México D.F. Lunes 4 de octubre de 2004
Archivos estadunidenses dan fe de que los halcones
existían desde septiembre de 1968
La comunión Nixon-Echeverría,
clave en la decisión fatal del 2 de octubre
Investigadora estadunidense desnuda el mito de la solidaridad
del priísta con Allende
BLANCHE PETRICH /III Y ULTIMA
Las
razones que llevaron al gobierno mexicano a masacrar estudiantes el 2 de
octubre de 1968 tuvieron un hilo conductor y persistieron intactas durante
el sexenio de Luis Echeverría y mucho más allá. La
naturaleza autoritaria del régimen se profundizó con el sucesor
de Gustavo Díaz Ordaz y, en una faceta aún no ventilada,
el sexenio echeverrista se sustentó en sus convicciones anticomunistas
y los compromisos que asumió con la doctrina de seguridad nacional
que la mancuerna Nixon-Kissinger impuso a sangre y fuego en la América
Latina de los años 70.
En los archivos históricos de Estados Unidos abundan
testimonios sobre el especial afecto que prodigaba Richard Nixon a Echeverría.
"Se sabe -asegura la investigadora Soledad Loaeza, de El Colegio de México-
que cuando Nixon colgaba el teléfono después de hablar con
Echeverría, el presidente de Estados Unidos se echaba para atrás
y con gran sonrisa exclamaba: 'I like this guy!' (Me cae bien el tipo).
En esos momentos estaba a su lado, casi siempre, Henry Kissinger -primero
consejero de Seguridad Nacional y luego secretario de Estado-, que era
con quien verdaderamente Echeverría se entendía a las mil
maravillas."
No sólo prevaleció, más allá
del sexenio de Díaz Ordaz, el talante autoritario y represivo en
la Presidencia. Los grupos parapoliciales que actuaron en 1968 -hay documentos
de la CIA y de la Oficina de Inteligencia e Investigaciones del Departamento
de Estado que dan cuenta de la existencia de los halcones desde
septiembre de 1968- se refinaron, entrenaron y financiaron desde el inicio
del régimen de Echeverría.
El jueves de Corpus de 1971 no fue el debut de estos paramilitares.
Desde los primeros días del gobierno de Echeverría, la Secretaría
de Relaciones Exteriores y el coronel Manuel Díaz Escobar pidieron
una cita con el embajador estadunidense, Robert McBride, con el proposito
de pedir oficialmente capacitación para un grupo antimotines, los
halcones. En los mensajes que intercambió la embajada con
sus superiores en el Departamento de Estado, los funcionarios de inteligencia
identifican a este grupo de "cerca de 2 mil individuos" como integrado
por "pandilleros con entrenamiento militar" que atacaron y disolvieron
violentamente una manifestación, el 4 de noviembre de 1970, un mes
antes de la toma de posesión del presidente electo Luis Echeverría.
Eran jóvenes universitarios que celebraban el triunfo electoral
del socialista Salvador Allende, en Chile.
Línea de represión sin ruptura
Hasta la fecha, cinco sexenios después, no ha habido
ruptura con esa línea represiva, como demuestra el pronunciamiento
del Consejo Político Nacional del PRI de apenas hace cuatro meses,
6 de julio, con motivo de la consignación de Echeverría como
presunto responsable de genocidio por la matanza del jueves de Corpus de
1971.
Al defender al anciano ex mandatario acusado de genocidio,
los priístas de hoy sostienen que "no se trata de enjuiciar a un
ex presidente en particular", sino que se intenta vulnerar la "legitimidad
histórica que dio estabilidad política al país por
más de 70 años, mientras el país se hallaba inmerso
en guerras, golpes de Estado y graves conflictos civiles".
El propio gobierno de Vicente Fox -al que en ese pronunciamiento
la plana mayor priísta llama "grupo de aventureros sin historia
que ignoran su pasado"- no parece tener voluntad de sostener hasta el final
el compromiso con el proceso penal que se sigue a Echeverría, al
ex comandante de los halcones Julio Sánchez Vargas, a Mario
Moya Palencia y a varios militares. El 31 de agosto, en una entrevista
con The New York Times, Fox vuelve a recurrir a la vía de
escape, adelantando que si la Suprema Corte de Justicia, que tiene la decisión
en sus manos en este momento, resuelve no atraer el caso, aún puede
optarse por una comisión de la verdad. Esta alternativa dejaría
sin castigo a los culpables.
¿Amigo de Allende y Castro?
En octubre del año pasado la investigadora estadunidense
del Archivo de Seguridad Nacional Kate Doyle dio a conocer su trabajo Nixon
y Echeverría, almas afines (publicado también en la revista
Proceso), producto de 169 cintas de conversaciones telefónicas
y personales de Nixon con diversos actores de México o relacionados
con temas mexicanos. En una, 15 de junio de 1972, Echeverría visita
al presidente de Estados Unidos antes de dirigirse a la Asamblea General
de la ONU para lanzar ahí su famosa Doctrina Echeverría sobre
el tercer mundo.
