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P O L I T I C A
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México D.F. Lunes 27 de septiembre de 2004

Carlos Fazio

Medios y democracia

Un día sí y otro también, el presidente Vicente Fox habla de México como un país que vive en democracia, donde existe división de poderes y todo transcurre en el marco de la ley. Un "país maravilloso", donde "lo mejor está por venir". Quienes lo pusieron a administrar el país también hablan de democracia, pero con desencanto. Lorenzo Zambrano (Cemex), José Antonio Fernández (Femsa) y Lorenzo Servitje (Bimbo) se quejan que es una "democracia inoperante, inmadura". Y le echan la culpa al Congreso, a los partidos y a los políticos. También a Fox, a quien le reclaman más firmeza.

Rara democracia la que pregonan uno y otros. En México y América Latina el peor enemigo de la democracia es toda una estructura de la impotencia que el Ejército custodia, y que tiene su base en el sistema económico. Ese sistema se integra de modo subordinado en un sistema mayor: una maquinaria internacional de poder bajo control imperial. Por regla general, los medios masivos de comunicación, que fabrican opinión, difunden la verdad del sistema, que suele ser mentira para las víctimas del sistema. Con un agregado: existe hoy una televicracia en acción. "Imperialismo comunicacional", lo llama Ramonet. En el caso de México, un duopolio con estructura vertical, autoritaria, excluyente, restrictiva de la libertad de expresión. Un videopoder fantasma que idiotiza a la gente mediante la manipulación y la simulación, difundiendo la falta de lógica, entorpeciendo el pensamiento abstracto, invitando a perder la memoria y la imaginación; que, como dice Sartori, condena a la sociedad a "ver sin entender".

La historia de México enseña a desconfiar de las palabras. La democracia no es lo que es, sino lo que parece. Estamos en plena cultura del envase. La cultura del envase desprecia los contenidos. Importa lo que se dice a través de la propaganda, no lo que se hace. Los medios de comunicación no revelan la realidad, la enmascaran. Desinforman. Incomuni-can. No estimulan la participación ciudadana: inducen a la pasividad, a la resignación, al egoísmo. Se nos entrena para no ver y no pensar. La educación deseduca y, por las dudas, se la castiga recortándole el gasto. La cultura dominante no genera creadores; multiplica consumidores. La cultura popular es, por naturaleza, cultura de participación. Se reproduce en el espacio público; en la plaza, en el mercado, en la asamblea. La cultura popular es democrática. La televisión, en cambio, recluye, separa, aísla. Reproduce la ideología dominante, una cultura clasista, antidemocrática, que asigna al pueblo el papel de espectador o comparsa. La educación y los medios nos inducen a aceptar gato por liebre. El lenguaje oficial delira y, según su delirio, es la normalidad del régimen. Pero la realidad es como es. La realidad desnuda la imagen propagandística del sistema: foxilandia es una ficción. El discurso de la libertad formal, una libertad por encima de las contradicciones de la realidad y de las clases sociales, es ajeno al pueblo que dice servir. El mensaje esquizofrénico del poder confunde la libertad del dinero con la libertad de la gente. Tienen libre tránsito los capitales y las mercancías, pero no las personas. La democracia y la justicia social han sido divorciadas por el sistema, y no faltan intelectuales dispuestos a caer en la trampa, como ocurrió con las pensiones del Seguro Social. El linchamiento mediático de los trabajadores sindicalizados exhibió los enjuagues del poder y a quienes sirven a los poderosos de manera consciente o inconsciente. Se cancelaron derechos laborales para pagar a banqueros y empresarios defraudadores. La democracia formal de los dueños del dinero y sus administradores de turno no es igual a la democracia participativa por la que luchan quienes aspiran a un cambio verdadero.

Las cifras desmienten el país de maravillas. Los mecanismos del despojo obligan a sufragar la cuenta de lo que los acreedores del norte despilfarran. En 2005 México deberá pagar 10 mil 76 millones de dólares por vencimientos de la deuda externa. Como dijo Gil Díaz, en el "rescate" bancario "el pueblo pagará los platos rotos". Los cuatro bancos con capital 100 por ciento extranjero (Banamex, Ban-comer, Santander y HSBC) reportaron utilidades por 9 mil 103 millones de pesos entre abril y junio de este año, cifra superior 27 por ciento a la del mismo periodo en 2003. Mientras tanto, el desempleo tocó su nivel histórico: 3.82 por ciento, la mayor tasa de los últimos siete años. Más de 51 por ciento de los ocupados carece de prestaciones. El sistema sigue expulsando mexicanos y las remesas que envían desde Estados Unidos, equivalente a 41 mil millones de dólares en lo que va del sexenio, se convierten en un factor de sobrevivencia en varias regiones del país, por encima del gasto federal asignado. No obstante, la frontera norte se ha convertido en zona de "cacería" de indocumentados; a pedido de la cancillería mexicana, los cazadores furtivos disparan balas de goma. La realidad del país respira violencia. Violencia visible y violencia invisible: la que mata a balazos, como en Sinaloa, donde en una semana fueron ejecutadas 15 personas, y la que asesina cuerpos por hambre y almas por veneno.

Vivimos una cultura de la apariencia. El espectáculo de la democracia importa más que la democracia, que es tratada como una menor de edad que no puede salir sin permiso. Cualquier democracia participativa, transformadora de la realidad, resulta peligrosa. Los dueños del poder enseguida la demonizan. Gritan: špopulismo! La televisión amplifica el eco... y actúa como Valium para no pensar.

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