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México D.F. Jueves 23 de septiembre de 2004 |
De espaldas a la realidad
En
momentos en que el secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz,
aseguraba ante senadores de la República que en lo que va de este
año se ha producido en el país "el mayor aumento en número
de trabajadores para un periodo similar en los pasados cuatro años",
el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática
(INEGI) informó que la tasa de desempleo abierto (TDA) pasó
de 3.75 por ciento en julio a 4.35 por ciento en agosto, el nivel de desocupación
más grave desde enero de 1997. Aunque uno y otro dato no son necesariamente
contradictorios, el discurso oficial ha llegado a un grado extremo de disociación
de la realidad. Cuando los propios indicadores económicos hablan
de semejante retroceso, y cuando casi 2 millones de mexicanos carecen de
trabajo en términos absolutos, y unos 8 millones se encuentran subempleados
o en situación laboral crítica -trabajando, por ejemplo,
más de 35 horas por semana y ganando menos del salario mínimo,
o empleándose sin ninguna clase de prestación-, resulta poco
pertinente, por decir lo menos, recurrir a los autoelogios por una presunta
generación de plazas que no se ve en ninguna parte y que va a contrapelo
de la percepción generalizada entre la población.
Se ha vuelto usual que el titular de Hacienda realice
ejercicios de monólogo en sus comparecencias ante los integrantes
del Congreso de la Unión. Ante los severos cuestionamientos de que
suele ser objeto por parte de los legisladores, Gil Díaz opta por
hacer como que no escucha a sus interlocutores y por no responderles. La
falta de mecanismos institucionales de rendición de cuentas y de
contrapeso a las acciones del Ejecutivo se hace más evidente que
nunca cuando el secretario se limita a recitar, en sus reuniones con diputados
y senadores, recuentos de logros económicos más bien imaginarios
y cuando, ante críticas y demandas de precisiones, entra en una
suerte de trance burocrático inexpugnable a los reclamos, a la sensibilidad
política y al sentido común.
El blindaje sicológico y discursivo del funcionario
federal a los señalamientos de fallas económicas precisas,
evidentes e innegables puede resultar exasperante e irritante para sus
interlocutores del momento, pero lo más grave es que refleja las
posturas de un equipo gubernamental que parece haber tomado la decisión
consciente de cerrar los ojos ante los problemas nacionales y de seguir
congratulándose por el mérito de haber ganado, hace cuatro
años, la Presidencia de la República. Por lo demás,
el foxismo no parece estar interesado en gobernar sino, más bien,
en conservar el gobierno. Con ello sólo se logra, paradójicamente,
reducir las probabilidades de que la ciudadanía emita, en 2006,
un mandato favorable a cualquier candidato surgido del entorno presidencial
actual.
Más allá de la circunstancia presente, las
actitudes de Gil Díaz deben arrojar luz sobre la actual inoperancia
de los mecanismos de control del Legislativo sobre el Ejecutivo y sobre
el riesgo de dejar los diseños y la aplicación de las políticas
económicas exclusivamente en manos del segundo, con un margen de
acción tan amplio y discrecional que resulta en una virtual impunidad.
Debe pensarse en la creación de mecanismos que obliguen a los responsables
del manejo de la economía asumir sus responsabilidades no sólo
ante el Presidente de la República, sino también ante la
ciudadanía y ante los millones de víctimas de sus determinaciones
equivocadas. El Congreso debe tener, en materia económica, más
atribuciones que las actuales, limitadas a descubrir irregularidades presupuestales
en ejercicios anteriores y a escuchar monólogos fantasiosos y autocomplacientes,
como el entonado ayer por el secretario de Hacienda.
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