos, desaires e interpelaciones primaron en el Informe presidencial
Noche de afrentas y ajuste de cuentas
"Es la cosecha de lo que el Ejecutivo ha sembrado", expresaron diputados de oposición
ROSA ELVIRA VARGAS
Antes de transcurrido un minuto, el presidente Vicente Fox sufrió en carne propia los efectos de la frase que decidió omitir del texto de su cuarto Informe de gobierno. "Es hora de asumir costos", debió pronunciar casi al final del mensaje. No lo hizo, pero sí lo pagó cuando los legisladores, con excepción de los panistas, le dieron la espalda.
La contundencia de ese gesto dejó también momentáneamente pasmados a los blanquiazules, y su tardía reacción de solidaridad, consistente en aplausos y gritos de "šVicente, Vicente!", en nada pudo atenuar el impacto del desaire.
Entonces el Presidente quedó tocado. Prácticamente ya no pudo recobrar el pulso ni la seguridad.
Cuando tomó asiento para escuchar el mensaje de respuesta -en el que todavía le faltaban cosas fuertes por escuchar-, la mirada del mandatario vagaba en la nada y la boca seca le obligaba a pasarse los dedos por los labios con un movimiento mecánico. En su rostro no había gesto.
De nada vale la tregua que propuso el mandatario si no se establecen acuerdos concretos en los que la sociedad y las fuerzas políticas participen y se comprometan, respondió Manlio Fabio Beltrones, quien al mismo tiempo le recordó que "el reloj de su gobierno está a punto de marcar el cuarto para las doce".
Con todo, la afrenta de dar la espalda a Fox será recordada no por ser la primera con que se rubrica, desde el antagonismo político, un Informe presidencial, sino por la cantidad de legisladores que la protagonizaron y porque con ese gesto se produjo el veredicto instantáneo a su gobierno. "Es la cosecha de lo que ha sembrado", definió un diputado del PRI, partido del que surgió la iniciativa.
Esa actitud no obedeció a un acuerdo previo, comentó el mismo diputado chiapaneco. Porque de pronto, cuando las increpaciones a Fox llegaban a extremos de chacota, empezó a correrse la voz entre los priístas. Algunos aseguraron que para compartir la estrategia, María Esther Sherman fue hasta la curul de Pablo Gómez, coordinador de la bancada del PRD, y que a otros les había tocado la inmediata encomienda de persuadir a los legisladores de las demás bancadas. Claro, no con los panistas.
Así, solos, el presidente y su partido quedaron aislados, secuestrados, en un ambiente de reproche, burla y en momentos de franco desmadre que casi sin tregua se vivió durante toda la ceremonia. El salón de plenos parecía a ratos de clases, donde el maestro se hubiera salido y nadie, casi nadie, tenía intención de atender al alumno encargado de cuidar el grupo. Sólo faltó que volaran avioncitos de papel o que alguien le jalara las trenzas a alguna compañera.
Lo que ocurriría en el Palacio Legislativo de San Lázaro estaba más que cantado. Un nutrido grupo de diputados del PRD lo esperó en la explanada provisto de pancartas y fotos de Andrés Manuel López Obrador. Lo recibieron con gritos de "šFox, entiende, la patria no se vende!" "šSeguro Social, patrimonio nacional!" y la más repetida: "šNo al desafuero, sí a la legalidad!" Con grandes pendones y carteles le mostraban fotos de los secuestrados por Echeverría. "No habrá democracia con desaparecidos."
El, acompañado sólo de los legisladores de las comisiones de cortesía y de algunos de sus colaboradores y elementos de seguridad, traspuso con largas zancadas la escalinata y en ningún momento se volvió para ver a los vociferantes.
La misma consigna contra el desafuero a López Obrador se repetió después desde las curules perredistas, donde también se mostraban fotografías del jefe del Gobierno capitalino. El, por cierto, seguía la ceremonia desde el área de galerías, donde fueron ubicados los gobernadores y otros invitados del Congreso.
Fue notoria la gran expectación que provocó su llegada al Palacio Legislativo, así como la larga fila de políticos y demás personajes que se formó para saludarlo. La efusividad que mostraron hacia el tabasqueño los priístas Arturo Montiel Rojas, Manuel Angel Núñez Soto, José Murat Casab y Miguel Alemán dio lugar a muchas lecturas.
Al mismo tiempo, los reiterados llamados a pasar de los debates a los acuerdos que hizo Fox caían en oídos escépticos apenas iniciada su lectura. Legisladores, sobre todo del PRD y del PRI, lo mismo le mostraban un cartel en el que se leía la palabra Pinocho, que le ridiculizaban sus cifras optimistas.
