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México D.F. Sábado 25 de septiembre de 2004
DESFILADERO
Jaime Avilés
El desafuero de los pasteles
Llama Luis Ernesto Derbez a rechazar la historia
Festival de protesta contra Mariano Azuela
UNA PEDRADA. Corría el año de 1837.
El presidente de la República, Antonio de Padua María Severiano
López de Santa Anna -a quien sus cambiantes adversarios, por huevones,
llamaban simplemente "López"-, acababa de perder el territorio de
Tejas, después de la batalla del río San Jacinto, donde las
tropas de Sam Houston lo sorprendieron descansando luego de la derrota
que el activo general veracruzano les causara en el fuerte de El Alamo,
donde hoy se erige la ciudad de Houston.
Pero eso había ocurrido en 1836 y ahora, un año
más tarde, una vez que Santa Anna regresó a la ciudad de
México, los desacuerdos, las disputas y los continuos enfrentamientos
protagonizados por liberales y conservadores produjeron una nueva trifulca,
en esta ocasión en el pueblo de Tacuba. Al calor de los gritos,
los insultos y los golpes, alguien, no se sabrá jamás quién
-seguramente un provocador interesado-, destrozó la vidriera de
una panadería francesa y la turba se llevó todos los pasteles
que pudo.
El dueño del negocio, aprovechando la ocasión,
pidió al gobierno de México una indemnización de 60
mil pesos, nada más pero nada menos. Y la respuesta que obtuvo fue
un rotundo no. Diez años antes, México y Francia se habían
enfrascado en la negociación de un convenio, propuesto por los diplomáticos
de París, según el cual nuestro país recompensaría
a los ciudadanos franceses que fueran perjudicados en su patrimonio debido
a la inestabilidad política reinante en estas tierras.
Santa Anna rechazó las pretensiones del pastelero
y Francia, en consecuencia, emplazó una flota de barcos de guerra
ante el puerto de Veracruz, impidiendo la entrada y salida de mercancías
y apoderándose de todos los cargueros amarrados a los muelles jarochos.
El asunto se complicó cuando las autoridades mexicanas detuvieron
y fusilaron a un pirata francés en Tampico. México solicitó
la mediación de Inglaterra, pero Francia no estuvo de acuerdo.
La incapacidad política del gobierno mexicano y
la voracidad de los europeos desencadenó finalmente el bombardeo
de Veracruz. Al frente de las tropas nacionales que defendían el
puerto, Santa Anna fue herido por las esquirlas de un cañonazo y
perdió una pierna. Cuando cesaron las hostilidades, México
se comprometió a pagar 600 mil pesos y, a cambio de éstos,
Francia devolvió las naves incautadas.
Trasladada a nuestros días -que son los mismos
del siglo XIX-, la llamada Guerra de los Pasteles tiene un claro paralelismo
con la crisis política que estamos viviendo. Los destrozos de una
panadería, que Vicente Fox, perdón, Santa Anna pudo haber
minimizado por medio de la persuasión y el diálogo, terminaron
desatando una guerra que, matemáticamente, resultó 10 veces
más costosa en términos de dinero, por no hablar de los daños
a la infraestructura del puerto más importante del país o
de las pérdidas humanas irreparables.
Hoy, hoy, hoy, ante el desafuero de Andrés Manuel
López Obrador, Fox encarna el oportunismo del pastelero francés
y, al mismo tiempo, la inflexibilidad de Santa Anna. El lugar de la vitrina
rota lo ocupa ahora el intento, no consumado, de construir una calle de
100 metros para darle servicio a un hospital. En ambas circunstancias se
trata, como salta a la vista, de un pretexto nimio que, sin embargo, puede
tener consecuencias por demás dolorosas para todos.
Francia veía, en los pasteles robados, una oportunidad
para someter a sus caprichos imperiales la riqueza de un país joven
y débil, que no lograba ponerse de acuerdo consigo mismo. Fox usa
el expediente de la calle que nunca existió para destruir las instituciones
democráticas, proscribir los derechos políticos de uno de
cada tres mexicanos en edad de votar y mantener sometida a los caprichos
del imperio al que sirve la inmensa riqueza de un país saqueado
que, de nueva cuenta, no puede ponerse de acuerdo consigo mismo. ¿No
es, para los ciudadanos que somos nadie, el momento de reflexionar seriamente
al respecto?
Ignorancia y futurismo
Pues no. El canciller Luis Ernesto Derbez opina que no.
En una mesa redonda, organizada por Joaquín López Dóriga
la noche del miércoles en el Canal de los Videoescándalos,
Derbez afirmó que "debemos dejar de pensar en hacer las cosas de
acuerdo a como eran hace 50 años y empezar a pensar en qué
haremos para los próximos 50 años". En una palabra, según
el titular de Relaciones Exteriores, debemos olvidar el pasado, cancelar
nuestra memoria histórica y borrar nuestra identidad nacional. ¿Para
qué? Hombre, para disolvernos como país e integrarnos, como
territorio proveedor de materias primas, al imperio estadunidense.
