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México D.F. Viernes 3 de septiembre de 2004

 

Vicente Fox: ¿tregua o triquiñuela?

A juzgar por las precisiones del secretario de Gobernación, Santiago Creel, a la petición de tregua formulada anteayer por el presidente Vicente Fox en el contexto de su cuarto Informe presidencial, la expresión del titular del Ejecutivo federal fue un mero recurso del momento para salir del paso y quitarse de encima las agobiantes e incivilizadas protestas de los legisladores de oposición. Las reglas, según Creel, serían, para los adversarios del gobierno, "no usar a los grupos sociales para presionar", a cambio de lo cual el grupo en el poder estaría dispuesto a "sentarnos a dialogar con el ánimo de buscar acuerdos". Si el funcionario expresa correctamente el sentir del Presidente -y no tendría por qué no hacerlo-, entonces lo que Fox busca no es una tregua, sino una rendición.

Diarios y noticiarios habían destacado del mensaje presidencial el aparente afán conciliador, en tanto que diversos sectores políticos -empezando por la dirigencia del Partido de la Revolución Democrática, PRD- manifestaron de inmediato su disposición a iniciar la búsqueda de acuerdos. Entonces apareció Santiago Creel para explicar que el llamado foxista se limitaba a que sus detractores dejaran de importunarlo, ya fuera con interpelaciones o con movilizaciones, que encajaran los golpes propinados desde Los Pinos y dejaran de defenderse con los recursos políticos de que disponen. El hecho de que la opinión pública y segmentos de la clase política hayan recibido con seriedad y buena fe un propósito de diálogo que, a lo que pudo verse el día siguiente, resultó ser una simple trampa discursiva, ilustra claramente las maneras del foxismo para agraviar e irritar hasta el punto al que se ha llegado en estos días, es decir, a marchas clamorosas y masivas de repudio al actual gobierno y a bancadas legislativas que se comportaron, ante Fox, con una ostensible y deplorable falta de modales republicanos.

A la exasperación generada por políticas económicas antipopulares y depredadoras y por la utilización facciosa de las instituciones públicas para hostigar a adversarios políticos ha de sumarse la indignación por maniobras de ostensible mala fe, como la comentada, que no son excepcionales en los actos del poder público. Lo más grave, con todo, no es la orientación antinacional y antipopular y los amagos autoritarios del actual gobierno, sino su manifiesta incapacidad para percibir el daño que sus actitudes causan al país y a las instituciones, y su consecuente imposibilidad de corregir y rectificar. En efecto cada vez que el presidente Fox dice una cosa y hace la contraria, cada ocasión que se expresa con ambigüedad deliberada, como fue el caso de la "tregua" de anteayer, el cargo presidencial pierde en dignidad, en credibilidad y en autoridad. Desde luego, los diputados que hicieron gala de incontinencia y grosería en la ceremonia del informe causan un daño semejante a la soberanía a la que pertenecen. Pero debe admitirse que la actual degradación de la vida republicana ha sido alimentada y auspiciada, en primer lugar, por el equipo que controla el Ejecutivo federal.

Los integrantes de ese grupo no se dan cuenta, a juzgar por sus actos, de la necesidad de la política, ni perciben que el abandono de ésta por la Presidencia representa un grave peligro de inestabilidad para el país en los próximos dos años. El foxismo debe dejarse de una vez por todas de juegos sin sentido y celadas verbales, deponer la hostilidad hacia sus opositores y consagrarse, en el último tramo de su administración, a restablecer la armonía, a promover los consensos y a asegurar, de esa forma, la gobernabilidad y la convivencia civilizada.
 

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