Era evidente que algunos grupos -los diputados chiapanecos del PRI, de nuevo los perredistas- habían realizado con antelación un elaborado diseño de pancartas, consignas e interpelaciones que no tendrían otra novedad que la enjundia y el uso de frases como atinadas réplicas a cada capítulo del Informe.
Sin embargo, los chiapanecos optaron por una fórmula mucho más simple y, en diversos párrafos, como los relativos a la educación o acciones de salud, entre otros, desplegaban dos grandes mantas en las que se leía: "Fox, otra mentira", al tiempo que todos los demás, muertos de risa, gritaban "šotra, otra!"
No menos llamativa fue la manifestación y el asalto al escenario -en otros años gesto audaz y casi patrimonio del PRD- que hicieron los diputados veracruzanos. Encabezados nada menos que por su coordinador, Jorge Uscanga Escobar, también presidente de la Comisión de Seguridad Pública, dejaron sus curules y caminaron por el área de prensa y el pasillo central blandiendo pancartas en las que exigían al gobierno foxista que sacara "las botas" de la elección de Veracruz.
Un mitin, pues, en plena lectura del Informe, para denunciar que en vísperas de los comicios jarochos corre mucho dinero del erario para apoyar al candidato del PAN, Gerardo Buganza.
Era claro que a esas alturas ya no había desde la oposición el menor gesto de cortesía legislativa. Porque más allá de las típicas y detectables malcriadeces que se ven en ceremonias de este tipo, como la de la senadora Verónica Velasco, del PVEM, quien seguía en animada charla telefónica desde su celular cuando ya el Informe tenía algunos minutos de iniciado, en esta ocasión destacó lo granado de las increpaciones, lo furibundo de la crítica, lo certero de las exclamaciones.
Desde un principio también fue evidente que Fox no tuvo la intención de apartarse del texto impreso y de que llegó a San Lázaro con la idea de hacer caso omiso a cuanto ocurría en las calles.
Soslayó así la movilización sindical y popular que como hace muchos años no se veía en la ciudad. Y así, de cara a una manifestación que motivó uno de los más grandes operativos de seguridad de que se tenga memoria en un Informe, la única alusión de Fox quedó en retórica elemental para asegurar que los derechos de los trabajadores del IMSS serán respetados.
Lo paradójico aquí es que fue sólo en la insistencia de los llamados al diálogo y a los acuerdos en los que el mandatario se permitió dejar de lado el guión.
Hay quienes aun sin haber concluido la lectura del Informe y a la vista del desbarajuste ya hablan de la inoperancia de este formato. Lo que quizá sí batió récord fue la velocidad de la salida del mandatario. Ni tres minutos. Y en su rostro y el que mostraban los miembros de su gabinete no quedó lugar a dudas: ayer se escribió una nueva derrota política del foxismo.
Cincuenta mil personas se manifestaron ante
el Congreso contra la política foxista
Manos trabajadoras sacudieron la muralla del pánico
gubernamental
Retenes militares y de la PFP dieron la impresión
de un estado de sitio en San Lázaro
JAIME AVILES
Cuando Vicente Fox entró en el Palacio Legislativo
de San Lázaro, miles de manos coléricas golpearon con la
palma la valla de acero que rodeaba el Congreso de la Unión, provocando
un ruido emocionante y ensordecedor a lo largo de un kilómetro sobre
la avenida Eduardo Molina. Aquello sonaba como los tambores de mil bandas
de guerra al unísono. Eran las manos trabajadoras del pueblo sacudiendo
la muralla del pánico gubernamental que la Policía Federal
Preventiva y el Ejército colocaron, paradójicamente, en torno
del máximo símbolo de nuestra democracia.
Desde
la madrugada, las 36 calles y avenidas del primer cuadro de la ciudad presentaban
el aspecto inequívoco de un estado de sitio: destacamentos de federales
preventivos, de gris, retenes militares con soldados vestidos de negro,
agentes del Estado Mayor Presidencial en traje civil fisgando recelosos,
o más bien ofreciendo un espectáculo de temor y desconfianza
arrancado del arcón de los peores recuerdos.
Cerradas todas las clínicas del Instituto Mexicano
del Seguro Social y todas las sucursales de Luz y Fuerza del Centro a lo
ancho del valle de México, el Zócalo era intransitable a
menos que los peatones tuvieran salvoconducto. Pero ante tal exhibición
de pavor, más de 50 mil personas se congregaron ante el Congreso,
a partir de las tres de la tarde, para sitiar al gabinetazo, a los
senadores y diputados del PRI y del PAN y, sobre todo, al Presidente que
las había sitiado.