Derbez no lo sabe, porque en materia de historia se revela
como un supino ignorante, pero su pensamiento, según él "futurista",
es el mismo que animaba a los conservadores mexicanos del siglo XIX, para
quienes, después de romper sus vínculos coloniales con España,
México debía ser anexado a cualquier otra potencia europea.
El desconocimiento de lo que fuimos lleva a nuestros tontos tecnócratas
a creer que la historia comenzó el día que llegaron al poder.
Pero en el mismo programa televisivo -una de cuyas copias
López Dóriga debería enviársela a Fox-, el
ex presidente del gobierno español, Felipe González, hizo
dos agudas observaciones, que parecían ir dirigidas al señor
de Los Pinos. "¡Nunca, nunca debes fracturar a tu pueblo!", dijo
con mucho énfasis, y "nunca atentes contra la alimentación
de tu pueblo. Son dos principios sin los cuales no se puede gobernar".
En otros términos, que no se te ocurra destruir
la unidad nacional y procura en todo momento que la población tenga
algo que llevarse a la boca todos los días. Por estar emparentado
ideológica y financieramente con el salinismo, las palabras de Felipe
González adquieren un tono urgente y dramático. Fox ha partido
en dos a México por su obstinación con el desafuero de López
Obrador y continúa empeñado en que este pueblo muerto de
hambre que es el nuestro se vea a obligado a pagar más por los alimentos
que necesita.
¿Cuál democracia?
La mesa redonda, que Derbez impulsó para mostrarse
en la pantalla chica como un pavo real de cabeza hueca y frívola,
giró en torno de un tema que preocupa a la ONU: pese a que hoy existen
en América Latina más gobiernos elegidos democráticamente
que nunca, uno de cada dos latinoamericanos respondió, a una encuesta
específica, que preferiría vivir en un régimen autoritario
si éste le brindara mayor bienestar. Era la misma idea que, por
sensibilidad política y artística, en 2002 plantearon José
Saramago y Eduardo Galeano, advirtiendo, cada quien desde su país
y por su parte, que a su juicio los jóvenes se estaban decepcionando
"peligrosamente" de la democracia.
Después de pensar dos años en este grave
tema, que el miércoles debatieron González y los ex presidentes
de Colombia y Uruguay Belisario Betancur y Julio María Sanguinetti
(mientras Derbez posaba para las cámaras mostrando su bien planchada
corbata), he llegado a una conclusión opuesta. Lo que está
desprestigiado, y con sobrada razón, no es la democracia en sí
misma, sino la democracia al estilo estadunidense que hoy prevalece en
todos los regímenes donde funciona el sistema electoral, incluido
el nuestro.
Esa "democracia", donde los ricos compran al candidato
que más les conviene y lo hacen presidente para que los sirva, dándole
la espalda a los intereses del resto de la población, es lo que
ya no funciona. Es una falsa "democracia" sin opciones verdaderas, que
no nos permite escoger entre uno o varios proyectos. Es una democracia
totalitaria que, de todas todas, nos conduce al neoliberalismo. Por lo
tanto, lo que hoy disgusta a uno de cada dos latinoamericanos no es la
democracia, sino el modelo de devastación neoliberal para el que
están prohibidas todas las alternativas.
Paradojas de la historia, la "democracia" estadunidense
se ha vuelto idéntica a la democracia socialista, donde todos los
candidatos a los puestos de elección popular eran del mismo partido
y se veían forzados a realizar el mismo programa. Desde Canadá
hasta Patagonia -como ocurría en la URSS-, todos los candidatos,
sin importar su filiación o su bandera, pertenecen al partido neoliberal.
Y cuando tratan de aplicar un programa distinto -como le sucede a Fidel,
a Chávez, a Lula, a Kirchner, incluso a López Obrador-, el
politburó del neoliberalismo -formado por Washington, el FMI y el
Banco Mundial- se dedica a sabotearlos. Es también de eso que estamos
hartos.
Un pastel para Azuela
Para recordar colectivamente las enseñanzas de
la Guerra de los Pasteles, cinco organizaciones ciudadanas están
convocando, el próximo sábado 16 de octubre, a un festival
político y artístico frente al edificio de la Suprema Corte
de Justicia de la Nación, donde aparte de recaudar fondos para los
presos políticos de Guadalajara, será construido un pastel
de tres metros de alto, y entregadas miles de cartas que exigen la intervención
del supremo tribunal del país en el asunto del desafuero y la renuncia
del ministro Mariano Azuela por su complicidad abierta, inocultable, en
el golpe de Estado contra López Obrador.
Si usted desea anexar su propia carta a las muchas que
ya levantan estas demandas, envíela a Plaza de la Constitución
2, oficina 18, colonia Centro, México, DF, con atención a
César Cravioto, o llévela personalmente el mismo 16 de octubre
a partir de las 12 del día. A cambio, se divertirá con el
espectáculo teatral de La Tremenda Corte, en donde un remedo de
Azuela actuará como el famoso juez cubano y las caricaturas de Elba
Esther Gordillo, Santiago Creel y Roberto Madrazo evocarán, respectivamente,
a Nananina, Rudecindo y Tres Patines.
Pero si usted quiere sumarse como individuo o con su organización
no partidista a este evento, entre al foro del Plan de los 3 Puntos, cuya
dirección electrónica aparece al pie de esta página.
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