En uno de los dos encuentros que sostuvieron, Nixon instó
a su homólogo a poner en juego su influencia regional para evitar
la expansión de la revolución cubana y la experiencia de
Salvador Allende en Chile.
-Sí -dijo el presidente mexicano-, porque si yo
no tomo esta bandera, lo hará Castro.
Más adelante, Echeverría comenta a Nixon
que Cuba "es una base soviética" y que Castro "no tiene escrúpulos
para sacrificar a su país, eliminar todas las libertades y convertirse
en instrumento de los soviéticos". Asegura que el mal ejemplo cubano
ha empezado a extenderse. "Lo he visto en Chile", dice refiriéndose
a una anterior visita a Santiago. Textualmente.
Echeverría y Allende asumieron el poder en fechas
cercanas, noviembre y diciembre de 1970. En enero de 1972 Nixon pone en
marcha un plan de derrocamiento para "liberarse" -así decía-
del presidente chileno.
En julio de ese año, justo un mes después
de su conversación en la Casa Blanca, el presidente mexicano envió
a Santiago a un nuevo embajador, Gonzalo Martínez Corbalá,
pues le interesaba tener información detallada sobre la marcha de
"la vía chilena al socialismo", según cuenta este último
en su libro Instantes de decisión. Por tanto, contaba con
versiones de primera mano sobre la experiencia del gobierno de la Unidad
Popular y las dificultades que enfrentaba por la ofensiva de la derecha
y la CIA. Sabía, porque su embajador así se lo había
informado, que la línea política de Allende era de izquierda
moderada.
Aun así, Echeverría acordaba con Nixon,
quien ya había echado a andar el plan golpista que acabaría
con Allende un año más tarde. En aquella conversación
grabada de junio de 1972 Nixon aprovecha para abundar sobre el factor desestabilizador
del experimento chileno y "lo poco sano" de que se extendiera en el hemisferio.
-Estoy de acuerdo en ello -respondió Echeverría.
Meses después enviaría, solidariamente,
crudo para que Allende pudiera sortear el boicot de su empresa petrolera.
Pero también enviaría, como agregado militar, al coronel
Manuel Díaz Escobar. Este había sido comandante de los halcones
que perpetraron la matanza del 10 de junio. Luego recibiría
al socialista chileno en una cálida visita de Estado. Después
del golpe de Pinochet, fue notable la acogida del gobierno mexicano a familias
enteras de la revolución derrotada.
Jueves de Corpus y más allá
Como ocurrió con la matanza de estudiantes en Tlatelolco,
el gobierno estadunidense demostró vivo interés en contribuir
al ocultamiento de los hechos del jueves de Corpus, en el que sus agentes
calcularon al menos 25 muertos. Una docena de jóvenes halcones,
entre ellos el hijo del coronel Díaz Escobar, ya estudiaban en Washington
tácticas de "control de multitudes".
La matanza materializa el temor de Washington de que se
conociera el programa de entrenamiento de los halcones. Numerosos
mensajes confidenciales intercambiados esos días destacan la necesidad
de mantener en secreto esa colaboración. Bajo estas presiones, el
canciller Emilio Rabasa acude a la embajada para asegurar a McBride que
"todo este asunto caerá fácilmente en el olvido".
Hay un análisis del 17 de junio de 1971, de un
agente apellidado Kubish, especialmente revelador. Este opina que Alfonso
Martínez Domínguez -"el político mexicano por excelencia,
maestro de la concertación, los subterfugios y quizá más
corrupto que otros"- es un "chivo expiatorio de alto nivel". Su conclusión
es profética: "La fuerza represiva será inevitable en el
sistema político mexicano por bastante tiempo más".
Reconciliación imposible
En un intento por limpiar su imagen, Echeverría
multiplicó sus gestos de conciliación hacia las jóvenes
generaciones de su época: en plena campaña electoral accedió
a guardar un minuto de silencio por los muertos de Tlatelolco en la Universidad
Nicolaíta de Morelia, cuadruplicó el presupuesto a la educación
y aceptó reformas a las universidades. Al mismo tiempo emprendió
una cruenta guerra sucia contra las expresiones guerrilleras que
surgieron por encontrar cerradas las vías de oposición política.
Los delitos del Estado de esa época -¡500 desaparecidos!-
también lo tienen en el banquillo de los acusados.
Antes de dejar el poder, en 1975, intentó la conciliación
definitiva con el sector universitario al acudir a la Facultad de Medicina.
El abucheo fue impresionante. Echeverría perdió los estribos
y gritó a los estudiantes que coreaban "10 de junio no se olvida":
-¡Jóvenes del coro fácil que le hacen
el juego al imperialismo!
De despedida recibió un golpe en la cabeza con
una moneda. Su imagen de represor seguía viva en la memoria de los
jóvenes. Otras generaciones, incluso los adolescentes de hoy, siguen
asociando los nombres de Díaz Ordaz y Echeverría con los
crímenes de un pasado que no conocieron, pero que saben no saldado.
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