Con sus característicos altavoces que por momentos
ululaban como sirenas de ambulancia, los coordinadores de los grupos sindicales
del IMSS transmitieron fragmentos iniciales del "desinforme" foxista, apoyando
sus micrófonos abiertos sobre la bocina de sus radios portátiles,
y cada vez que el titular del Ejecutivo pronunciaba una frase rimbombante,
los improvisados locutores aprovechaban la consiguiente pausa para deslizar
comentarios mordaces que la gente, a coro, remataba así: "¡Uno!
¡Dos! ¡Que chingue a su madre Fox!"
O así:"Guantutrí, que chingue a su madre
el PRI". O así: "Trituguán, que chingue a su madre el PAN".
Estaba furiosa la gente. Y cuando se cansaba de maldecir
al Presidente y a los partidos políticos que destruyeron el contrato
colectivo del Seguro Social, en una maniobra legislativa que será
impugnada ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, los insultos
iban contra la madre de Santiago Levy, a quien muchos carteles reprochaban
su escandaloso sueldo de 250 mil pesos mensuales, bofetada en el rostro
de quienes perciben 7 mil como médicos o 3 mil como enfermeras.
Allí estaban solidarios, con sus gabardinas amarillas
contra la lluvia que a media tarde chispeó apenas, los numerosos
miembros del Sindicato Mexicano de Electricistas, que hicieron un mitin
por su parte frente a la explanada de la delegación Venustiano Carranza.
Había contingentes, en menor proporción, de la Central Unitaria
de Trabajadores (CUT), de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la
Educación (CNTE) y del Frente Popular Francisco Villa, así
como de los derechohabientes, no menos ofendidos.
Pero la novedad arquitectónica del día era
la valla gris, recurso extremo de una Presidencia de la República
palpablemente hueca, vacía, agotada, que termina canjeando las banderas
del cambio democrático por este cinturón sanitario de acero,
tras el cual miles de elementos de la Federal Preventiva permanecían
disfrazados de Rambo con escudos y caretas de plexiglás, toletes
de palofierro y granadas de gas lacrimógeno que arrojarían,
al final de la fiesta, en el colmo de la desesperación.
Un ataúd de Irapuato
La valla, dicho está, corría a lo largo
de Eduardo Molina, pero reaparecía, más allá de la
colonia 10 de Mayo, en el cruce de la avenida Congreso de la Unión
y la calle San Antonio Tomatlán. Luego volvía a mostrarse
alrededor del mercado de La Candelaria en las calles de Emiliano Zapata,
Corregidora y otras más en un perímetro de 4 kilómetros
que estaban vacías. Los sindicalistas se habían concentrado
en la avenida Molina, pero como los rumores preveían que Fox podría
entrar por la esquina de Congreso y Tomatlán, allá también
fueron a montar guardia.
Bajo el puente del Metro elevado y ante una discreta dotación
de federales preventivos de a pie y de a caballo, el Frente Francisco Villa
estacionó una camioneta de sonido -llena de tortas, como se vería
después- y colgó cuatro altos retratos, a saber: de Carlos
Marx, Federico Engels, Lenin y (¡ay nanita!) José Stalin.
Pronto fueron reforzados por un grupo de mujeres y niños de la CUT,
tras los cuales llegaron 20 muchachos del FPR, con sus banderas rojas de
hoz y martillo, y sus mochilas repletas de piedras, palomas y cohetones
que no tardaron en usar.
Tal como hicieron el 28 de mayo en Guadalajara, cuando
provocaron la represión de los gorilas del gobernador panista y
yunquista, Francisco Ramírez Acuña, y el encarcelamiento
de más de cien jóvenes inocentes, de los cuales 19 siguen
presos, aquí también, con trapos en la cara y sudaderas de
capucha comenzaron a lanzar, en el orden acostumbrado, primero botellas
de plástico, después las piedras que ellos mismos cargaban
y por último verdaderas rocas que extraían al seccionar pedazos
de banqueta.
Durante cinco minutos -eran las 17:10 horas- hicieron
llover sus proyectiles sobre los uniformados, que esquivaban los golpes
en sus monturas. Pero entonces intervino Gregorio Miranda, responsable
del grupo de señoras y niños de la CUT, y les dijo estas
palabras: "¡No vengan a montarse en este acto! ¡Traigan su
propio contingente, no se monten en éste! ¡Nuestra lucha es
pacífica y no vamos a permitir que nos desorganicen!" Y como los
del FPR se le estaban poniendo al brinco, desde el equipo de sonido un
orador del Francisco Villa los aplacó señalando: "no será
con la guerra entre nosotros mismos como vamos a derrotar al gobierno".
