Carlos Bonfil

Una joven

La joven Muriel (Vanden Eyde) decide abandonar la monotonía de su hogar en la provincia belga, su trabajo en una fábrica donde no tiene posibilidades de promoción inmediata, también a su pretendiente, comerciante en ciernes y de ambición muy limitada, para buscar trabajo en Bruselas como guía de turistas en un museo. La ciudad será en poco tiempo un espacio de iniciación (sexual, laboral, sentimental) y el detonador de una fuerte crisis existencial. Una joven (Meisje), primer largometraje de Dorothée van den Berghe, sorprende por el laconismo de sus diálogos y la crudeza de su realismo (la primera escena muestra con detalle a Muriel en un excusado; otras escenas se demoran en sus rituales onanísticos, como si la cámara observara a través de una cerradura). Pareciera que la realizadora se implicara, desde el título muy parco de la cinta, en el estudio antropológico de un caso femenino en una ciudad del norte europeo. Muriel es la joven de provincia, sin mayores talentos y sin fortuna en su primer empleo, anhelante de un contacto sexual y recelosa en el momento de obtenerlo, con temperamento voluble y personalidad muy autónoma.

A partir de este caso observado con elegancia y minucia, el filme presenta las figuras de dos mujeres cercanas a la joven: Laura (Els Dottermans), 36 años, afectivamente inestable, pero deseosa de tener un hijo, muy al margen de cualquier otro compromiso, y Martha (Frieda Pittoors), 50 años, madre de Muriel, con tres décadas de matrimonio, al cabo de las cuales descubre en su centro laboral la pasión amorosa con un hombre de su edad, misma que oculta por discreción o por vergüenza. Las vidas de estas tres mujeres se entrelazarán casi accidentalmente en esa Bruselas inhóspita, desangelada, multirracial, donde se confunden múltiples nacionalidades.

El medio descrito es proletario, como en la cinta francesa La vida soñada de los ángeles (Erick Zonca, 1998), con historias de solidaridad afectiva que se fortalecen en la penuria compartida del desempleo, la ausencia de oportunidades y, en este caso, la falta de talento. Muriel, quien sueña con ser guía en un museo, ignora todo sobre la pintura, y termina de vigilante. ("Dime el nombre de un solo pintor belga", le reclama su novio), en tanto Laura, su amiga y confidente, se empeña en triunfar como cantante sin aceptar sus muy obvias limitaciones ("He tenido que oírte ensayar cualquier cosa", ironiza su representante artístico y amante). La experiencia del fracaso y la insatisfacción existencial son temas centrales en esta historia de desencuentros y frustraciones afectivas. Hay por supuesto algunas notas de optimismo, pero difícilmente suavizan una cotidianidad donde el subempleo de casi todos y la enfermedad terminal de la madre de Laura, marcan un compás de espera angustioso para personajes que no aciertan a precisar adónde van sus propias vidas.

Hay observaciones notables, como el diálogo de Laura y la madre de Muriel, en el que ambas confrontan la insatisfacción de sus pasadas experiencias amorosas, y vislumbran la posibilidad real de empezar todo de nuevo. Y está Muriel, la joven, como elemento catalizador de estos cuestionamientos femeninos. En este ambiente mortecino de Bruselas nocturna, delegaciones de policía, encuentros sexuales frustrados, pasillos de hospital, y disfunción familiar generalizada. Pese a todos sus azotes y vacilaciones, Muriel brilla con una vitalidad sorprendente, expresada en los salones de baile, en su cortejo desinhibido a Oscar, el novio de su amiga, y en la exploración sensual de su propio cuerpo. Un personaje complejo y fascinante. Una buena sorpresa del cine belga de habla neerlandesa, y una de las revelaciones más interesantes del Foro de la Cineteca.

Una joven se exhibe este domingo en el Instituto Politécnico Nacional, Casco de Santo Tomás, Auditorio de la Facultad de Medicina. 16 y 19 horas.

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