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México D.F. Domingo 26 de septiembre de 2004
Enérgico concierto de los ingleses, el
viernes pasado
Entre musas, Marillion mostró su rock progresivo
en el Metropólitan
ARTURO CRUZ BARCENAS
Música progresiva entre las piernas de las musas,
y uno que otro angelito. El rock progresivo del grupo inglés Marillion,
formado en 1979, despertó a los roqueros mexicanos de su letargo
(espera de buena música), que no sueño, y los hizo bailar,
gritar, corear y llegar al límite cuando el vocalista Steve Hogart,
sucesor de Fish, subió hasta los pies de la escultura de la diosa
de la música, flanqueda ésta de querubines, apoyó
su cabeza entre las frías piernas de mármol y yeso, y dirigió
el micrófono al público para que entonaran juntos Damage.
Fue
la primera de las dos presentaciones seguidas de los progre en el
teatro Metropólitan, que promueven el disco que da título
a la actual gira: Marbles, álbum doble que marca la continuidad
de una agrupación que ya pasó la prueba del añejo.
A las 20:45, mientras afuera llovía en forma pertinaz,
la banda subió y no dejó lugar a dudas de su calidad interpretativa
con Invisible man. El rock de Marillion brilla, refulge con un sonido
de trozos de metal cayendo y chocando entre sí. Es un rock que hace
martillear la cabeza, que hace llevar el ritmo con todo el cuerpo, hacia
delante, como lo hicieron miles de espectadores esa noche.
Siguieron con algo de Marbles y You're gone,
Angelina, Don't hurt yourself, Fantastic place... en total 21 piezas
plenas de imaginación, sin sonsonetes, con un estilo que realza
la voz de Hogart, que por momentos refleja una súplica oscura. Alza
la mano y lo imitan cientos.
Es un concierto -en su cuarta visita a México-
y ya se sabía de la calidad, de su capacidad para mezclar el progresivo
tradicional y ciertos coqueteos cercanos al pop, pero no el chafa,
sino del nivel de The Beatles, del cual Hogart se reventó un fragmento
de Hey Jude, en homenaje a una de sus principales influencias.
Entona el grupo varias piezas románticas, pero
no cursis. Los punteos son tersos, de paz; a una melodía se encima
otra y Marillion muestra su virtuoso contrapunto.
El concierto es una larga canción, la explotación
versátil de una idea musical. A veces se vuelve a una idea, pero
a otra velocidad, in crescendo. No hay nada más poderoso
que la imaginación. Por momentos el sonido es catedralicio.
En rueda de prensa previa al concierto, Marillion, en
voz de Hogart, expuso que algún día la música toda
estará disponible en la red, en la Internet. Actualmente ellos convocan
a sus fans, quienes les envían dinero para producir sus nuevos
discos. A vuelta de correo reciben ejemplares, libros, sobre el grupo,
en ediciones de lujo. Y reparten algo de las ganancias.
Hogart pidió al respetable "tres minutos, tres",
para poder reponerse tras el esfuerzo interpretativo. Muchos salen a refrescar
la garganta. Regresa la bandota y Hogart muestra una bandera de México.
Se cobija con ella, la extiende sobre su piano.
Se va. Pura finta. Regresan y se revientan Cover my
eyes. Otra finta. Para ese momento el público es una masa anhelante
de marilliones. Sube Hogart hasta las piernas de la musa de la música,
entre las columnas clásicas, de falso mármol. Si se hubiera
caído...
El cierre es de antología, con Easter, el
clásico, el más solicitado por sus seguidores. Fueron dos
horas y cuarto de rock progre neto, no de fintas, ni piñas.
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