Al ver que las mujeres de la CUT iban hasta la otra esquina
dejándolos solos frente a la valla y los antimotines, los del FPR
cesaron las hostilidades. A cinco calles de allí, de espaldas a
la muralla de Eduardo Molina, había una escena surrealista: un ataúd
gris, pero de verdad, un auténtico producto de funeraria, flaqueado
por dos bases de cirios (sin cirios) y adornado con un letrero que me recordó
el humor de la pequeña burguesía de mi infancia: "IMSS, Importa
Madre Su Salud". Alrededor del sarcófago había más
de una docena de ancianos de uno y otro sexos, adustos y silenciosos en
sillas de tijera, exhibiendo carteles como éste: "¿Gobierno
humanista en Guanajuato? ¡No! Gobierno del garrote".
Eran todos vecinos de Irapuato, encabezados por Maricarmen
Mendiola, quien explicó que eran todos derechohabientes del IMSS.
Venían a México a recordarle a Fox que, en 1998, hicieron
un plantón frente a la clínica T-1 del Seguro Social, en
protesta por el pésimo servicio que había llevado a la muerte
a varios de sus familiares. Y no olvidaban que una noche fueron "atacados
a puñaladas" por una pandilla de golpeadores que "le cortaron la
mano" a un señor. Fox era el gobernador del estado y nunca, afirmó
la señora Mendiola, "nunca los castigó ni nos hizo justicia.
Por eso estamos aquí".
Se rompe la valla
Después de una prolongada espera de las tres a
las siete de la noche, los manifestantes supieron que a las 19:09 horas,
en un camioncito blanco, estaba llegando Fox al Congreso. Y fue allí
cuando miles de manos aporrearon la valla durante diez minutos, creando
una tensión que no iba sino a incrementarse una hora más
tarde.
Atentos a las interpelaciones que recibía el Presidente
en la tribuna, los sindicalistas del IMSS reseñaban las principales
desde su potente cabina de sonido local. A las 19:55 horas dijeron: "Compañeros
y compañeras, en estos momentos los diputados del PRD están
gritando: '¡Seguro Social, patrimonio nacional!' ¡Un aplauso
para ellos!" Y todos batieron las palmas repitiendo con los legisladores
de adentro: "¡Seguro Social, patrimonio nacional!", pero también
"¡ni un voto al PRIAN, ni un voto al PRIAN!"
Y de repente, por sorpresa, los muchachos del FPR lograron
derribar dos secciones de la valla, lo que suscitó la reacción
de los antimotines detrás de la misma. Estos mandaron traer refuerzos
y rejas metálicas, que trenzaron con la geometría de la tridilosa
inventada por Heberto Castillo, es decir, en triángulos, mientras
dos docenas de escudos taponaban el agujero recién abierto.
Desde las bocinas de los sindicalistas del IMSS brotaron
urgentes llamados a la calma y de rechazo a los provocadores, pero éstos
incrementaron la violencia bombardeando con piedras y cohetones a los uniformados.
Las explosiones y las nubes de humo comenzaban a multiplicarse detrás
de la valla, al igual que los exhortos a la calma.
Al ver que las cámaras de la televisión
y la prensa disparaban sus luces y flashes sobre la escena, los del sindicato
del IMSS se desgañitaron repitiendo que no eran ellos los culpables
del desorden. "Compañeros, nuestra lucha es pacífica. ¡Retírense
de la valla, retírense o los medios van a decir que somos nosotros,
ya saben cómo nos traen de por sí!"
Después de 25 minutos de cohetones y forcejeos
a cargo del FPR -que entre sus filas comenzaban a reprocharse el uso de
la pólvora, según oyó este cronista, "por compas que
andan borrachos"-, la Federal Preventiva respondió con gases lacrimógenos,
mientras las bocinas del sindicato del IMSS acusaban al gobierno federal
de "mandar provocadores para reprimir al pueblo", al tiempo que una señora
de triste mandil, charola en mano, pregonaba sin parar: "hay tortas, joven,
hay tortas".
Pasando de las palabras a los hechos, un piquete de fornidos
sindicalistas se abalanzó contra los provocadores, situándose
ante el boquete de la valla para alejarlos, cosa que enardeció a
muchos trabajadores del IMSS, que se fueron encima de los encapuchados.
Las bocinas ordenaban: "¡Encapsulémoslos!" (sic). Todo terminó
a las 20:35 horas, cuando los pocos sindicalistas que quedaban cantaron
el Himno Nacional. Y las bocinas se apagaron antes de recordar, por millonésima
vez: "Esto es el principio de la lucha, compañeros. ¡Organícense!"
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