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México D.F. Domingo 3 de octubre de 2004
Bárbara Jacobs
Biografía hipotética
A veces pienso que si con la lectura de un libro no te sucede algo personal, no vale la pena comentarlo. Y menos cuando se trate de un clásico. Lives & Letters, de Richard D. Altkin, es un clásico por lo que hace a la historia de la biografía en Gran Bretaña y los Estados Unidos.
Había estado durante años entre los libros que debía leer, y no fue sino hasta este fin de semana cuando me senté a leerlo, con los ojos bien abiertos.
El tema de la biografía me apasiona, y en este texto efectivamente está contada su historia. La biografía de los hombres de letras es un género relativamente nuevo en la literatura. En la antigüedad, sólo merecían una biografía apologética los santos y los estadistas, así como una moralista los hombres fuera de la ley; pero no los poetas, no los hombres de letras.
Muy a grandes rasgos, diré que el primer biógrafo de un escritor fue James Boswell, que escribió la vida del Doctor Samuel Johnson, y que lo que él inició es el punto de partida de cuanto ha seguido. Esto sucedió en Londres en el siglo XVIII, y consiste en la reunión minuciosa de las conversaciones que Johnson sostenía con otros escritores o pintores o actores de su tiempo mientras Boswell escuchaba. Noche tras noche éste transcribía cuanto Johnson hubiera hablado y cuanto otros contaban sobre él, o el propio Johnson comunicaba que había dicho cuando él, Boswell, no estaba presente. Es una biografía que hay que leer, divertida y didáctica.
Si inició un género, de paso provocó que brotaran otros a partir de él. Por ejemplo, la autobiografía, los diarios íntimos y la correspondencia de escritores, todos éstos material de primera necesidad para el biógrafo.
Hasta aquí se podría decir que una biografía era el relato más fiel de la vida de un hombre contada por él mismo a otro. Y se respetaba su calidad de fidedigna y exacta. Sin embargo, corrió el tiempo y, en el siglo XX, apareció asimismo en Londres Lytton Strachey que, con sus Victorianos eminentes y su Reina Victoria dio otro giro al género, pues no sólo no fue fidedigno a sus personajes sino irreverente con ellos. Fue crítico además de biógrafo y, como Boswell, hizo de sus libros obras de arte.
Luego vendrían otros, como Leon Edel que ya pudo echar mano de las teorías de Freud para, además de ejercer con sus personajes la crítica, analizarlos, basándose en un marco teórico que había tenido de precursores a novelistas, señaladamente a Dostoievsky.
Pero, entre la fidelidad, la crítica, y la teoría, hubo más acontecimientos. Dado que el material de trabajo eran los poetas y los escritores, éstos se encargaron ya fuera de crear sus propias leyendas, de tergiversar los hechos, de mentir, o de destruir su correspondencia y sus diarios. El temido y atractivo género ha seguido adelante, no obstante, equilibrando las características con las que los biógrafos más importantes han ido contribuyendo al flujo de la vida de los hombres de letras.
Y todo está muy bien, salvo que no he contado lo que hizo inolvidable para mí la lectura de este libro. Consiste en una nimiedad, que sólo mi hipersensibilidad hace rescatable. Sucedió que, precisamente entre las páginas del capítulo dedicado a "lo que se debe decir en una biografía y lo que no", encontré un trozo de papel con una frase y una firma, ambas legibles. El trozo es trozo doblemente, porque en el que quedó se alcanzan a ver trazos del resto de la nota que la persona firmante escribió al lector anterior a mí de este libro de Altkin. La frase es vieja y sencilla. Dice: "Te amo".
Ahora bien, Ƒqué tienen de experiencia personal mía estas palabras y su firma? Que quien firma es una mujer que no soy yo, y que quien leyó este ejemplar antes de mí fue mi esposo, escritor. La mujer ya había muerto cuando yo conocí a mi esposo, que también ya murió; pero el hecho sin embargo despertó mis celos y me hizo preguntarme: ƑSe lo contaré al hipotético biógrafo de mi esposo? ƑDestruyo la evidencia o la enmarco? ƑLa dejo donde la encontré? ƑPermitiré que un futuro lector la encuentre y tergiverse los hechos?
Estas preguntas me han quitado el sueño. Yo misma iría tras la pista de una prueba como la que ahora me tortura a mí. Pienso, por lo tanto, que toda biografía ha sido parcial, y dudo de que ninguna sea, no digamos exacta, sino la última palabra de alguien sobre otro.
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