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México D.F. Miércoles 15 de septiembre de 2004

Aline Petterson

Yo no entonaré el Himno

Yo fui una de los muchos niños que entonaron en el Zócalo el Himno Nacional. Fue una experiencia inolvidable, desde los ensayos en el Bosque de Chapultepec, bajo la batuta de Luis Sandi. Lo recuerdo -a él- alertándonos para cantar: "Mexicanos al grito (jo) de guerra" o "al sonoro rugir de (je) el cañón", para alcanzar la amplitud de las notas.

También recuerdo la emoción el mero día en la Plaza de la Constitución. Mi amiga y yo tomamos el camión Roma-Mérida para llegar al sitio. Y luego, las miles de voces infantiles, la bandera flameando, la emoción de sabernos partícipes de un acto relevante. Sin pensar (nadie nos lo dijo) que la comisión para elaborar el himno fue encargada por el controvertido y detestable Antonio López de Santa Anna.

Recuerdo, también, a lo largo de los años las banderas en los coches, en las casas: septiembre, el mes de la patria. Hubo durante mucho tiempo el fausto de exaltar esos valores. Los tres colores y el problema con el escudo nacional, que estaba prohibido en manifestaciones no oficiales.

Pero el tiempo corrió hasta llegar a estos tiempos globalizados donde todo carece de importancia. Sabemos que el nacionalismo es riesgoso, que dio cabida al fascismo, por ejemplo. Pero que -pese a todo- hay diferencias culturales en el ancho mundo, y que el ser humano precisa de un sentimiento de pertenencia.

Hoy -en este estado de escepticismo que nos habita- hemos llegado a septiembre, al mes de la patria. Aún persiste en algunas esquinas la venta de banderas. Creo que la oferta ha decrecido, como también las ventas. ƑSerá que ya nadie cree en las bondades de la patria?

El hecho es que con la sensación de desencanto que prevalece en la población, los coches y casas que despliegan la bandera no son muchos. Y yo me conduelo por sus vendedores, pero me conduelo más por quienes decidieron prescindir de aquello que nos llenaba de un júbilo inocente, provinciano.

Cambiar es inevitable, pero no cambiar hacia una sensación de desencanto que hace innecesaria la presencia de aquellas banderas ondeando orgullosas. Y es que no nos sentimos orgullosos. šQué va! Nos sentimos acaso ridículos en esa manifestación que antes nos exaltaba.

Y debo confesar que observo los escasos coches con su bandera como algo tal vez patético. Como proveniente de quien se niega a aceptar el caos que nos circunda. Y la bandera se convierte en una remembranza de tiempos de esperanza ya idos.

Y luego la invitación a entonar el Himno refuerza esa sensación de impotencia. Es un deseo demagógico para revivir una época que ha quedado atrás. Y no porque no sea importante reforzar una identidad nacional. Es sólo que... es sólo que se siente como algo sobreimpuesto a una realidad que lo desmiente.

Tal vez han cambiado las condiciones climáticas, pero el caso es que las banderas que antes el aire extendía ahora se pliegan sobre el automóvil o sobre las pocas casas en donde ondearon hace años, pero que -lacias- hoy se arrugan. Como se arruga nuestra esperanza.

Un sentimiento negativo -de tristeza- se ha apropiado, al menos de mí, al verlas. Es como ver a alguna anciana mujer desplegando un vestido oloroso a naftalina que causa lástima. Sé que no seré yo quien detenga mis actividades para cantar el Himno en actitud reverente. ƑCómo podría, si la patria se me ha ido de las manos y ni el Himno o la bandera me la van a devolver?

Pero si todo fuera sólo estas manifestaciones externas, sería irrelevante; el hecho es que la escasez en este despliegue habla de algo mucho más profundo. Habla de que no vale la pena gastar unos pesos -que no se tienen- para exaltar el orgullo de una patria que se nos deshace a todos, o a casi todos, entre las manos, y que no llegarán a tocar la billetera.

Si nuestro Himno Nacional está registrado en los derechos de autor de Estados Unidos, Ƒpara qué cantarlo? ƑPara qué amarrar la bandera en la antena del coche? ƑPara qué hacerse guaje queriendo tapar el sol con un dedo?

Si de algo estoy segura es de que esta invitación a rememorar la esperanza, cuando el país está en una situación tan turbia, no me llevará a celebrar sus emblemas. Y, no, porque sería aceptar que las cosas van bien, y eso -por muy buena voluntad- no me es posible creerlo.

Entiendo muy bien que todo ha cambiado, que acaso haya hoy otras formas para demostrar un sentimiento de pertenencia. ƑPero, pertenencia a qué? Una cosa son las palabras que buscan recuperar aquella antigua ufanía mexicana, y otra, muy distinta, es suspender las actividades para entonar un himno que ni siquiera es nuestro.

Sin embargo, me parece detectar que esta "inocente" invitación es una prueba de que el rumor de descontento es grande. Y que acaso se desee acallarlo por esa vía obsoleta. Si "20 años no es nada", 50 en este estado de cosas es una eternidad irremontable. Y quienes de buena fe se adhieran a la invitación, me parece que serán quienes viven de noche, porque no se han enterado de cómo la patria se nos desmorona.

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